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Vida y crónica de un campeón cuenta su caída en las drogas y su rehabilitación

Zárate escribe su biografía: de la cumbre boxística al fango

Narra sus 10 años entre la cocaína y los solventes, su andar por hoteles de mala muerte y la pérdida de todo lo ganado en brillante trayectoria

Todo me lo acabé, pero soy un hombre feliz

 
Periódico La Jornada
Jueves 17 de septiembre de 2009, p. a17

“... La ambulancia logra abrirse paso entre las calles atestadas de la gran ciudad. El sonido de su sirena es señal de que algo grave está ocurriendo. Me duele mucho el pecho, es un dolor en momentos intolerable. Trato de acomodarme lo mejor posible, pero estoy en un grito.

“Al llegar al hospital me sorprende ver a varios doctores. Parece un gran ejército. Al descubrir a Nelly comienzo a sentirme más tranquilo. Poco a poco el sopor se apoderó de mí, me fui sumergiendo en viejos recuerdos, mi madre llegó a mi mente a hacerme cálida compañía.

Volví a sentirme como un niño indefenso en busca de ser cobijado y en un instante recordé toda mi vida, brotaron un sinnúmero de imágenes como si de nueva cuenta me encontrara en el ring para enfrentarme a un rival difícil...

Es el inicio de la autobiografía de Carlos Zárate Serna, cuando el ex campeón mundial gallo sufrió un infarto y sintió que me llevaba la calaca. Pero no se lo llevó y, él mismo lo dice, nació por tercera vez.

En esta etapa de su vida, a sus 58 años, se está dando tiempo para todo: se convirtió en mánager, procura sobre todo llevar bien la carrera de su hijo Carlos Jesús –quien este 15 de septiembre debutó con un triunfo en el profesionalismo–, labora en el Consejo Mundial de Boxeo (CMB) y prepara la salida de su libro.

El Cañas narra la forma en que de la cumbre boxística cayó al fango: anduvo 10 años en las drogas, en fiestas que duraban de 15 a 20 días y para las que compraban medio kilo de cocaína, en sus años buenos, y solvente, en sus épocas malas; en embaucar a amigos y familiares; en perderse en hoteles de mala muerte o inclusive dormir en plena calle; en derrochar casi todo lo que ganó con el poder de sus puños.

No pretendo ser ejemplo

El libro se llama Vida y crónica de un campeón/Carlos Zárate, éxito y nocaut y el ex boxeador aclara que no pretende ser un ejemplo ni dar consejos, sino contar su historia, mi caída y mi resurgida, y mostrarse simplemente como lo que es: un hombre libre y feliz.

El libro surge a consecuencia de tantas vivencias que he tenido, buenas y malas, pero más bien las malas, dice Zárate y, en charla con La Jornada, empieza a contar:

Refiere que le gustaba el boxeo desde chavo y supo que tenía capacidad cuando noqueé y le tumbé los dientes a uno que había sido campeón de los Guantes de Oro.

Narra su gusto por conocer al Cuyo Hernández, y que le dolía mucho la cabeza luego de sus primeras peleas. Recuerda su título mundial, que conquistó al vencer a Rodolfo Martínez, tras su triunfo ante Alfonso Zamora y su derrota frente a Wilfredo Gómez, y finalmente la pelea ante Guadalupe Pintor, que, acepta, me dejó traumadón.

Y cuenta, sin reparos, su caída en las drogas.

“Me acuerdo la primera vez. Un amigo de Tlatelolco me invitó a una fiesta porque era su cumpleaños y me abrió la puerta y entré y puro humo. Había artistas, personajes importantes de la policía, empresarios muy grandes y yo de tú a tú con todos, ya sabes. Entonces todavía tenía dinero, que es lo que vale ahí.

Ya me había retirado, porque la verdad, honestamente, fui un buen deportista. En cuanto se me acabó la carrera empecé con las drogas y creo que eso fue lo que me ayudó muchísimo, porque me aguanté todo lo que pasé. No he visto personas que realmente queden bien, porque todo el que se mete con el diablo, ileso no sale.

–¿Cuánto tiempo en el alcohol y las drogas?

–Diez años... ¡Hijo de...!

–¿Qué recuerdas de ese mundo de alcohol, fiestas, drogas, mujeres...?

–Mira, en ese ambiente, en ese fango, hay muchas cosas que va uno a conseguir hasta en los rincones mas desesperados, despiadados, donde hay puro... son lugares muy tórridos. Después de que peleé con Lupe Pintor empezó una vorágine de mi vida, muy loco.

Foto
El Cañas Carlos Zarate, en foto de archivo. Atrás se observa a Raúl Ratón MacíasFoto Notimex

“Andaba yo en todas las tienditas, como se les dice, bueno, no te imaginas donde anduve, en lugares que yo ni conocía.”

–¿Y cuánto gastaste?

–Es incalculable el precio. Mira, las primeras veces mandábamos traer hasta medios kilos y los agentes, los policías, los artistas y entre todos una cooperacha y luego me quedaba ahí 10-15 días en ese departamento.

Bueno, a mi casa ya ni iba. Solo dos-tres días y me echaba otros 15-20 allá. Iba por ropa para cambiarme, pero terminaba vendiéndola para la droga. Tenía fama, dinero y muchas ganas de divertirme, pero me fui hundiendo sin darme cuenta y se pierde todo, hasta la vergüenza...

No sabe con exactitud el dinero gastado en esos días turbios, pero recuerda que ganó unos 16 o 18 millones de pesos en 11 años de carrera, aunque al final tuvo problemas con Hacienda y me quitaron 5 millones de pesos de puros impuestos.

Y, como todo boxeador que se precie de serlo, compró casi de todo: una casa en la colonia Viaducto (donde vive su primera esposa), una de campo en Morelos, una lancha en Acapulco, un Mustang que cuidaba como a su bebé, una cruz de oro grande y gruesa con un brillante de kilate y medio, esclavas de oro con brillantes con el nombre de Charly, varios Rolex, una fábrica de muebles... y, no podía faltar, una vinatería a la que iba yo por las botellas y por la cuenta.

De todo eso sólo le queda una casa en la que vive con su actual familia, en la colonia Culhuacán, que valora en unos tres millones de pesos. Eso, más “la honestidad, la honradez.

Todo me lo acabé, todo me lo eché, refiere, y entonces empezó su vagar por hoteles de La Merced, Peralvillo y Tepito, y recurrió a los engaños: “Timaba a mucha gente, a muchos amigos con puras mentiras, pero poco a poco se va perdiendo la confianza de las personas.

Comenta que estuvo 10 meses en un Centro de Rehabilitación, en Hidalgo, aunque otras versiones señalan que sólo fueron ocho.

“Encerrado fue una desesperación tremenda, muchos nervios. Siempre le llega a uno su momento y creo que ése fue el mío y lo aproveché, porque antes caía en mis propias mentiras. Lo más duro fue la angustia, la desesperación de estar encerrado y soportar no tener más dosis. Me entraba una desesperación loca y me iba por un caminito que hay ahí hasta llegar a un Cristo de varilla.

Ése fue mi poder supremo. Iba con el Cristo y me hincaba, lloraba y regresaba otra vez a las juntas y oía a los chavos que estaban dando su testimonio y me volvía a agarrar la desesperación y otra vez me iba corriendo a la varilla con el Cristo. Luego cerraban en las noches la habitación donde estábamos como 20. Los primeros días miraba que no la cerraran con candado porque me entraba claustrofobia.

Pero salió.

En ese momento, dice, nació por segunda ocasión. Y por tercera cuando lo operaron a corazón abierto, en marzo pasado.

–Y naciste otra vez...

–Sí. Yo creo que Dios sabe que tengo una misión todavía que hacer en la vida: cuidar a mi hijo, enseñarlo. Míralo, ¿eh?, se ve bien, ¿no? –dice con orgullo al observar el entrenamiento de su vástago.

–¿Y ya estás limpio, Carlos?

–Hace cinco años que no pruebo nada de nada. Rápido se va el tiempo. Soy feliz, carnal, soy, uta madre, bien feliz, siempre tengo cosas que hacer y nunca me aburro. Me paro a correr en las mañanas con mi hijo, desayuno, voy al Consejo, a mi casa y luego a la chamba en la Ciudad Deportiva como mánager.

–¿Y cómo termina tu libro?

–Platicando de mi hijo Carlos Jesús, quien me pidió que le enseñara... pero ésa es otra historia, ya les contaré...