Opinión
Ver día anteriorDomingo 30 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Indiferencia
M

editerráneo es el mar que separa el continente europeo y el africano. Literalmente significa en medio de las tierras. Quizás así los romanos lo entendían: un mar que separa dos tierras, mas que también las une. Un puente, una conexión, entre dos tierras distintas, pero cercanas. Eso era ese mar. Porque hoy ya no lo es. Hoy es el territorio de agua teatro de las tragedias migrantes y es el espejo claro de la indiferencia humana.

El 20 de agosto pasado, una balsa fue interceptada por un barco de la armada italiana unas cuantas millas al sur de las costas italianas. En ella, cinco migrantes de Eritrea. Su aspecto: Parecían fantasmas [...] El cuerpo esquelético, la mirada perdida en el vacío, dijo un operador del Centro de Acogida que los recibió. El testimonio de los cinco supervivientes describió la tragedia: Éramos 78 personas las que salimos de Libia hace más de 20 días. Somos los únicos que sobrevivimos. Nuestros compañeros morían y los tuvimos que tirar al mar. Los sobrevivientes fueron una mujer, dos hombres y dos menores de edad. Esta enésima tragedia del mar, que suma estos 73 a los ya más de 15 mil muertos a las fronteras de Europa en los últimos 20 años, resume y reúne todas las características de la actual coyuntura por lo que tiene que ver con la política migratoria italiana y los trasfondos sociales que ésta está teniendo. Porque este caso, además de confirmar la peligrosidad y las trágicas consecuencias de las políticas migratorias hoy vigentes en distintas partes del mundo (esto es la externalización de las fronteras y la represión de las corrientes migratorias), pone en evidencia la separación, la fractura inevitable entre el nosotros y el ellos.

En este contexto, el pronombre nosotros, que identifica a las poblaciones nacionales que refuerzan sus fronteras frente la temida invasión de migrantes, se refuerza y se caracteriza hoy más que nunca por su egoísmo social y su intrínseca maldad, quizás durante largo tiempo reprimida, pero hoy libre de expresarse al amparo de quienes hoy gobiernan, es decir los sectores más francamente racistas de la clase política italiana. Este nosotros (quien escribe es de origen italiano), que en la actual crisis se pone en la búsqueda ansiosa de una nueva identidad frente las incertidumbres del futuro próximo, no logra encontrar otra manera de existir sino en la confrontación competitiva (aunque con enormes ventajas) con ese otro ellos.

Ese ellos son los migrantes, los extranjeros, los diferentes, los que vienen de lejos o simplemente de otro lado, los que vienen aquí, en nuestras tierras, a buscar la fortuna que no pudieron construir en su propia tierra. Ese ellos, son los migrantes, cuya única culpa, efectivamente, es la de tener un sueño y un deseo distinto para sus propias vidas. Ellos están solos, en ciertos casos literalmente, como en esta enésima tragedia del Mediterráneo, en otros metafóricamente. Estos migrantes están abandonados, a veces en medio del mar, en donde, durante 20 días, estuvieron a merced de los eventos naturales aunque, atestiguan, al menos 10 barcos pasaron cerca de nosotros y ninguno nos rescató, otras veces frente a las leyes cada vez más represivas.

La distinción entre nosotros y ellos se determina a través de la nueva ley, no escrita: la indiferencia. Y esta indiferencia es el punto de arribo al que ha llegado la sociedad italiana (y quizás europea). Es por eso que no sorprenden las tomas de posición del gobierno italiano al poner en duda la veracidad de los testimonios de los supervivientes. De la misma manera, entre los comentarios ciudadanos a la tragedia se asoman dichos como el siguiente: la verdadera tragedia son los cinco supervivientes. Sin embargo esa indiferencia se alimenta también de elementos tan concretos como son la necesidad de reforzar una imagen gubernamental puesta en entredicho por la crisis económica que está acercando a la pobreza a millones de ciudadanos y por los continuos escándalos del que es protagonista el primer ministro. Y entonces que al menos el gobierno sea bueno en su misión de salvarnos de los invasores neobárbaros, los migrantes, a través del rechazo en alta mar (ilegal bajo distintos acuerdos internacionales), de la repatriación forzada (al límite de la condena a muerte, en los casos de potenciales refugiados), del abandono en el mar (que viola la más antigua ley del mar: el rescate de los náufragos).

La oposición a leyes injustas o prácticas ilegales es fundamental, así como la constante denuncia y visibilización de los problemas. Sin embargo la indiferencia que se está apoderando del corazón y de las mentes de millones representa hoy un peligro tan real como lo fue en otras épocas y en otros contextos. Sería peligroso no tomar en cuenta esta creciente apatía, pues no es deseable mañana revivir el embarazoso sentido de culpa que no nos hizo impedir la deportación y la muerte de millones en los campos de exterminio nazi. Esta indolencia que nos conquista inexorablemente se carga hoy de mayor potencial arrepentimiento, pues hoy no existe dictadura tan feroz como aquella que nos obligue, de cierta manera, a cerrar los ojos frente a las tragedias que ocurren en nuestro horizonte. Combatir esa desidia es hoy necesario y inevitable si queremos rescatar los principios de un mundo mejor y posible, y no seguir a la deriva hacia el peor de los mundos probables.