Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de septiembre de 2009 Num: 760

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos cuentos
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

La hora nada
KRITON ATHANASOÚLIS

El cuarto jinete
LEANDRO ARELLANO

El liberalismo desquiciado
ANGÉLICA AGUADO HERNÁNDEZ y JOSÉ JAIME PAULÍN LARRACOECHEA entrevista con el doctor DANY-ROBERT DUFOUR

Variaciones de una indignación: cinco poetas de Kenia

Taibo I y Taibo II con semana negra
MARCO ANTONIO CAMPOS

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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Angélica Abelleyra

Rocío Gordillo: (des)construir las pequeñas cosas

Le interesan los pliegues, las arrugas, esas marcas que la vida va dejando como rastro en los cuerpos. También le gustan aquellos surcos provocados en objetos cuando los estrujamos para construirles nuevas presencias. Y en esa atención a lo menos bello y quizás grotesco, Rocío Gordillo (DF, 1980) crea atmósferas donde el humor destaca junto al énfasis en las pequeñas cosas.

Su interés primero fue el mundo de la moda. Quería ser diseñadora. Pero logró involucrarse en la confección de ropa sólo un semestre, ya que en vez de hacer vestidos producía piezas escultóricas. Las ceras y acrílicos tomaban la delantera en sus manos, antes que sedas y algodones. Supuso que la nueva dirección sería la pintura, así que entró al Centro Libre de Arte y cursó talleres en la Casa de Cultura de Coyoacán hasta que trasladó sus pasos al Instituto Allende (San Miguel Allende, Guanajuato) donde hizo la licenciatura en Artes Visuales.

Traía la enorme influencia de la lectura de Anhelo de vivir y la carga emocional que Vincent Van Gogh había dejado en aquellas páginas, así que disfrutó su paso por la escuela donde experimentó el ejercicio pictórico. Sus maestros fueron Ignacio Maldonado y Javier Hinojosa, además de Ana Quiroz, quien cubrió una laguna universitaria de análisis y teoría del arte contemporáneo.

Cuando concluyó su formación guanajuatense, retornó al DF y empezó con el collage. Camarones secos, huesos y retazos de galleta fueron elementos que incorporó a las telas. Esas superficies denotaban un poco el caos que la ocupaba hasta que la pintura la ayudó a encontrar algo del orden que requería. Fueron momentos paralelos a su nexo con el hinduismo, la práctica del yoga y la meditación en India, donde halló rostros ajados y con gran carga de existencia que la llevaron a afianzarse en la pintura y a ver de otra manera el retrato. Sacó cientos de fotografías con caras lejanas al prototipo de belleza occidental y, llegando a México, seleccionó algunas imágenes para llevarlas al lienzo.

Con su atención puesta en cada línea corpórea, empezó a indagarse como retratista, tanto de rostros ajenos como del propio. Acrílico y óleo han sido desde entonces los materiales que imprime en capas de pintura y un proceso detallado. Tras estas presencias solitarias de mirarse en espejos diversos, la pintora empezó a retratar a parejas ajadas, plagadas de arrugas en su convivencia cotidiana.

Le solicitó a parejas de amigos que le mandaran sus retratos, imprimió los envíos, hizo una bola de papel de cada uno y empezó a plasmar en pintura las nuevas fachadas y los gestos sorprendentes en cada movimiento. Todos han sido experimentos para responderse a cuestiones insondables: la impermanencia, la existencia/inexistencia del yo, la multiplicidad de caras que portamos y las arrugas como registro palpable de la vida.

Marcada por la literatura de Paul Auster y el arte de Francis Bacon, dice que también son sus referentes creativos lo mismo Adriana Varejao que Jenny Saville, Elizabeth Peyton y John Currin. Se siente un poco solitaria en el marco de su generación, tan poco proclive a la pintura, aunque asume un guía en Daniel Toca, su compañero de escuela.

Obsesiva, interesada en el realismo que imprime en sus telas –mas no al hiperrealismo ante el que se ubica ajena– su reciente incursión es el mundo de los insectos, los seres vivientes más numerosos en el planeta que denostamos u olvidamos. Abejas, moscas, abejorros y un enorme abanico de animales que a ella le asombran en su estructura corporal tan extraordinaria, perfecta, sutil. Y los coloca como Antrópodos enamorados o en Apropiaciones perversas. Insectos en el acto amoroso sobre objetos de diseño, o una abeja sobre el enorme pene creado por Jeff Koons, o la famosa caja vacía de Gabriel Orozco ocupada por otros animales invertebrados. Halo humorístico de los insectos en cópula sobre objetos de culto del arte contemporáneo.

Para Rocío esta confluencia es crear otro discurso, no es burla hacia dichas piezas, sino una especie de guiño hacia los artistas que admira. También es plantear la pregunta ¿a final de cuentas para qué sirve el arte? Y para ello toma de la mano además a Murakami, Nina Saunders y Los Carpinteros.

A sus veintinueve años, Rocío sigue insistiendo en la pintura. Cuando ha tratado de incursionar en la escultura o la instalación siempre retorna al ejercicio de plasmar en tela tanto al acrílico como al óleo. Disfruta oliendo los materiales y le gusta estar en contacto con esa corporalidad matérica y energética que no le dan otros procesos. No le dice nada el término emergente, pero sí se siente afortunada de ya poder vivir de su trabajo y formar parte de dos galerías. Por lo pronto, tiene su vista puesta en Brasil, donde espera hacer su maestría en arte y seguir persistiendo como pintora, quizás ahora cerca del temple.