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Doce años después, el gobierno de Calderón está inmerso en la peor crisis económica de la historia

En 1997, un joven vigía convocó al PAN a trabajar para no ser alternancia de paso

Se han perdido 596 mil empleos y hay 6 millones más de pobres que al inicio del sexenio

 
Periódico La Jornada
Martes 1º de septiembre de 2009, p. 5

Con la sombra de un resultado electoral agridulce, Felipe Calderón decía frente a los consejeros de su partido: O somos capaces de generar un gobierno humanista, democrático y participativo, o sea, un gobierno panista, o seremos una alternancia de paso, un mero corrector transitorio y parcial de administraciones públicas que nada dice de diferente y mejor a los ojos del ciudadano.

Era el 2 agosto de 1997. Comenzaba a cocinarse la salida del PRI de Los Pinos, una vez que perdió la mayoría absoluta en el Congreso y la capital del país, y el entonces dirigente nacional del blanquiazul planteaba las grandes directrices de un gobierno sin saber que 12 años después, en una administración encabezada por él mismo, vería volver al tricolor, tras haber prometido aplicar aquellos lineamientos por los cuales ese día había recibido una larga ovación de sus correligionarios.

Hoy, al presentar su Informe ante el Congreso a la mitad de su mandato, la realidad parece contradecir los discursos del joven vigía, como lo bautizó en aquella época Juan de Dios Castro.

La administración de Felipe Calderón, que apenas hace siete meses se enorgullecía de contar con uno de los mejores equipos económicos del mundo, se encuentra inmersa en una crisis que propició la pérdida de 596 mil empleos en el año y un “shock financiero” que se traduce en un boquete fiscal de 300 mil millones de pesos para 2010, y con 6 millones más de pobres que cuando inició su sexenio.

La guerra

En materia de seguridad, su guerra contra el crimen ha tenido, por un lado, un sinnúmero de golpes policiaco-mediáticos, pero por otro, una creciente cifra de ejecuciones y un cuestionamiento abierto sobre la eficacia y apego a los derechos humanos de esa estrategia soportada en la institución del Ejército.

Su saldo político-electoral es igualmente desfavorable: el 5 de julio el PAN y la izquierda fueron noqueados por un PRI que recuperó la mayoría en el Congreso, lo mismo que bastiones históricos de sus opositores, y con ello se reposicionó rumbo a la Presidencia de la República.

Calderón, si bien mantuvo el control de su partido por medio de César Nava, su antiguo secretario particular, lo hizo con un costo de críticas de sus propios correligionarios por lo que denominaron la redición del dedazo y del PRI-gobierno. Fue la misma fórmula que aplicó con su gabinete, conformado en su mayoría por amigos cercanos y leales –dicho por ellos mismos–, cuya eficacia ha sido puesta en tela de juicio, y de entre quienes no destaca una figura fuerte para sucederlo.

El catarrito

Lo que percibimos es un partido gobernante que no sabe si culpar a la crisis, a sus gobiernos o a un periódico de su derrota; una fuerza política ciega, titubeante, balbuceante, que no acepta que ha sido derrotada, que ha perdido la primera capacidad política: articular un discurso racional y razonable ante las circunstancias. Este silencio y estos ruidos son una de las más elocuentes señales de su debacle.

Estas palabras las pronunció Calderón en 1996, para describir al PRI-gobierno que se resquebrajaba. Hoy, en un juego de espejos, pudiesen ser utilizadas para definir las aflicciones de su administración.

El PAN-gobierno responsabiliza de su caída en las urnas a una crisis económica que vino de fuera, pero que minimizó cuando comparó la economía mexicana con un barco de gran calado. Crisis que, en enero de 2008, emocionaba un poquito al Presidente, según su dicho; era un catarrito para el secretario de Hacienda, Agustín Carstens; motivó reproches del sector oficial hacia el empresario Carlos Slim, por su visión catastrofista, pero terminó por confirmarse. El peso se devaluó, el producto interno bruto del país se desplomó 9 por ciento de enero a junio, lo mismo que los ingresos petroleros, pese a la aprobación de una reforma energética, publicitada en su momento como el remedio a todos los males del país.

Virus incómodo

La crisis se vio agudizada por la epidemia de la influenza, como reconoció el propio Carstens, y su manejo fue tildado de errático por diversos sectores. Hoy sus secuelas aún se resienten en una abatida industria turística, clave para el país, lo mismo que en la política exterior. La relación con Cuba se volvió a enfriar a raíz de que el ex presidente Fidel Castro acusó a Calderón de ocultar el brote viral y, por otro lado, la imagen diplomática del Presidente quedó maltrecha cuando, ante la negativa de Haití a recibir ayuda mexicana, reaccionó molesto diciendo que en ese país se mueren de hambre y no del virus.

Declaraciones similares lo pusieron en aprietos, pese a que intentó apartarse del sello confesional foxista. En el Congreso de las Familias dio la bienvenida a la tierra de María de Guadalupe y de los mártires cristeros, y cerca de las elecciones aseguró, sin tener pruebas, que Michael Jackson murió por el consumo de drogas, y atribuyó esta adicción a que los jóvenes no conocen a Dios.

Eliot Ness

Se abusa de la institucionalidad militar y se desplaza lentamente el carácter civil del gobierno, enjuiciaría hace 12 años aquel joven vigía ante la creciente presencia de mandos del Ejército en acciones de seguridad interna en el zedillismo.

Hoy, este argumento se contrapuntea con la decisión de mandar a miles de militares a las calles, lo que alivió un tiempo la situación de plazas asediadas por la delincuencia e hizo ganar aplausos para el mandatario, cuya lucha fue equiparada por Barack Obama con la de Eliot Ness.

Sin embargo, la propia Casa Blanca y el Congreso de Estados Unidos han puesto en duda sus resultados, en tanto que las víctimas no han ocultado su desesperación con expresiones como el si no pueden renuncien de Alejandro Martí, o el ¡no tienen madre! de Nelson Vargas.

Además, el gobierno extendió su Operación Limpieza a los estados, pero lo hizo un mes antes de las elecciones intermedias y bajo un rasero distinto: coordinación total con el gobierno panista de Morelos y, en cambio ningún aviso al de Michoacán, encabezado por el perredista Leonel Godoy. En mayo, se sucedieron los reclamos por el uso político de los arraigos de funcionarios y de alcaldes, lo que provocó fisuras en la relación con el ala perredista afín al Presidente y con el Partido Revolucionario Institucional.

Orgulloso de saber navegar a contracorriente, Felipe Calderón asegura que estamos saliendo adelante de tantas adversidades.

El pueblo de México también tiene un gran obstáculo para el ejercicio de su soberanía: su propio gobierno. Por eso, ni un minuto más del PRI en el gobierno, diría Calderón Hinojosa ante consejeros de su partido en 1997, cuando era líder del blanquiazul y ya se fraguaba la candidatura de Vicente Fox a la Presidencia.

Hoy, el PRI no está en el gobierno, pero sí ha marcado su agenda desde el mismo momento en que respaldó la unción del segundo panista en la Presidencia de la República, a pesar de las protestas del PRD.

Presumidas por el propio mandatario como reformas que rompieron el tabú de la incapacidad crónica de México para procesar diferencias, la fiscal, la de seguridad y la energética fueron confeccionadas con una alta dosis de concesiones al Partido Revolucionario Institucional, a grado tal que la bancada panista ya impulsa una segunda generación de esas mismas reformas con un escenario complicado por su debilitada representación en el Congreso.

Calderón tampoco dudó en aliarse a la lideresa magisterial, Elba Esther Gordillo; a los gobernadores de Puebla, Mario Marín, y de Oaxaca, Ulises Ruiz, así como al dirigente petrolero, Carlos Romero Deschamps, representantes del sistema corporativo y corrupto que fustigó en el pasado.

Inexperiencia temporal

Prefiero inexperiencia temporal a sabotaje permanente, es una frase del ex primer ministro checo Vaclav Havel, que el presidente Calderón adoptó para moldear a su gabinete. Así, ha preferido rodearse de los miembros de la autodenominada generación de jóvenes panistas, como Salvador Vega Casillas, el extinto Juan Camilo Mouriño, Ernesto Cordero, Gerardo Ruiz Mateos, Fernando Gómez Mont, Juan Molinar Horcasitas y Alonso Lujambio.

De las calamidades sexenales, Calderón señala entre las peores la muerte de Mouriño, en un accidente aéreo, el 4 de noviembre de 2008. Al despedir a su amigo –investigado y exonerado por el propio gobierno de las acusaciones de tráfico de influencias– en una ceremonia digna de un jefe de Estado, el mandatario perdió también a un claro sucesor.

Con este escenario vino la primera prueba electoral para el calderonismo, en la que el PAN respaldó su propaganda en la figura presidencial y en la descalificación al PRI, ambas soportadas en un bombardeo mediático, signo de esta administración.

Una estrategia que combinó respuestas tersas y declaraciones fuertes, como la del senador Manlio Fabio Beltrones, quien sugirió al Presidente que se fajara los pantalones, al final dio resultados al tricolor.

Y desde aquellas arengas partidistas en las que Calderón decretó la urgente sepultura del PRI, transcurrieron 12 años y, hasta el momento, todo apunta a que se podría confirmar su temor principal: ser una alternancia de paso.