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Arropado por un auditorio aplaudidor enumera las cinco plagas que han asolado al país

En tardío discurso de toma de posesión, Calderón dice que es la hora del cambio

Crisis económica, influenza, narcotráfico, caída petrolera y sequía, los males que padecemos

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Entonación del Himno Nacional, durante la ceremonia realizada con motivo del Informe del presidente Felipe CalderónFoto Marco Peláez
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Javier Lozano Alarcón, Gerardo Ruiz Mateos, y los gobernadores de los estados de México, Enrique Peña Nieto, y de Hidalgo, Miguel Osorio Chong
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Eduardo Bours, gobernador de Sonora; el ombudsman José Luis Soberanes; Marcelo de los Santos, mandatario de San Luis Potosí, y Guillermo Ortiz, titular del Banco de México
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El luchador Blue Demon, entre los invitados de honor a la ceremonia por el tercer Informe de gobierno de Felipe CalderónFoto Ap/ Gregory Bull
 
Periódico La Jornada
Jueves 3 de septiembre de 2009, p. 5

Que alguien le consiga un calendario al Presidente de la República. A casi tres años de asumir el poder, y tras la enumeración de las cinco plagas que azotaron el tercer año de su gobierno, Felipe Calderón Hinojosa dictamina: Es la hora del cambio.

Los gestos de los pocos priístas y perredistas presentes dejan ver que, quizá, el discurso hubiese sido bien recibido en su toma de posesión, en diciembre de 2006, pero no ahora, en el reino de la crisis económica, el virus A/H1N1, la violencia del narco, el derrumbe de la producción petrolera y, quinta plaga en los dichos de Calderón, la sequía.

Traza el Presidente una agenda de diez puntos, dominada por las reformas que corresponden al Congreso y la intención se dibuja clara: en el quinto Informe podrá el michocano, que soñó ganar el gobierno sin perder el partido, culpar a la oposición –la priísta, dueña del mango y la sartén– de los cambios frustrados.

La vigésima andanada de aplausos acompaña las frases de cierre del mensaje con motivo del tercer Informe de gobierno: Lo que propongo es pasar de la lógica de los cambios posibles, limitados siempre por los cálculos políticos de los actores, a la lógica de los cambios de fondo que nos permitan romper las inercias y construir en verdad nuestro futuro.

¿No era ése el camino esperado en 2000, cuando llegó al poder el primer gobierno panista? Claro, no fue culpa de Vicente Fox, sino de la alineación de los astros y las malas vibras. Pero luego, haiga sido como haiga sido, llegó Calderón a gobernar sin los cálculos políticos que ahora critica, con las frases que le aplauden las corbatas rojas del PRI (uniforme de los gobernadores de ese partido, con tres excepciones) y personajes como el ex secretario de Educación Reyes Tamez, un tonel que acaba de renovar contrato con la nada calculadora maestra Elba Esther Gordillo, ahora como coordinador de los diputados del Partido Nueva Alianza.

Las presencias y las ausencias

Se suplica a los asistentes ponerse de pie, dice el conductor, antes de las nueve de la mañana. Suena el Himno a la Bandera. Un ensayo nomás, con un buen número de sillas vacías, quizá por la rigidez del Estado Mayor Presidencial a la hora del ingreso, mayor que en otras ocasiones. Los logros en cifras inscritos en grandes mamparas (becas, seguro de salud, etcétera) exhiben un gobierno triunfador y chocan así con el discurso de su cabeza: Tomaría muchos años o quizá décadas el poder vislumbrar en hechos concretos el México que queremos, dice Felipe Calderón, muy aplaudido por empresarios, líderes gremiales y sociales, su gabinete, dirigentes de partidos y, sobre todo, funcionarios del gobierno federal que alcanzaron una de esas invitaciones que todavía repartían en la entrada.

Carlos Slim charla brevemente con Consuelo Sáizar; Jorge Emilio González, El Niño Verde, saluda a diestra y siniestra. El gobernador sonorense, Eduardo Bours, se apapacha con el procurador, su tocayo Medina Mora, como si no se hubieran tundido en el caso de la guardería. El teléfono del diputado Francisco Ramírez Acuña suena y suena, porque le llama Gerardo Fernández Noroña, a quien no dejan entrar, pero el jalisciense ni se inmuta y por supuesto no contesta. Durante largos minutos, el guerrerense Zeferino Torreblanca es el único perredista en la fila de gobernadores. Luego llega la zacatecana Amalia García, recién destapada como precandidata a la Presidencia. García Medina se instala en un lugar ajeno, porque ya entonces Felipe Calderón recorre la fila de mandatarios estatales, estrechando manos una a una. De regreso desde un extremo, el Presidente le da beso y lo mismo ocurre cuando, al finalizar su discurso, Calderón se despide de mano de los invitados especiales.

En el otro extremo del templete, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard Casaubon, hace mutis para evitar el saludo del Ejecutivo federal, pese a que aplaude en algunas ocasiones los dichos del michoacano. Las ausencias de Jesús Ortega y de Carlos Navarrete, recién ungido líder del Senado –en representación de esa cámara acude el panista Ricardo García Cervantes–, subrayan la presencia del jefe de Gobierno.

Todos, los ausentes y los presentes, son los llamados por Calderón a dejar atrás las sombras de los mitos, los prejuicios y los tabúes en aras de la nación. Por el cambio a fondo dice ir Calderón en la segunda mitad de su sexenio.

El reloj de Calderón

Es posible que Calderón haya extraviado el calendario, pero su reloj es muy preciso. Al combate a la delincuencia organizada le dedica 20 minutos de su discurso. A la política social, cuatro minutos. A la educación dos y a la política exterior tres.

Abre, claro, con el tema del crimen organizado. Calderón, en tono de disertación académica, dedica los primeros minutos a explicar al país la génesis del narco que actualmente combate su gobierno. Y mientras habla, en las grandes pantallas a su espalda se suceden imágenes de policías y soldados camuflados y encapuchados que, además de exhibirse en patrullajes, patean puertas con singular alegría.

La droga que su gobierno ha decomisado, dice el Presidente, alcanzaría para que cada joven mexicano se chutara 80 dosis. Los datos del miedo. Y el interés en subrayar un asunto: los cárteles del narcotráfico han sido combatidos sin distingos.

Con todo, el mandatario redefine el fin último de la guerra: El objeto medular del gobierno es lograr la seguridad pública de los ciudadanos y no única ni principalmente combatir al narcotráfico.

Que se los diga a los habitantes de Ciudad Juárez, donde la guerra se ha traducido en robos, extorsiones y secuestros de personas ajenas a las bandas criminales, sin contar los centenares de casos de abusos militares. Y son justo las fuerzas armadas, héroes de esta guerra, igual que los policías caídos en combate, los que se ganan los primeros aplausos que ya no han de parar.

Desde el inicio del sexenio hemos triplicado el presupuesto destinado a la seguridad pública. Y desde el inicio del sexenio las ejecuciones se han cuadruplicado, y los secuestros y otros delitos asociados a la actuación de las bandas del crimen organizado.

El recuento de la guerra da paso a los efectos de la crisis económica y las medidas contracíclicas que nos salvaron de un desastre mayor. Ésta ha sido la peor crisis económica en décadas, pero gracias al esfuerzo de todos, logramos que su impacto en el empleo y en el ingreso de los mexicanos fuese considerablemente menor a lo que se registró en crisis anteriores. O, dicho de otro modo que parafrasea un lema en boga: estaríamos peor sin Felipe Calderón.

El cuadro de la crisis que ya tocó fondo se completa con la novedad de que Calderón ha dejado de ser el presidente del empleo que prometiera en campaña: Estamos decididos a que éste sea el sexenio de la infraestructura. Será porque ahí sí, en la construcción de carreteras y presas, sí hay un dineral, porque en política social el Presidente hace sólo un apresurado repaso de los apoyos de los programas Oportunidades y Piso firme, además de las 8 mil 400 guarderías cuya principal característica es que tienen costos verdaderamente marginales para el Estado.

En constraste, la agenda es ambiciosa. Diez puntos que van de la salud para todos, al siempre prometido combate apartidista a la pobreza. Que convocan a superar el marasmo de intereses en la educación y que avientan la bolita al Congreso de reformas largamente prometidas, como la laboral, de las telecomunicaciones, de las finanzas públicas. Del combate a la delincuencia, nada, sólo profundizar su ruta.

Con escasa fuerza para impulsar las reformas, Calderón edita su versión del día del Presidente y propone, por último, una reforma política que permita pasar del sufragio efectivo a la democracia efectiva.

Los diez puntos de Calderón dejan ver tremendos boquetes. Y eso que, en la apertura de su discurso, al hablar de las cinco plagas, había dicho que ninguno de esos desafíos históricos, ninguno, ni todos en su conjunto, han minado la vida institucional de México.