Opinión
Ver día anteriorDomingo 30 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Aprender del Programa Bracero
C

uando se trata el tema de los trabajadores temporales que van con visas H2 a Estados Unidos, siempre sale a la luz el Programa Bracero. Para algunos fue una experiencia nefasta, el mejor ejemplo de la sumisión histórica del Estado mexicano, que no sólo cedió territorio, sino incluso a su propia gente para el engrandecimiento de Estados Unidos.

Para otros fue un sistema vil de explotación de mano de obra barata, ofrecida en subasta a los empleadores estadunidenses y que para colmo era avalado y, en buena parte, gestionado por el gobierno mexicano.

Las investigaciones de la época señalan que las condiciones de vivienda de los braceros eran, en muchos casos, deplorables. Vivían en casas de campaña, en vetustos barracones y en campamentos miserables. Se quejaban principalmente de la comida y obviamente de los cocineros, no había modo de conseguir tortillas en aquella época. También hubo numerosas quejas por malos tratos, abusos y falta de cumplimiento del contrato establecido.

Pero a pesar de todas estas verdades que eran de conocimiento público, la gente, el pueblo, los mexicanos de a pie, estaban dispuestos a esperar días enteros en fila para ser enrolados en el programa. Es más, llegaron incluso a hacer marchas de protesta porque no había suficiente cupo. Peor aún, muchos braceros repitieron la experiencia una y otra vez. La conclusión es muy sencilla, si de ser explotado se trata, mejor en el otro lado. La aventura laboral no daba para salir de pobre, pero sí para pagar unas deudas, comprar un terreno, construir un cuarto, adquirir un coche. Objetivos que, con los salarios mínimos de ayer y de hoy, son casi imposibles de alcanzar.

No es posible, ni recomendable, reditar el Programa Bracero. Pero tenemos que aprender de esta experiencia de 22 largos años para poder plantear soluciones factibles, para imaginar caminos nuevos, para corregir vicios y abusos ancestrales. La principal virtud del programa fue acabar con el sistema de enganche. Un sistema privado de contratación de mano de obra que se caracterizaba por endeudar, enganchar, al trabajador por medio de un adelanto en efectivo, deuda que se incrementaba por el pago del transporte, la vivienda y la alimentación de los primeros días. Con el primer cheque el trabajador podía empezar a pagar, pero el endeudamiento crecía porque existía una especie de tienda de raya, donde los trabajadores tenían la obligación de comprar sus alimentos, vituallas y baratijas. Para evitar que el endrogado se escapara, existían los mayordomos, las guardias blancas y las listas negras.

El Programa Bracero fue un avance porque terminó con el sistema privado de enganche y se convirtió en un programa oficial de ambos gobiernos, donde se estipulaban ciertas condiciones laborales y se consensaban algunas decisiones. Es justo decir que el gobierno mexicano de aquella época veló, en la medida de sus posibilidades, por la defensa de los derechos humanos y laborales de los braceros. No así por sus ahorros forzados, que llegaron a las arcas del Estado y nunca se repartieron. Todavía queda pendiente de pago esa cuenta. Al mismo tiempo, el gobierno estadunidense se esforzó por proteger y privilegiar los derechos de los empleadores. En resumidas cuentas, se trataba de un contrato colectivo de trabajo de dimensión binacional.

Con el tiempo, el gobierno estadunidense se fue desentendiendo del programa y lo fue dejando en mano de los empleadores. Ya no había posibilidad de reclamarle al gobierno por los abusos. De este modo las demandas se fragmentaban en mútiples casos particulares que eran muy difíciles de solucionar. El programa terminó en 1964 en el contexto de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, lo que hacía inadmisible mantener tales niveles de explotación y abuso.

Los abusos no acabaron en la siguiente etapa, que conocemos como la fase de los indocumentados, pero cambio el patrón migratorio en dos sentidos. Los trabajadores que cruzaban de manera legal y ordenada, de acuerdo al convenio bilateral, ahora tenían que cruzar de manera subrepticia y buscar trabajo por su cuenta. Una mala por una buena. La mala era que tenían que pasar la frontera como indocumentados, con todos los costos y riesgos que esto supone. La buena era que los braceros convertidos en trabajadores indocumentados podían contratarse libremente en cualquier lugar, sin estar amarrados a un contrato y a un empleador. Era mano de obra liberada de las ataduras de un sistema semifeudal, según el decir de nuestras viejas clases de marxismo. Seguían siendo explotados, pero en cualquier momento podían agarrar sus cosas, buscar nuevas opciones y emplearse en otro lugar. Tenían una ventaja adicional, podían quedarse de manera indefinida, hasta que la migra los pillara.

En la actualidad se ha vuelto al viejo sistema de amarrar al trabajador a un contrato, de engancharlo y someterlo al control de un empleador, de sus custodios y de las listas negras. La situación es peor a la que teníamos en el tiempo de los braceros y mucho más grave a la etapa de los indocumentados. Ahora, con las visas H2A y H2B hemos vuelto a la época del enganche, al siglo XIX.