Opinión
Ver día anteriorMiércoles 19 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nuevos aires de las dictaduras
S

i los dictadores pasaron de moda, sus modos, atomizados, a pequeña escala y a veces no tan pequeña, son los mismos: el control de la prensa dejando matar a periodistas o congelando la publicidad gubernamental a publicaciones non gratas; la intromisión en la vida privada de los ciudadanos (no aborto, no eutanasia, no educación laica); la represión de inconformidades que, en las calles de Nueva York, Londres o Madrid son pecata minuta, pan de la democracia de todos los días y, por ejemplo, el uso del poder con un interés patrimonial.

Si los modernos aprendices de tirano soñaron con el oro de Pinochet, su pragmatismo no los ha hecho dudar en embolsarse, aunque sea, algunos centenarios a la manera del legendario Durazo o hacerse, merecidamente como probablemente creen, de algunos terrenitos en Santa Fe o de un puñado de vehículos tipo militar, como gusta la lideresa del mayor sindicato de América Latina.

Hace unos días la novelista Laura Restrepo me hizo ver con claridad lo que tenemos a la vista y no siempre miramos con la atención merecida: que si bien no existen dictaduras formales en América Latina (exceptuando Cuba), existen diversas expresiones dictatoriales en nuestras incipientes democracias.

Y no se refería al petrolizado Hugo Chávez, blanco fácil, a quien condenan de dientes para afuera porque le siguen comprando petróleo y que, si somos estrictos, de mesías caribeño tiene poco, pues no cuenta con la vocación de sacrificio de aquel galileo a quien condenaron los suyos.

La novelista pensaba en la Colombia de nuestros días, cuyo presidente con un grupo de leguleyos pretende cuadrar la Constitución de aquel país para relegirse… ¡por tercera vez! Y, ¿no es verdad que una característica de los tiranos grandes o pequeños es perpetuarse en el poder? ¿No se ha incorporado ya a nuestro vocabulario democrático el concepto de líder vitalicio?

Los demócratas formales con vocación de tirano ya no son lo suficientemente crueles ni rapaces como los dictadores de cuño, como Hitler y Stalin quienes exterminaron miles; como el Porfirio Díaz que se maquillaba las mejillas mientras sus tropas destripaban indios en Valle Nacional, o como el Francisco Franco admirado por Felipe Calderón. No son iguales, pero de cuando en cuando los prohombres de nuestros días se lavan las manos en un plato de sangre.

La democracia y su sistema de partidos ha obligado a los hombres del poder temporal, del poder en turno, a llegar a la silla del poder dando manotazos y pactando desde las campañas electorales mismas con esos poderes transexenales o transcuatrieñales que representan los señores del dinero y que muchas veces definen el destino de un país sin que siquiera hubieran sido elegidos por la mayoría de un pueblo. ¿Se imagina lo que significaría que Carlos Slim decidiera retirar una tercera parte de sus inversiones en nuestro país?

Tal vez por ese poder disminuido que tienen los nuevos gobernantes con vocación dictatorial se vuelvan más audaces y cínicos. No los vencerá la enfermedad o la muerte, como ocurrió con los tiranos de antaño, sino un proceso electoral mal aprovechado, un fallido pacto con banqueros y empresarios o una mala negociación con los cortesanos que habrán de sobrevivirlo en una nueva administración. Por eso pueden parecer, por momentos, más interesados en construir su propio fondo de retiro que en las políticas públicas. Primero lo primero: su rancho, sus casas, su partida secreta resguardada debajo del colchón de un piso en París, Nueva York, Londres o Madrid, sus coches, camionetas, sus casas y por supuesto las de sus hijos que, por puro nacionalismo, habrán de estudiar en universidades extranjeras.

Es relativamente fácil percibir esa ansiedad por construir su propio fondo de retiro con recursos públicos y de valerse de estos últimos como si fuera la última vez que podrían hacerlo. El gobernador de Querétaro, sólo por dar un ejemplo, no deja de usar aviones oficiales para ir de shopping al otro lado del río Bravo o para visitar playas de uno y otro lado del país.

Tiene razón Laura Restrepo cuando dice que no debemos tolerar el cultivo de la tentación autoritaria, pues si lo hacemos despertaremos pronto con uno de estos personajes de mano dura y ansiedad por llenarse los bolsillos a cualquier precio o con la dictadura perfecta que Vargas Llosa aseguró ver en México.