Opinión
Ver día anteriorDomingo 27 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¡Porrúa!
A

sí, con vigorosa contundencia, suele contestar el teléfono el librero-editor Miguel Ángel Porrúa. Heredero de una tradición que se remonta a fines del siglo XIX, cuando llegaron a México procedentes de Asturias tres emprendedores hermanos de apellido Porrúa, que se iniciaron con un pequeño local en la calle de San Pedro y San Pablo, ahora calle del Carmen. Colocaron en la puerta un letrero que decía compramos bibliotecas, por el que llegaron a adquirir varias de las mejores bibliotecas, entre otras la de Lucas Alamán y la de Vicente Riva Palacio, y el amor por los libros. Ello los llevó a iniciar, en 1900, la labor que los hizo convertirse en una de las editoriales más importantes de nuestro país y de muchas naciones de lengua española.

La familia fue creciendo y diversas generaciones ingresaron en la empresa que resultó insuficiente para dar cabida a todos, lo que en 1978 llevó al joven Miguel Ángel a la aventura de iniciar su propio negocio, que recientemente cumplió 30 años de exitosa labor, no siempre fácil, pero con enorme tesón ha logrado crear una magnífica editorial y una de las librerías más gratificantes de la ciudad, que ocupa una bella casona situada en la calle de Amargura 4, en el corazón del viejo San Ángel. La pasión por los libros lo ha convertido en un destacado bibliófilo que en su enorme y hermosa biblioteca decorada con obras de arte, custodia textos notables que incluyen varios incunables. Amigo generoso comparte el disfrute de estos tesoros, y la visita suele culminar con una espléndida cena en su gran comedor con vista a la ciudad.

Recientemente asistimos al edificio de la Lotería Nacional que, aunque muy modificado, conserva en el interior mucho del encanto art-decó del edificio original, para asistir al sorteo en que se premiaba el billete que se imprimió por los 30 años de la editorial. Antes de que pasaran los tradicionales gritones, que actualmente en su mayoría son lindas jovencitas, tuvimos la oportunidad de disfrutar un concierto de jazz extraordinario. El grupo lo encabeza Héctor Infanzón, talentoso compositor y pianista, que nació en el Hospital Concepción Béistegui, que se encuentra en la calle de Regina, vivió en San Juan de Letrán y estudió en las Vizcaínas. Creció rodeado del bullicio, los sonidos, colorido y olores, algunos maravillosos, algunos desagradables, que le imprimen una personalidad única al ahora llamado Centro Histórico. Estas vivencias las plasma en un disco que no se pueden perder, se titula Citadino y es una autentica crónica musical del corazón de la ciudad. Con increíble talento recoge en momentos, los sonidos característicos: organilleros, cláxones, campanas de iglesias, pregones de los vendedores ambulantes, silbatos de los policías y los acompaña de un deleitoso lenguaje armónico en el que interactúan lo eléctrico y lo acústico. No deje de escucharlo, porque es otra manera de conocer el portentoso Centro, que es de todos los mexicanos.

Antes del sorteo comimos, como era de esperase, en el cercano Mesón Puerto Chico, situado en la Plaza del Monumento a la Revolución. En su luminosa terraza cubierta, iniciamos degustando una chistorra con la compañía de una fragante manzanilla seca, y después compartimos un platón con suculencias sacadas del horno de leña: lechón, cabrito y pecho de ternera, desde luego acompañado con un buen vino tinto español. De postre, una esponjosa torta de Santiago acompañada de un café expreso y un pacharán, el sabroso digestivo navarro.

Aquí nos encontramos a Cibeles Henestrosa, hija del entrañable don Andrés, quien nos recordó lo que escribió su padre sobre Miguel Ángel Porrúa: lleva en sus venas sangre de imprenta y en su mente creadora un río caudaloso de ideas renovadoras. Si hubiera que definirle habría que destacarse que es un librero institucional, de los muy pocos que sobreviven en México y en el mundo, en esa mezcla cautivadora de sabiduría y artesanía, de memoria y humildad.