Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de septiembre de 2009 Num: 758

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Conciencias que se alternan
ROGELIO GUEDEA

En la colina del norte
IÁSON DESPOÚNDIS

Borges: escribir después del romanticismo
GUSTAVO OGARRIO

Petróleo
ISAAC BABEL

El camino
ISAAC BABEL

La escritura como reinvención del cuerpo
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con ÁNGELA BECERRA

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Ana García Bergua

Mira cómo aguanto

Me di cuenta hace días, cuando me encontraba sometida por un espantoso aparato para hacer mastografías en un lugar donde se escucha música clásica. La mastografía, lo sabemos muchas, es algo así como machucarte el dedo en el armario, sólo que muchísimo peor. El caso es que la enfermera me decía: no se mueva, no hable, no grite, inhale, no respire, aguante. No creo haber logrado obedecer ninguna de aquellas amables sugerencias, pues me estaba retorciendo de dolor –si no es que zarandeándome como pollo al borde de la decapitación–, excepto la de aguantar. La verdad, me aguanté en aras de la salud, la medicina y la ciencia que ha inventado este paradójico aparato para detectar el cáncer y cuanta cosa se nos pueda estacionar en el pecho, me aguanté quién sabe cómo, ni por qué, pero me aguanté, en lugar de luchar por liberarme (era peligroso, lo admito) y destruir el laboratorio a martillazos, como haría cualquier persona consecuente con sus agravios. Y pagué y todo, y escuché cómo me decía la señorita: ya estuvo, ya puede descansar. Como si no ser apachurrada fuera un premio por haber aguantado.

Luego me quedé pensando que en este país lo que más se valora es el aguante. Mi papá tenía para ese fenómeno un nombre maravilloso: le llamaba el síndrome del violín huasteco. ¿Cuánto puede durar el violín huasteco y, más que el violín huasteco, la nota aguda que da el cantor al son de este violín, que es larga, larga, larga, a veces ni siquiera tan melodiosa o afinada, pero eso sí, muy duradera? Cómo aguanta este hombre, piensa uno cuando escucha el falsete, qué bien respira, cuánto aire tiene en esos pulmones y ni que estuviera tan grandote. Los mexicanos podríamos llenar cientos de formularios con ejemplos de aguante y eso sin tener que recurrir a los clásicos ejemplos históricos de la Colonia , el Porfiriato o todos los años que llevamos y llevaremos el priísmo pegado a las espaldas como un lodo viscoso. Por ejemplo, aguantamos el picor aunque ya no sepamos ni qué estamos comiendo: échale salsa, decimos con los ojos nublados por el llanto y la lengua convertida en una roja desgracia, yo aguanto mucho chile. O: sírveme otra cuba, yo me echo seis, siete, hasta ocho tragos y no me pasa nada (eso lo dice alguien después de delirar durante horas, eso sí, con toda seriedad y antes de que le echen gotas para los ojos en el vaso). Nuestros deportistas aguantan llegar a toda clase de competencias: entran al campeonato, pasan a cuartos de final, y ya que pierden, nos ponemos tristes pero estamos orgullosos de cuánto aguantaron, pues en general, apreciamos a quienes aparecen en una foto muy sudados y esforzándose. Nuestros políticos pueden ser acusados de toda clase de barbaridades, pero ellos resisten heroicamente –es un decir– en sus cargos; será que creen que alguien lo va a apreciar. Parecen como esos que ponen duro el bíceps y te dicen: a ver, pégame. O a ver, empújame, y uno empuja y empuja sin que se caigan. Antes ser conocido como conspicuo ladrón, débil mental o encubridor de fechorías que como alguien de poco aguante, han de pensar, aunque en su caso el aguante se confunda con una extraña idea de eternidad.

También aguantamos pacientemente el tráfico: yo creo que si no lo hiciéramos por padecer el síndrome del violín huasteco, hubiéramos obligado a Hank González a recorrer de rodillas los ejes viales con que desgració a nuestra pobre ciudad y a todos los que han insistido en llenarla de vías, cuando lo pertinente era decir: hasta aquí llegamos. Pero aguantamos mucho, la ciudad aguanta crecer siempre un cachito más y por eso creemos que circular es lo mismo que hacer cola en el coche –siempre nos podemos quejar de la programación de la radio–, mientras le decimos a alguien que nos aguante, que ya mero llegamos. Aguanta, le pedimos por el celular a quien nos espera, mientras vete preparando los chilaquiles y yo llego en cualquier momento. Y luego contamos: ayer tardé siete horas en recorrer de la Glorieta de Insurgentes al monumento a Cuauhtémoc. Hay algo de orgullo secreto, no lo neguemos, de récord Guiness al decirlo y ver la admiración incrédula del interlocutor.

Es que somos recios y aguantamos mucho. Y eso que dicen que el anunciado colapso ya llegó, que se acaba el agua. Ya muchos viven sin ella, otros estamos calculando cuánto podemos aguantar: cosa de comprar desodorante y ahora sí, miren ustedes qué paradoja, no esforzarse mucho para que no nos gane la sed.