Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de agosto de 2009 Num: 755

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Pérez-Reverte: con el corazón desbocado
JORGE A. GUDIÑO

El alfabeto de Babel
SALOMÓN DERREZA

Sergio Ramírez: de una tierra de pólvora y miel
RICARDO BADA

Siete mujeres y Picasso
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Rius: 75 años en su tinta
JUAN DOMINGO ARGÜELLES entrevista con EDUARDO DEL RÍO

Juana de Ibarbourou: 80 años de Juana de América
ALEJANDRO MICHELENA

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Columnas:
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FÁBULA DE LA MANSIÓN Y LA MANSARDA

ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ


Tríptico del desierto,
Javier Sicilia,
Era/ICA/Conaculta,
México, 2009.

No conozco a Javier Sicilia ni a Evodio Escalante ni, para mi bien, a casi ningún espíritu del mafioso infierno del jet set literario. ¡Pero cómo es agradable que un libro, mercancía que se adquiere por metro en los almacenes si hace falta decorar un muro en la mansión (en las mansardas sostiene la cama en ausencia de tabiques), dé lugar a la polémica! Y de paso –porque en nuestra vida las cosas que valen la pena ocurren sólo como al pasar– invite a la lectura de un puñado de poemas tan lúcidos y serenos como los de Tríptico del desierto, obra que obtuvo este año el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

Ignoro asimismo si el odio de Evodio reconcilia a Sicilia con su propia obra, pues no sólo queda claro que ha ganado, después de todo, un lector atento, sino uno que, lo sabemos, es polemista famoso e inveterado: recuérdese si no cuando, pugilista en ciernes, se atareó en ardides –más que en argumentos– para aleccionar nada menos que a Antonio Alatorre, hará de eso más de veinte años. De cualquier forma, repito, que un libro (o un premio, desliza por lo bajo Sicilia) desboque los ánimos sirve al que esto escribe, y espero que a más de un lector, para asomarse a unos textos que se harán un lugar en el canon (o en el caño) cuando, cuidadosamente ajeno a las veleidades de la polémica, el Tiempo, ese Gran Dictaminador, determine si lo que hizo Sicilia fue “apropiarse” tramposamente de poemas de Rilke, Celan, T. S. Eliot o la Biblia, según lo presume Escalante, o si se trata de una transustanciación como las que suelen hacer los poetas cuando, afines a las voces y lecturas que los habitan, urden con ellas poemas a manera de homenaje y en los cuales es muy fácil reconocer una huella, pero más difícil saber si el traslado ha sido fecundo, pertinente o, antes que un sabotaje descarado, sólo una inútil anuencia de la pedantería.

Y si uno se abandona a la lectura de las casi cien páginas que componen el libro en cuestión, podrá advertir algunas condiciones en las que la animosidad de los contendientes apenas reparó. Por ejemplo, que la de Sicilia es una voz que devuelve a la poesía su estatuto de lengua habitada por un principio genésico, por espíritu y materia entrelazados (el cuerpo es la forma más recurrente de los textos del libro), en una época donde el género se dedica a pasearse, ayuno de lectores, por un camino múltiple y estropajoso, casi incapaz de evitar los balbuceos que lo dejan siempre en duda, y en deuda, respecto de la tradición.

También se advierte una voluntad de inscribir esa espiritualidad en la vida cotidiana, ejercicio sagaz y destinado con frecuencia al fracaso (o a la hipocresía, cuando se trata de abonarla a un credo que se satisface con una hora de culto los domingos), dado que esta realidad hechiza en la que vivimos desoye fácilmente cualquier llamado a la esencia de las cosas, lo elude bajo el signo de la parodia –o aun lo convierte en la obscena religión de marca que se practica en las escuelas para niños ricos y padres culpígenos. En la poesía de Sicilia, en cambio, lucha el cuerpo por ser algo más que cuerpo y las voces se abren paso a duras penas, pero con certeza, entre el agitado ruideral del teléfono móvil y los bocinazos del tráfico.

Y es aquí, me parece, donde el libro de Sicilia se convierte en una propuesta que, más allá de la incorporación de trasuntos de otros poetas, alberga de necesidad los textos de la Escritura : no sólo por la reconocible fe religiosa del autor ni nada más por alentarla nada menos que con los cantos desgarrados de Ezequiel, de Ruth, de Salomón, sino porque en el crispado cruce de ese lenguaje y el de la imposible hora presente, la poesía echa chispas, detona, desdobla y transfigura sus signos: hospeda una provocación.

Entonces, el verdadero riesgo que corre el libro de Sicilia está, antes que en la apropiación de otras voces de la tradición (¡pero por Caco, gigantesco cleptómano, ¿quién querría plagiar los textos bíblicos?!), en la duda de si la suya no se rompe en el fluir del atrevimiento que comete y, como acaso ocurra en algunos versos, no deviene autoparodia, un cliché de rezo que mueve a risa. Pero de esa “frescura”, de esa descarada osadía, está hecho el lenguaje poético, la difícil naturalidad de una escritura siempre inmersa en el juego fatal de hacerse deshaciéndose, de borrarse para renacer.

La discusión aludida en los primeros párrafos de esta nota, que puede generar un necesario debate sobre autoría, intertextualidad, o acerca de la inevitable condición palimpsestual de la literatura (si bien amenaza descalabrarse, viéndolo bien, en un deleznable intercambio de insultos, como en el que incurren los contendientes al mutuamente motejarse de “pequeñoburgueses” o desairados “lúmpenes”), no deja lugar a dudas sobre la relevancia de la poesía mexicana actual: a la misa por Youtube y al sexo profiláctico de los condones que saben a melaza, es un síntoma de los tiempos añadir ahora la práctica sucedánea de la lectura de polémicas librescas, antes que la de los textos en sí.



Criatura de un día,
Juan Tovar,
Universidad Veracruzana,
México, 2009.

Escrita para “librarse de historias pendientes”, publicada por primera vez en 1984, esta criatura del narrador y dramaturgo poblano “ha ido creciendo en cada una de sus apariciones” y ahora alcanza la que quizá sea su versión definitiva. Difícilmente clasificable, como el propio autor, este volumen es una muestra acabada de la capacidad tovariana para jugar, explorar y proponer nuevos senderos a través del lenguaje.



Poesía escogida,
Ernesto Cardenal,
Universidad Veracruzana,
México, 2009.

Confeccionada por el propio poeta nicaragüense, esta antología es “para los lectores de siempre, una ocasión única para emprender su relectura y una guía inmejorable para que los jóvenes o, en todo caso, quienes no han leído hasta ahora a Cardenal, se asomen a su vasta obra poética”. La misma UV publicó recientemente, en tres tomos, la poesía completa del autor.