Opinión
Ver día anteriorMartes 22 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ciudad Perdida

¿Acción concertada o cosa de locos?

Marieclaire Acosta, prueba para Barrales

N

o, no es así de simple. No es tan sencillo como decir que es cosa de locos. Esa respuesta sólo nos advierte que no hay respuesta, es decir, que las cosas están mucho peor de lo que nos imaginamos, y que ya ni la retórica alcanza para explicar que un tipo trate de secuestrar un avión con dos latas de jugo, o que otro, para levantar su voz de protesta, mate a dos personas; o bien, que se realice un operativo militar, con vehículos artillados, en un centro comercial de una de las colonias más importantes de la ciudad, sin la debida orden de cateo.

Terror podría ser la palabra que englobara estas tres acciones, en las que grupos importantes de personas sintieron, seguramente, el pánico de ver sus vidas amenazadas sin ser parte del conflicto. Cada acto tiene una explicación pública. En el primero, Dios es el culpable; en el segundo, las pésimas condiciones ambientales del país, y del mundo, y en el tercero, el seguimiento a un decomiso de dólares de procedencia ilegal, supuestamente relacionado con el tráfico de drogas.

¿Cómo se llega a perder la conciencia al extremo de saber que en la acción que llevan a cabo se puede perder la vida, o cuando menos la libertad? ¿A qué presiones estuvieron sujetos los individuos como para borrar de la mente las consecuencias de esos actos? Es difícil suponer que los fines que argumentan pudieran hacerlos perder la razón, pero algo hubo, sin duda, que los hizo explotar, sobre todo si, como se dice en el discurso oficial, ninguno de los dos padece problemas mentales.

De cualquier forma, esos dos hombres que sembraron el miedo entre la gente ya están presos, pero hay algo más en estos casos, algo que podría advertirse como el indicio de una descomposición social que rebasa totalmente los primeros avisos que se dieron con los niños expulsados de sus casas y que viven en las calles, o con los robos cotidianos que sólo satisfacen la necesidad inmediata de quien los comete. Esto va más allá, y sí, podría llamarse descomposición social.

Si así es, la respuesta que no quiere darse es clara: el gobierno ha ido asfixiando a su sociedad. Éstos, los que aterrorizaron a la gente, tal vez sean los más vulnerables al estado de asfixia al que nos ha sometido la injusticia de un gobierno que cada día clausura más puertas de escape a los que tienen mayores necesidades, y por eso estallaron. Pero, ¿cuántos más hay en puerta? Afirma el rector de la UNAM, José Narro, y confirma el jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard: urge un golpe de timón para enderezar el barco. Lo malo es que hace rato que el navío no tiene capitán.

En el tercer caso, el problema parece más serio, más profundo. Hasta ahora las calles de la ciudad de México no se han convertido en campos de batalla de la guerra contra el narcotráfico. El DF no es Chihuahua, ni Michoacán ni el estado de México, pero parece que se le quiere meter en esa dinámica de horror que se sufre en otras partes del país.

¿Por qué enviar a los soldados, con todo y sus más sofisticadas armas, a un lugar tan concurrido como una plaza comercial, en pleno fin de semana, y sin orden de cateo? Después de la vasta experiencia que se debe tener en este tipo de operativos, no parece lógico que se realice un despliegue de militares sin que se tengan todos los argumentos legales a la mano, y menos aún si se va en contra de un consorcio tan poderoso, y en medio del escándalo que sobreviene a este tipo de actos.

Podrán darse ahora todo tipo de argumentos para tratar de justificar la presencia militar en las calles de Polanco, pero el miedo que inflingieron a la gente, que ya casi al llegar la noche paseaba o compraba en el centro comercial, sólo podrá asociarlo con la inseguridad.

No hay errores en el accionar de la milicia en los casos del combate al narco –cuando menos eso nos dicen–, así que, con respecto a ese operativo, déjenos desmentir lo que en los primeros párrafos dijimos acerca de este accionar: si no fue una acción concertada para crear temor, entonces sí, es cosa de locos.

De Pasadita

Mal, muy mal empezaría la gestión de Alejandra Barrales en la Comisión de Gobierno de la Asamblea Legislativa del DF si deja pasar, sin chistar, el mal que a los derechos humanos de los habitantes del DF traería la designación de Marieclaire Acosta en la presidencia de la CDHDF. Cosa de escuchar a quienes saben del asunto para darse cuenta de qué tan profundo sería el daño. Ya veremos.