Opinión
Ver día anteriorJueves 24 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Pueden liberarse las prisiones?
E

n 1975, Michel Foucault publicó su libro Vigilar y castigar. Planteaba una cuestión esencial: ¿la sociedad en la que vivimos es más humana que las que la precedieron frente a quienes la justicia condena?, ¿las prisiones modernas institucionalizadas en el siglo XIX mejoraron la condición de los presos, llegaron a reformarlos, o sólo constituyeron una nueva forma de institucionalizar el castigo y de reforzar la vigilancia social? Foucault respondió a estas cuestiones en una entrevista en el Nouvel Observateur (entonces, como Francia, un referente cultural importante): “La expiación que laceraba el cuerpo en otros tiempos ha sido sustituida por castigos que actúan en profundidad sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad…”

El mundo ha cambiado radicalmente y las prisiones actuales siguen abusando de métodos que afectan no sólo a la mente y la voluntad del prisionero; atentan asimismo y de manera obscena contra su integridad física: México es un claro ejemplo de ello. Por eso me parece tan interesante el proyecto emprendido por el Museo de Arte Moderno intitulado Presuntos culpables que, en palabras de quienes armaron la exposición, sería una clara muestra de que: La prisión es una máquina de poder y de castigo que recurre al aislamiento, a la vigilancia y a la incomunicación y destierra al sentenciado culpable de su cuerpo social de pertenencia. La prisión es también, paradójicamente, una maqueta que encarna las inconsistencias e incapacidades del modelo social imperante.

Varios artistas, en estrecha relación con los prisioneros, participaron; menciono sólo a algunos:

José Antonio Vega habla de su instalación El superratón, hecha con colillas de cigarro; asegura que los reclusos le han prestado su cuerpo para hacer su labor de artista. Pericles Vega interpreta un acto arbitrario: despoja a los prisioneros de sus referencias esenciales y los traslada a otros espacios con el pretexto de limpiar de drogas las prisiones. Ricardo Atl registra la experiencia personal de los encarcelados en su intento desesperado por realizar actos de resistencia y mantener su integridad. Carlos Aguirre utiliza materiales vinílicos o cajas de luz para expresar la ambigua designación legal del sospechoso.

Por ello y, en contraste, es fascinante lo que se ha hecho con la prisión construida en San Luis Potosí a finales del siglo XIX, bello edificio que alojaba a muchos reclusos en celdas diminutas y los mantenía a la merced de sus carceleros, a través de una especie de panóptico, para vigilar y castigar cualquier acto que a su juicio, a menudo arbitrario, violara las reglas de la prisión. El edificio es ahora un centro de las artes; el arquitecto Alejandro Sánchez supo aprovechar la estructura del inmueble y le otorgó gran movilidad, al multiplicar los espacios y devolverles su sentido, otorgándoles un carácter singular. Me impresiona un patio adornado con órganos, biznagas, nopales, plantas del desierto, esculturas vegetales colocadas sobre receptáculos de hierro, madera o cantera. Otro patio alberga pirules –árbol casi desaparecido en el DF y que antes decoraba sus calles–; otro espacio se ha habilitado para espectáculos y un enorme pasillo flanqueado por altos muros donde antes se castigaba a los presos, y que me recordó el lugar donde pasaban lista a los prisioneros en el campo de concentración de Ravensbrück, se ha transformado por el arte de una audaz y sabia reordenación arquitectónica en un lugar de esparcimiento y quietud. En los diversos patios y unidades se han instalado talleres de escultura, danza, teatro, pintura, salas de exhibición y un pequeño zoológico habitado por animales domésticos que los niños citadinos ya no saben apreciar.

Dirige este lugar Débora Chenillo: este tipo de proyectos admirables exigen continuidad, suelen descuidarse al ritmo descompasado de los cambios periódicos de los gobiernos estatales y federales.