Opinión
Ver día anteriorLunes 7 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El purgatorio del deseo
L

ydia Lunch (nacida Lydia Koch en 1959) es originaria de Rochester, su infierno inicial, en el llamado estado de arriba, al norte de la ciudad de Nueva York. Infancia y adolescencia de mierda la catapultaron a los 14 años lejos de su asqueroso padre. No está claro a dónde. A los 16 renace en coladeras y antros de Manhattan, ya completamente pervertida, según confiesa.

En el recuento ficcional de esa nueva edad de su vida en la novela Paradoxia: el diario de una predadora (1997), la cantante punk alcanza maestría en la prosa. No sólo es un aullido que encuentra boca, sino también lo que, bajo cualquier estándar, puede clasificarse como pornografía. Montones de sexo explícito y lenguaje ídem. De eso se trata. Un recuento de trofeos, frondosos episodios de sexo con desconocidos o con novios locos, Paradoxia es el (re)cuento de su cacería, con el entusiasmo y el fervor de Huckleberry Finn o En el camino.

Qué antiguos parecen los tiempos en que D. H. Lawrence, James Joyce y Henry Miller fueron llevados a tribunales y censurados por hacer pornografía en sus hoy clásicos El amante de Lady Chatterley, Ulises y Trópico de Cáncer, respectivamente. Vivimos mediáticamente inmersos en una permisividad sexual, al menos virtual, tan vasta que llega a un snuff criminal accesible en el mercado. ¿Ya qué es pornografía?

Lo que hace notable Paradoxia (traducción en Editorial Melusina, Barcelona) no es el sexo explícito, ni que esté sugerentemente basada en hechos reales (dos expresiones favoritas de los publicistas). Son la actitud y la voz, la brillantez narrativa para una temporada en el infierno vencida por el gozo, donde sólo debía doler. Abrázate al verdugo: ahórcalo. La venganza sobreviviente de una libertad conquista en un mundo fuera de control para muchachitas como ella, saltando a las vidas de otros para huir de la suya.

Su idealización del infierno resulta verosímil al no ser las drogas un problema mayor para ella, sólo para los otros, frecuentemente sus parejas o presas sexuales. No cae en la ingenuidad de Trainspotting. Con las drogas duras no se juega. (Con las demás, todo el tiempo.)

Llama la atención que Lydia invoque a George Orwell sobre el valor revolucionario de decir la verdad. ¿Qué hubiera pensado de ella el adusto Orwell? En su ineludible ensayo Dentro de la ballena (1940), el escritor analiza la literatura moderna a partir del fenómeno Henry Miller, un paradigma del nuevo egoísmo que él mismo había descubierto desde el momento de su aparición en 1935, como una suerte de Jonás metido en el vientre de una ballena, tibio y confortable, viendo trasitar el mundo. Después de pasar sumaria revista a los politizados Eliot, Auden, Isherwood, Lawrence y Spender, Orwell prevé que por el nihilismo milleriano avanzará la literatura del siglo XX. Y lo lamenta. Si los autores políticos le molestan (él mismo uno de ellos), más le molestan los apolíticos.

El vientre donde está Miller es suficientemente grande para que quepa un adulto. Sí, Miller es un verdadero artista, su ballena es transparente. Pero sigue dentro de ella: Es un escritor completamente negativo, inconstructivo, amoral, un mero Jonás, un aceptador pasivo del Mal, una especie de Walt Whitman entre cadáveres.

¿Es Lydia Lunch una aceptadora pasiva? Ella diría que no. Su droga es el sexo. Su campo de batalla para sobrevivir. El epílogo del volumen autobiográfico Will Work for Drugs (2009) se titula, igual que una de sus viejas rolas punk, Enferma de deseo. La novedad de su narrativa es que está hecha por una mujer. El miembro viril no aparece como arma de dominación. No determina la Historia. Es un jueguete teledirigido desde las manos y los orificios corporales de una hambrienta muchacha que devora el bajo Nueva York y se deja devorar por él.

A veces se regala a adolescentes suertudos, o a viejos sin esperanza, con una buena cogida. A veces deja que abusen de ella por gusto, por torcida, en manos de sementales delirantes en cocaína. Sexo y muerte, bien pegaditos. De todos modos, advierte, la muerte tarda mucho siempre. Aún putificacando su personaje, no se prostituye. Va de un hombre a otro como quien explora África.

Puede verse Paradoxia como un manifiesto femenino contra la falocracia, pero sirviéndose del arma enemiga para no aburrirse y arañar la felicidad. Una clásica novela de aventuras en escenarios pestilentes o comprometidos, sin pelos en la lengua, protagonizada por el sexo, el ano y la boca al borde de la asfixia de una chica en permanente huída de su infierno interior.

Adoraba el poder del coño. La manera en que los hombres eran atraídos a sus misterios, como si buscaran oro en territorio extranjero. Dulce flor maligna, raíz del desengaño. Desde ahí, la predadora de Lunch se sacia momentáneamente: temporary fix for an unscratchable itch (remedio pasajero para una comezón imposible de rascar).