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Disquero
Más ópera para más niños
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Periódico La Jornada
Sábado 26 de septiembre de 2009, p. a19

Bella la música, fascinante el relato, estupenda la manera de convertir un libreto de ópera en un cuento para niños.

Hace un par de semanas el Disquero informó de la llegada a México de una serie de 15 discos bajo el sello de mayor prestigio en el ámbito de la música de concierto, la Deutsche Grammo-phon. La novedad consiste en que se trata de una edición afortunada que responde con creces al título de la colección completa: Ópera para niños.

El mérito tiene varios puntos de fortuna: se trata de las mejores versiones existentes en el mercado discográfico. Elencos de ensueño, directores afines, consecuciones redondas.

Además, se reduce a una hora de duración –teniendo en cuenta el tiempo promedio en que la atención infantil no llega a la fatiga– lo que en los originales dura tres horas, sin demérito alguno porque la ilación del relato fluye y tampoco se incurre en lo que abunda: los famosos highlights, los gorgoritos y las arias y los pasajes que hacen enloquecer a los operópatas (operópatas: dícese de los que escuchan ópera con las patas, según definió a La Jornada hace buenos años el maestro Juan Ibáñez).

Otro de los elementos que favorecen esta aproximación del género operístico hacia los seres más inteligentes del planeta, que son los niños, consiste en convertir el libreto en un cuento para niños, impreso en el cuadernillo del álbum, además con ilustraciones a profusión y encanto.

El primero de estos títulos que dio a conocer el Disquero, hace dos semanas, fue una ópera de Wagner: La Valquiria. Ahora disfrutemos de otros tres títulos, dos de ellos de un autor que de manera natural está conectado con los niños y con los adultos que no han sufrido la desgracia de perder su parte niña: Mozart, y el tercero de estos álbumes contiene una ópera del divertidísimo Gran Gordo Rossini. La conexión en este caso es que Las bodas de Fígaro, de Mozart y El barbero de Sevilla, de Rossini, pertenecen a la famosa trilogía de comedias subversivas (¿hay seres más subversivos que los niños? Difícilmente) de Beaumarchais.

Mientras las comedias del autor francés tienen su propia estructura de diversión, el relato de La flauta mágica ofrece las posibilidades espléndidas para que Lucía Moreno Velo, autora de las adaptaciones del texto, logre hallazgos narrativos como el siguiente: Entonces apareció la Reina de la Noche. Era una mujer imponente y seria, y al mismo tiempo, hermosísima. Llevaba un largo vestido de todos los azules que puede tener el cielo.

O bien cuando las damas de la Reina de la Noche, o la Reina Astriflamante, le muestran a Tamino el retrato de la princesa, ante cuya belleza sólo atina a musitar: “¡ay de mí, estoy enamorado!

Y la música, ¡oh, la música de Mozart! En esta ópera está concentrada la magia, la fascinación y encanto de la música de Volfi, puesta en las voces de Papagena y Papageno, Pamina y Tamino, Sarastro y Monóstatos y la Reina de la Noche.

Con la sola mención de algunos de los cantantes protagonistas basta: Dietrich Fischer-Dieskau, Roberta Peters, Fritz Wunderlich, Lisa Otto. Semidioses.

Y para coronar, la delicia de la cereza en el pastel: quien está a la batuta en esta grabación suprema es el maestro austriaco Karl Böhm (1894-1981), para muchos el mejor intérprete orquestal de Mozart, su paisano, con todo lo relativo de lo que significa el mejor de, pues mozartianos somos todos y cada escucha se pone su cachucha, así como cada monaguillo tiene su librillo, lo que en términos científicos equivale a decir: en gustos se rompen tímpanos.

Y como todos somos niños en potencia, qué alegría escuchar ópera como niños.