Opinión
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34 Festival de Toronto Inocencia sin protección
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El fundador de la empresa de las conejitas antes de la presentación del filme Hugh Hefner: Playboy, activist and Rebel en el Festival de TorontoFoto Ap
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yer tuvo su primera exhibición pública el documental mexicano Presunto culpable. Toda una rareza dentro del esquema de la producción cinematográfica nacional porque, originalmente, ni siquiera fue concebida como una película. Por una vez, el nombre de una productora –Abogados con Cámara– no es un chiste ni un capricho, sino la verdad. Enfrentados a un caso de flagrante injusticia, cosa nada inaudita en nuestro sistema penal, los abogados Roberto Hernández y Layda Negrete decidieron grabar en video el proceso seguido por un José Antonio Zúñiga Rodríguez, acusado de asesinato y sentenciado a prisión, sin que mediaran pruebas fehacientes, testimonios veraces o siquiera un juicio legal.

El resultado fue tan dramático que –con la participación del documentalista australiano Geoffrey Smith, quien le dio una estructura al material grabado–, lo que había sido un recurso válido para patentizar las posibles irregularidades de un caso, se volvió un escalofriante testimonio de cómo un ciudadano común y corriente puede ser privado de su libertad, por una combinación de ineptitud, corrupción policiaca y chambismo jurídico. Vaya, en ese contexto El proceso, de Kafka, se antoja una novela costumbrista. La película funciona como un thriller del absurdo que, al mismo tiempo, busca trascender el mero registro cinematográfico y servir de llamada de atención. Vaya, cine de denuncia, como se decía antes.

Por su parte, el realizador ecuatoriano Sebastián Cordero se había caracterizado por la descripción social en sus dos anteriores películas, Ratas, ratones, rateros y Crónicas. Coproducida entre Colombia y España, Rabia inicia con esa mirada realista, pero se transforma en una especie de melodrama gótico conforme se siguen las acciones de un obrero mexicano (Gustavo Sánchez Parra) que, tras matar a su capataz, se refugia y esconde en el abandonado desván de la mansión donde trabaja su guapa novia colombiana (Martina García), al servicio doméstico de una decadente familia española, sin que nadie se dé cuenta. (Al parecer, después del éxito de El orfanato, Guillermo del Toro parece abocado a producir películas en España sobre mansiones decrépitas que ocultan un secreto). En un reto a la verosimilitud, el personaje se va degradando, entre el hambre y el abandono, hasta quedar convertido en un demacrado hombre salvaje.

A Cordero no le interesa tanto el suspenso que podría generar esa situación como establecer una metáfora algo esquemática sobre cómo los migrantes latinoamericanos sufren el racismo y la xenofobia europeas (o españolas, en concreto). Según esa mirada, dichos migrantes sólo son vistos como una fuente de trabajo servil, o una plaga a ser eliminada.

El 34º festival de Toronto está cumpliendo su tercer día y uno ya está harto de los cinco minutos de cortos de agradecimiento a patrocinios que se proyectan, casi sin variaciones, antes de cada película. Lo que llama la atención es la repetición del mismo promocional de Cadillac del año pasado. ¿Querrá decir eso que todavía están tratando de vender los modelos de 2008? ¿Tan mal se encuentra la industria del automóvil?