Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de septiembre de 2009 Num: 758

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Conciencias que se alternan
ROGELIO GUEDEA

En la colina del norte
IÁSON DESPOÚNDIS

Borges: escribir después del romanticismo
GUSTAVO OGARRIO

Petróleo
ISAAC BABEL

El camino
ISAAC BABEL

La escritura como reinvención del cuerpo
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con ÁNGELA BECERRA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Luis Tovar
[email protected]

Filmar la muerte

Hay cine que pisa el rojo, pero no precisamente el de la alfombra que se pone para que por ella pasen los invitados a una premier. Hace medio año, este juntapalabras tuvo la fortuna de ver el largometraje documental La vida loca. De suyo atractiva por el tema que aborda, la cinta venía precedida por una larga serie de comentarios ya elogiosos, ya sorprendidos por la manera en que Christian Poveda, su director, había llevado a cabo un proyecto que se antojaría imposible: grabar, desde adentro y sin cortapisas, durante una larga temporada, la vida cotidiana –la vida loca a la cual el título alude– de un buen número de miembros de la banda salvadoreña conocida como la Mara 18, que suele firmar, tatuando los cuerpos de sus elementos, de este modo: M18.

Mucho tiempo invirtió Poveda en la necesaria, indispensable labor de convencimiento llevada a cabo para que la M 18 le permitiera entrar, a “sus” territorios. Una vez obtenida la anuencia, el realizador estuvo en posibilidades de pasearse a su aire para registrar, cámara y micrófono en mano, el acontecer diario de un grupo social tan compacto como antisocial, tan estigmatizado como reprobable, tan sin explicaciones a su vocación tanática como ejemplo y resumen y resultado de un régimen político-económico que tampoco se molesta en dar explicación alguna para su vocación excluyente.

Lo que La vida loca refleja es todo lo anterior y mucho más. En la película se asiste, de primerísima mano, a la exhibición constante de un resentimiento social que, dada la incapacidad para identificar con claridad quién o quiénes deberían ser los destinatarios del rencor, hace un barrido parejo y atenta sin distinción alguna en contra de todo aquello que no forma parte del grupo mismo. Metido hasta el cuello, sin reparar en una búsqueda de distanciamientos formales que, de todos modos, no iban a darle una objetividad a la que posiblemente haya renunciado sabiéndola impracticable, Poveda dedicó más de un año entero a llevar la cuenta puntual de todo aquello que le acontecía a la M 18: consignaciones ante la “justicia” y encarcelamientos, justificados y de los otros; exploración y puesta en práctica de proyectos autónomos y populares de reinserción a la vida productiva; rechazo a veces cínico, a veces escéptico, casi siempre prejuiciado, de dichos proyectos por parte de la misma comunidad a la que de ese y otros modos se estaba buscando reivindicar, puede que incluso salvar de sí misma... Y muerte, sobre todo muerte, pues muerte y no otra cosa fue lo que Poveda se vio más obligado a registrar mientras pasaba el tiempo y el documental tomaba forma. Guerra a la que nadie quiere llamar por su nombre, la que hoy siguen librando la M 18 y la Mara Salvatrucha es múltiple y no se fija de dónde provienen los caídos, siempre que los siga habiendo. Pueden provenir de los enfrentamientos entre bandas, de los migrantes que atraviesan medio continente y tienen la mala fortuna de encontrarse con alguna de las Maras; puede ser cualquier desaprensivo transeúnte, o inclusive alguien que, como el director de La vida loca, a querer o no querer, y siempre desde la perspectiva y la lógica de aquellos grupos, ya formaba parte de ellos y, por lo tanto, era susceptible de engrosar las listas de abatidos.

Como ya sabrá el lector, hoy Christian Poveda está muerto. El pasado miércoles 2 de septiembre fue abatido por un plomo que forma parte habitual de esa vida loca. Se desconoce la identidad del o los perpetradores del homicidio, pero es un hecho que el asesino forma parte de ese mismo submundo retratado por Poveda.

En un comunicado de prensa, Carole Solive, Gustavo Ángel y Emilio Mallé, productores de la cinta, se declaran dispuestos a “desafiar con palabras e imágenes a los que querían desafiarnos a nosotros con el asesinato de Christian”. Exigen, asimismo, que las autoridades salvadoreñas se hagan cargo de su responsabilidad e invitan a “una reflexión a nivel nacional para tratar de cesar de manera urgente la injusta violencia que espera a la juventud salvadoreña [y] latinoamericana”.

Mal hará quien piense, con ese alzamiento de hombros que suelen provocar la pereza mental y la falta de ganas de entender a fondo la naturaleza de un fenómeno tan complejo como el cine, que a Poveda le pasó lo que le pasó por andar metiéndose “donde no debía”. Ni apologético de la violencia, como podrían suponer algunos de aquellos levantahombros, ni hecho con pretensiones ilusas de imparcialidad, a su realizador La vida loca le ha costado la vida, literalmente. Además de sumarse a las justas exigencias de sus compañeros productores, aquí se hacen votos porque la muerte de Poveda fertilice la noción colectiva de que el cine tiene cometidos mucho más importantes que el de sólo entretener.