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El caso Marcial Maciel, ejemplo de la hipocresía institucional: Fernando M. González

La Iglesia católica, institución experta en el arte más depurado del cinismo

Sin asumirse comecuras, el historiador presenta su más reciente libro en Tusquets Editores

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La iglesia del silencio. De mártires y pederastas, título del nuevo libro del historiadorFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Domingo 30 de agosto de 2009, p. 6

Si bien gran parte de su bibliografía se ha enfocado a revelar o analizar algunos de los más sórdidos pasajes de la historia de la Iglesia católica mexicana, el sicoanalista y sociólogo Fernando M. González está muy lejos de asumirse “un comecuras”.

Incluso, aclara que cuenta con varios amigos sacerdotes, y sostiene que dentro de esa organización existe gente muy honorable, crítica y progresista; aunque, por lo general, precisa, no pertenece a las altas jerarquías.

Menciona como ejemplo que para la elaboración de sus libros ha contado con la colaboración y apoyo de varios clérigos, quienes le han filtrado información e inclusive documentos restringidos de invaluable importancia histórica y jurídica.

Tal es el caso del archivo secreto del Vaticano con el caso del sacerdote Marcial Maciel, acusado de pederastia y toxicomanía, que fue determinante para la elaboración de su libro Marcial Maciel. Los legionarios de Cristo: Testimonios y documentos inéditos, publicado en 2006 por Tusquets Editores.

O también el de su más reciente volumen, La iglesia del silencio. De mártires y pederastas, aparecido bajo esa mismo sello editorial, en el que, además de utilizar otra vez parte de aquel acervo de la Santa Sede, un jesuita le facilitó una serie de documentos en los que se da cuenta de la participación de esa orden religiosa en la Guerra Cristera.

Frente a la verdad, represalias

La católica es una Iglesia que, afortunadamente, no se reduce a las cúpulas, de pronto hay en ella gente muy honorable. Por ejemplo, el archivo secreto del Vaticano me lo confiaron unos sacerdotes porque consideraban que lo que ocurría dentro de la Iglesia es una ignominia para ella, señala el investigador en entrevista con La Jornada.

“Eso habla de que hay sacerdotes en una posición muy difícil, porque si se atreven a hablar, los revientan, como fue el caso de Antonio Roqueñí (fallecido en 2006), quien llevó el caso de los Legionarios de Cristo a Roma, y Norberto Rivera lo cesó como abogado de la Arquidiócesis de México.

Otro ejemplo de esas represalias, indica, es el del también ya finado Guillermo Schulenburg, quien fue abad de la Basílica de Guadalupe durante 33 años, a quien pusieron pinto y lo sacaron de la jugada cuando dijo que no existía el milagro guadalupano, que el ayate era una pintura. Todo eso nos demuestra que la iglesia institucional no soporta la verdad, pero afortunadamente en ella hay gente digna.

En su más reciente libro, La iglesia del silencio. De mártires y pederastas, que ya se encuentra disponible en librerías, Fernando M. González aborda dos temas polémicos que sitúan a la Iglesia católica como una de las instituciones más avezadas en el arte más depurado del cinismo y del trastocamiento de los datos.

El primero de esos temas tiene que ver con la manera como esa iglesia transfigura la historia de la Guerra Cristera y beatifica, 70 años después, a una serie de mártires.

Con ello, explica, el episcopado actual borra la actuación de su antecesor de hace siete décadas, el cual, por cierto, había ya intentado desaparecer desde el primer momento las huellas de su participación.

El especialista, adscrito al Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, afirma que el gran drama de aquellos civiles que lucharon y murieron para defender su religión, durante la guerra que tuvo lugar en México entre 1926 a 1929, es que nunca entendieron que desde el primer momento fueron empujados a una lucha armada en la que la Iglesia mantuvo siempre una posición ambigua.

Señala que una vez que dejó de ser perseguida, la Iglesia buscó recrear la persecución y deshacerse de las huellas de pólvora que había en sus manos, dejando, eso sí, las manchas de sangre que la bañaron.

Para ello, agrega, se valió de la beatificación de sus mártires, a los cuales siempre definió como gente de paz, si bien hay varios que no sólo murieron por Cristo Rey, sino que mataron por él. Es un intento de borrar y resignificar la historia.

En la segunda parte del volumen, en tanto, el investigador no sólo analiza la muerte, la exaltación y la desacralización de Marcial Maciel, sino que desentraña los mecanismos de lo que él llama la hipocresía institucional de la Iglesia católica en relación con la sexualidad, no sólo en México, sino a nivel estructural.

Aproveché que el caso Maciel había transcurrido 12 años en los medios de comunicación y eso permitía ver el comportamiento eclesiástico de manera inédita, como ejemplo paradigmático de cómo procede la institución, cómo da cuenta de esos actos y cómo intenta borrarlos a toda costa, puntualiza.

El caso Maciel es muy importante, porque abarca desde la cúpula hasta la base. Uno puede ver en él toda la red de complicidades. Es un testimonio de cómo (la Iglesia) transfigura la sexualidad, cómo busca el secreto y los mecanismos más terribles y cínicos, entre ellos deslocalizar al pederasta y diseminarlo en la siguiente parroquia sin avisar de quién se trata, con tal de proteger a la institución y al sacerdote por encima de las víctimas y los familiares.

Tira la piedra y esconde la mano

De acuerdo con Fernando M. González, el de la Iglesia católica es un proceder en el que primero tira la piedra y luego esconde la mano y trata de ocultar la información.

La Iglesia no tiene especial probidad como institución cupular en ser honesta, nunca se le dio por la verdad histórica ni por la ética en serio. Sin embargo, hay personas que la vuelven creíble porque se la creen, teólogos y otros religiosos que se la juegan cotidianamente con honestidad; eso hace creíble a la institución. Hay gente justa en ella, aunque los que tienen el poder generalmente no son los justos, concluye el autor.

“No creo ser un comecuras; estimo bastante a algunos sacerdotes amigos. Lo que trato de ser es un historiador lo más crítico posible, y para ello me sustento en documentos que ayuden a comprender esta complejísima realidad mexicana. Son historias que aún no terminan de pasar.”