¿Transparencia? Concurso de profesores.

Apuntes de un observador

Manuel Gil Antón

¿Hay algo más contrario a un concurso de oposición en lo educativo (y al sentido común), que hacer una prueba estandarizada, objetiva como les dicen, de opción múltiple?

I

Es temprano. Van 16 días del mes de agosto y hay que estar a las 9 de la mañana en la secundaria en la que seré observador del Concurso Nacional de Asignación de Plazas Docentes para el ciclo escolar 2009-2010. Me acredito, carta de Transparencia Mexicana (TM) de por medio, e inicio la tarea.

II

Ya presentados el señor que soy y la señora que representa a la SEP, le pregunto por el examen: van a venir profesores que ya son, y otros que ya estudiaron y quieren ser. Los que ya son, sí son, pero todavía no son dueños de sus horas o de sus plazas. ¿Dueños? Sí, que no las tienen en propiedad. Son suplentes de alguno que sí es dueño pero tiene licencia. Por eso, unos vienen para ya ser propietarios, y otros para entrar desde un comienzo como titulares de algunas horitas, ¿eh? Habrá plazas y horas nuevas o desocupadas. No sé, me dice al preguntarle cuántas.

III

Esta sede es una de las 300 que habrá en el país y a las que acudirán cerca de 128 000 aspirantes. Habrían debido hacer un examen de oposición, prometido por la Alianza por la Calidad Educativa (ACE), pero resulta ser, contradictoriamente, una oposición al buen sentido. ¿Hay algo más contrario a un concurso de oposición en lo educativo, que hacer una prueba estandarizada, objetiva como les dicen, de opción múltiple? No es cierto que el que sabe, por ello sabe enseñar. Es que son muchos, comenta la coordinadora de la sede a otra observadora. Ha de ser por eso. ¿Se podrán evaluar las “destrezas pedagógicas” mediante algunos de los 80 reactivos con cuatro opciones: una buena y las otras tres malas? Si pienso, dudo; si dudo insisto. ¿A quién le importa pensar? Toda duda es reaccionaria, pues avanza la transparencia.

IV

En el salón se reparten las hojas de respuesta previa identificación exhaustiva. Luego van a un pupitre donde sólo pueden tener lápiz, sacapuntas y goma. Nada más, dice la aplicadora. Nerviosas (sólo hay cuatro hombres de 41 aspirantes en el salón) esperan recibir el cuaderno de preguntas. El salón, observo, tiene rejas: cuento 40 barrotes por cada lado, y en la puerta el sitio para un candado. ¿Jaula más que aula? Los formatos de respuesta son anaranjados… como las hojas en las que uno apunta los números del Melate. Nada que ver. Pura coincidencia.

V

Arranca el examen a las 11 y 3 minutos. Dan las 11 y 10 y la señora de la SEP y la dueña de la sede, a señas, me piden que salga del salón. No puede estar adentro. ¿Y cómo hago para ser observador? Pues por la ventana. Sólo un ratito. Luego se va al patio. La hoja de TM dice que puedo estar adentro. Es una necesidad obvia. La señora de la SEP dice que va a preguntar. Llamo por teléfono a las oficinas de TM y me dicen, para mi sorpresa y coraje, que sí, que hay que quedarnos afuera. Son las nuevas reglas. De pronto, la señora de la SEP regresa. Ha llamado a sus jefes, y dice que sí podemos estar adentro. Sin comentarios. Ya son cuarto para las 12.

VI

¿Seré un fisgón? La maestra que queda a mi derecha pone su cuaderno de preguntas, durante unos minutos, de tal manera que puedo ver alguna sin que los aplicadores se enojen. Apunto de prisa y no alcanzo a ver para que sea textual mi nota, pero es una buena aproximación. Pregunta 43: El maestro advierte que un par de alumnos tienen Déficit de Atención, ¿qué debe hacer para mejorar el trabajo del grupo? a. citar a los padres; b. preguntar qué hacer a profesoras que ya los tuvieron de alumnos; c. les pone más atención para ayudarles y d. los manda con la directora para que los envíe con un psicólogo. Usted dirá cuál es la buena. Yo marcaría las cuatro. Ella no puede. Está su trabajo de por medio. La miro: piensa, revisa, vuelve a leer, mueve una pierna como jugador de dominó con la de seises ahorcada, suda, y decide que es la opción tal. Rellena el óvalo con toda transparencia.

VII

Les dijeron que eran 80 preguntas. Me asomo de nuevo y veo que llegan hasta la 110. Otra maestra que puedo mirar desde mi esquina neutral al ver que no para en la 80 se acongoja y levanta la mano pero la baja de inmediato: teme preguntar. Mejor se apura. Les dieron dos horas y media. Ya entregó la de enfrente. El aplicador dice que quedan cinco minutos. A la hora en que dé la orden todos deben soltar sus lápices. Como en el Basta. Y basta.

VIII

No se hizo trampa en mi salón. Los exámenes se ponen en una bolsa con un sello y el testigo firma la cédula, como dice la guía. Claridad habrá: el lector óptico dirá a cada suspirante: tuviste tantas buenas. Y con ese número, se va a la transparente y meridiana claridad de lo opaco en serio: hay plaza si el director y el inspector deciden que haya; lo mismo con las horas. ¿Cuántas plazas u horas hay a “concurso”? No se trata de la oposición por una plaza determinada, sino de la obtención de un resultado con el cual negociar ser dueño de algo, tener la propiedad de un poco de madera en el mar del desempleo, ser titular de tres horas, como ejidatario de surco y medio. Esto no lo observo; esperando el micro me lo dicen en la esquina cinco maestros. Yo ya hice el examen el año pasado, saqué muchas buenas, y la plaza se la dieron a una que era amiga de la amiga de un señor del sindicato con 20 aciertos menos. Reclamé. Me dijeron los de la SEP que mejor volviera a hacer el examen. Y aquí estoy, señor… ¿qué le vamos a hacer? Es cierto. No hay mucho donde guarecerse si la transparencia en lo superficial se emplea para ocultar el fondo. La opacidad no está en este mecanismo: es transparente pero inadecuado. La caja negra, sin claridad ni control social, es la manera en que se asignan plazas u horas. Es la asignación el quid.

IX

Ya eran como cuarto para las tres. Iba a llover: estaba nublado, gris.

Manuel Gil Antón es profesor de la UAM/ Iztapalapa, estudioso de temas educativos. [email protected]

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