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34 Festival de Toronto

Los asegunes de la teoría del autor
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El músico Jack White en el lanzamiento de la película White Stripes: Under the Great White Northern Lights, en el encuentro fílmico de TorontoFoto Reuters
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oronto, 18 de septiembre. Premiado en Venecia por su guión, Life During Wartime (La vida en tiempos de guerra) es el quinto largometraje de Todd Solondz y una especie de secuela a su Happiness (1998), con diferentes actores interpretando a los mismos personajes; en esencia, tres hermanas judías de clase media que siguen enfrentando de mala manera sus acentuadas neurosis. Contra las expectativas, Solondz ha disminuido el desprecio bilioso hacia sus criaturas, e incluso ha recuperado algo del sentido compasivo de su ópera prima, Bienvenidos a la casa de muñecas (1995).

En especial son emotivos los episodios en los que el padre de familia pederasta (Ciarán Hinds) intenta retomar su vida tras salir de prisión. En cambio, las escenas en que la menor de las hermanas (una afectada Shirley Henderson) recibe la visita fantasmal de sus dos ex maridos, ambos suicidados, se sienten forzadas y tiesas. Aunque el resultado es desigual, anuncia la recuperación de Solondz como malicioso cronista de las fobias sexuales, ideológicas, existenciales del gringo promedio que encuentra natural el emigrar de New Jersey a Florida.

Los postulados de la teoría del autor incluyen la cláusula de que no se asegura la satisfacción garantizada. Son pocos los auteurs que se hayan salvado de tener, por lo menos, un petardo en su haber. El festival de Toronto ha exhibido dos ejemplos flagrantes: el irlandés Neil Jordan y el chino Tian Zhuangzhuang; ambos, curiosamente, con películas sobre hombres que se enamoran de mujeres misteriosas, posiblemente de origen mítico. Ya Jordan había tropezado hace dos años con Valiente, y ahora repite el traspié con Ondine, sobre un pescador que se enamora de una hermosa joven atrapada en su red; ella sugiere ser una silkie, especie de sirena escocesa. Interpretada por la inexperta Alicja Bachleda –polaca, pero tampiqueña de nacimiento (en serio)– parece más bien aprendiz de Dolores del Río, que arquea las cejas en cada línea de diálogo. El director acaba por arruinar su moderno cuento de hadas con una explicación prosaica sobre la verdadera identidad del personaje titular.

Y en Lang zai ji (El guerrero y el lobo), Tian Zhuangzhuang intenta con desgano el género épico; las batallas están filmadas de manera confusa y los constantes acostones entre el guerrero y la mujer-que-podría-convertirse en-lobo, recurren al lugar común de los cuerpos sudorosos, bañados por la supuesta luz dorada del fuego. Salvo una secuencia mágica en que un ejército es diezmado por una estampida de lobos, seguida por una tormenta de arena, no es un espectáculo digno del autor de obras tan importantes como El ladrón de caballos (1985), El papalote azul (1991) o la reciente El maestro de go (2006).

Mientras tanto, las funciones de la Locura de Medianoche siguen brindando emociones baratas. La australiana The Loved Ones (Los seres queridos), debut de Sean Byrne, alterna elementos del subgénero de la tortura sádica y la comedia del romance juvenil, aderezada con un poco de canibalismo. Lo más divertido es comprobar cómo el público –joven en su mayoría– aplaude y grita en cada escena de extrema violencia gráfica, sobre todo cuando los villanos reciben su merecido. Ese tipo de participación colectiva ya es rara en estos días.