Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de agosto de 2009 Num: 755

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Pérez-Reverte: con el corazón desbocado
JORGE A. GUDIÑO

El alfabeto de Babel
SALOMÓN DERREZA

Sergio Ramírez: de una tierra de pólvora y miel
RICARDO BADA

Siete mujeres y Picasso
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Rius: 75 años en su tinta
JUAN DOMINGO ARGÜELLES entrevista con EDUARDO DEL RÍO

Juana de Ibarbourou: 80 años de Juana de América
ALEJANDRO MICHELENA

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Verónica Murguía

El Cuestionario Proust

Tener muchos amigos era fácil en la primaria. Bastaba una risita, un poco de chamoy o la extraordinaria solidaridad que suscitaba el ser castigado en grupo. Los diálogos que precedían a los juramentos de amistad eterna eran muy breves:

–¿Cómo te llamas?

– x.

–¿Quieres ser mi amigo/a?

–Sí.

Y ya. Era muy raro que alguien contestara que no. Huelga decir que estas amistades no solían durar mucho, pero eran muy sentidas. Para acelerar el proceso, los niños de mi salón diseñaron un cuestionario larguísimo con en el que averiguábamos asuntos de vital importancia, como cuál era el programa favorito del nuevo amigo, su dulce preferido, el día de su cumpleaños, si sabía andar en bicicleta y el nombre de su perro. Nadie mentía. ¿Para qué? No se nos pasaba por la cabeza que responder que la bandera favorita de uno era la de México podía resultar contraproducente, pues entonces nadie era capaz de burlarse de esa patriotera ingenuidad. Con la edad aprendimos a ser amigos de otra forma y tener amistades mucho más complejas. También aprendimos a mentir cuando se nos preguntaban demasiadas cosas al mismo tiempo. Hubo nuevos cuestionarios, dizque para desentrañar misterios de la personalidad, como aquel en el que se preguntaba al sujeto qué sentía ante el mar, o si le entusiasmaba el bosque. Si uno contestaba que el mar le gustaba pero le daba miedo –mi caso, pues soy una nadadora mediocre y cobarde–, el encuestador nos miraba con sorna y nos sorprendía con la siguiente revelación: “El mar te da miedo porque le temes al amor.”


Proust a los dieciséis años

No hubo manera de convencer a quien me preguntó eso que estaba errada. “En el amor no hay tiburones ni aguas malas” argumenté, pero de poco me sirvió. Con los años me he dado cuenta de que el amor tiene peligros que dejan chiquitos a los tiburones, pero entonces yo lo ignoraba y sigo pensando que ese cuestionario era una burrada. En secundaria nos aplicaron el Minnesota, un test estandarizado de personalidad. Nunca supe qué reflejó, pues los resultados de la prueba se discutían con los padres. Los míos me miraron con aprehensión al salir de la junta, por lo que mi suspicacia ante ese tipo de experimento se duplicó. Sin embargo, pocas cosas me divierten más que leer las respuestas al llamado “Cuestionario Proust”, un juego de la Belle Époque que fue contestado dos veces por el gran novelista francés: la primera cuando tenía trece años y la segunda cuando tenía veinte. El niño Proust era listísimo. Contestó la mayor parte de las preguntas con el aplomo y la sabiduría de un adulto sensato y culto, aunque se le fueron unas que revelaban su edad. Le preguntaron qué consideraría lo más triste que le podía pasar y escribió que estar separado de su mamá. Lo extraño es que siete años después contestó algo semejante, sólo que incluyó a su abuela en la respuesta. Como el cuestionario es célebre, se le ha hecho a muchos hombres y mujeres famosos. Es fascinante leer lo que manifiestan. Jane Fonda, ante la pregunta “¿Con qué personaje histórico se identifica más?” dijo que con ¡Abraham Lincoln! El mayor miedo del cantante Tom Waits es ser enterrado vivo. Cuando se le preguntó cómo le gustaría morir, contestó que “no creía que hubiera forma de que le gustara semejante cosa”. Jorge Luis Borges indicó: “Bruscamente, hoy mismo.” Ya estaba viejito, pero vivió mucho más. Lo de “bruscamente” es genial y garantiza fluidez en el proceso. La actriz Emma Thompson declaró que le gustaría morir en Escocia, junto al río y con una botella de vino en la mano. Proust, juiciosamente, afirmó que le gustaría morir “siendo un hombre mejor que el que soy ahora y muy amado”.

John K. Galbraith, el economista, escribió que a la persona viva que más desprecia es a George W. Bush. Igual el actor John Cusack. Jane Fonda desprecia a Cheney, Rumsfeld y Kissinger.

Cuando el poeta Gerardo Deniz contestó este cuestionario, sus respuestas fueron misteriosas y límpidas. Por ejemplo, cuando se le preguntó cuál era su parte favorita del cuerpo, sólo contestó “esa”. La respuesta a la pregunta de cuál era su político favorito fue “¡Qué asco!” Umberto Eco dijo que su estado de ánimo preferido es “cuando estoy escribiendo una novela”.

Este cuestionario debería ser contestado por los políticos más importantes de este país, previa inyección de suero de la verdad y el apoyo de un polígrafo. Las respuestas, me temo, no serían divertidas y sí muy alarmantes.