Opinión
Ver día anteriorMiércoles 26 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Carta a la reina de Inglaterra
S

u Majestad, la reina, Palacio de Buckingham, Londres, SW1A 1AA.

Señora: Me he enterado de que durante una visita a la London School of Economics, su Majestad hizo la pregunta de por qué los economistas no habían sido capaces de predecir la crisis que hoy afecta a todas las economías del mundo. Ahora, a petición de la British Academy, dos de sus miembros, los profesores Tim Besley y Peter Hennessy, le han hecho llegar una respuesta (en carta fechada 22 de julio) a su interrogante. Desgraciadamente, esa carta revela una profunda incapacidad para pensar con rigor científico y honestidad sobre la naturaleza de esta crisis y sus implicaciones.

En síntesis, la respuesta de Besley-Hennessy señala que la incapacidad para prever la crisis, así como su severidad y extensión, se debió primordialmente a una falla de la imaginación colectiva de mucha gente brillante, tanto en este país, como a nivel internacional, para comprender los riesgos para el sistema en su conjunto.

La anterior es una visión autocomplaciente que quita toda responsabilidad a la política económica y a la academia. Eso es inadmisible desde todos los puntos de vista. La política económica que desde hace más de 25 años se impuso en casi todo el mundo generó las condiciones para la detonación de esta crisis.

La crisis actual no fue provocada por fallas de mercado. Es la consecuencia lógica de una política económica que trabajó como se esperaba que lo hiciera, convirtiendo a unos pocos en inmensamente ricos y profundizando la desigualdad en todo el mundo, incluyendo a los países más industrializados. Este desastre no es una tormenta cuya aparición fuera difícil de predecir. Al contrario, se trata de una tragedia anunciada, generada por una serie de políticas económicas brutalmente irresponsables.

Ese paquete de políticas económicas (aplicadas desde los tiempos de la señora Thatcher, que usted misma designó primera ministra en 1979) descansa en la idea de que los mercados asignan eficientemente los recursos y deben ser dejados en libertad. El resultado es una combinación de recetas fallidas y contradictorias, que no sólo provocó innumerables crisis en el mundo, sino que ha profundizado dramáticamente la desigualdad y la pobreza, incluso en los países industrializados. Además, el régimen de comercio internacional al que dio lugar alteró la manera de vivir en innumerables países, al tiempo que intensificó la destrucción del medio ambiente.

La respuesta de los profesores Besley-Hennessy ignora también la responsabilidad de los académicos que han abrazado una teoría que ha fallado en todo. Sólo unos cuantos economistas fueron capaces de prever este tipo de crisis, pero su trabajo fue recompensado con marginación y aislamiento. Durante años, autores como Hyman Minsky y David Felix escribieron con gran lucidez sobre la inestabilidad de los mercados y los peligros que esto representa. Su análisis demuestra que los procesos dinámicos de los mercados generan fuerzas que conducen a la inestabilidad y el rompimiento. A pesar de su rigor analítico, estos análisis no tuvieron cabida en los cursos medulares de las universidades.

Hoy, cursos completos y programas de investigación responden a la agenda de intereses comerciales y financieros, en lugar de respetar los cánones de la ciencia y la crítica. Pero esa maquinaria de intereses extracientíficos no puede distorsionar los hechos: el paradigma de los mercados eficientes cayó en la bancarrota científica hace décadas. Desgraciadamente esa doctrina es la que sigue promoviéndose en las universidades. Por esa razón, cada año se gradúan legiones de economistas que fervientemente creen que en alguna bóveda de la academia de ciencias yace una demostración científica sobre las bondades del mercado. Nada más alejado de la verdad.

Señora, no escribo esta carta con la ilusión de que Su Majestad sea capaz de modificar la situación crítica que estamos viviendo. Soy consciente (por la evolución histórica de la realeza) de todo lo que usted representa y de sus funciones en el Estado de Inglaterra. Simplemente pienso que dentro de la lógica de las instituciones en las que Su Majestad desempeña un papel tan importante, sería deseable que existiera un poco más de honestidad intelectual y de rigor científico.

Resultaría tedioso enumerar los errores y contradicciones en los que incurren los señores Besley y Hennessy. En vez de hacer un análisis cuidadoso, su misiva abunda en lugares comunes y frases superficiales, más dignas de una revista frívola que de una academia de ciencias. Ambos desperdiciaron la oportunidad de abrir un debate inteligente y llevarlo a nuevas alturas.

El timón del HMS Beagle, el barco que condujo a Charles Darwin a una de las expediciones científicas más importantes de la historia, tenía inscrita la siguiente leyenda: Inglaterra espera que cada hombre cumpla con su deber. Es lo menos que Su Majestad debería exigir a los miembros de la British Academy.