Opinión
Ver día anteriorMartes 29 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Unidad y pactos
M

éxico independiente nació de un pacto: el abrazo en Acatempan entre Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide. Para el 24 de febrero de 1821 surgió el Ejército Trigarante, defendiendo la religión, la independencia y la unidad como programa de la nueva nación. No obstante, los pactos siempre han llevado su propia contradicción y su rompimiento.

En México, siempre falto de entendimiento en su destino, los pactos han sido la puerta para abrir nuevas etapas, otras circunstancias y divisiones. Guerrear entre nosotros es habitual, aunque siempre con la pretensión de unificar el rumbo nacional por aquellos que se declaren y sean vencedores. Por ello los pactos sólo anuncian nuevas traiciones.

Por estas razones que corren por toda la historia de México, desde la Conquista, la Independencia, la Primera República, la Reforma y la Revolución, los mexicanos identifican la política con la traición. Baste recordar que los Tratados de Ciudad Juárez –lo que fue nuestro pacto de transición en 1911– acabaron en la Decena Trágica con el asesinato del presidente y el vicepresidente, víctimas de un golpe militar del viejo régimen porfirista.

Para los mexicanos, los pactos son sólo treguas, instantes para resolver situaciones empantanadas y paralizadas. Cuando el poder entra en el terreno del vacío y la indefinición, el equilibrio siempre se rompe con un acto de fuerza, con un golpe, magnicidio o traición. De las traiciones y los traicionados surgen nuevas proclamas y causas, las cuales unas crecen y otras desaparecen. Por su lealtad a Francisco Madero, por la fuerza de la consecuencia, Francisco Villa logra en semanas hacer un ejército, mientras que fuerzas incluso precursoras prácticamente desaparecen al calor de las nuevas circunstancias. Aunque la lucha sea entre muchas facciones, la tendencia es hacia la polarización entre dos.

Esta cultura política pesa hasta nuestros días. En nueve años, el viejo régimen se recompuso y lo que se anunciaba desde finales del siglo XX como transición se convirtió en un proceso de descomposición, incapacidad, errores, pactos y rupturas que han hecho que, pese a la demanda de reformas, la situación se resuelva con alta tendencia hacia el conservadurismo, el miedo y la credibilidad en el pasado, más que en el cambio.

Los conservadores panistas, con nueve años en la Presidencia, se agotaron y pierden más fuerza popular en el poder que como oposición. No entendieron al país, ni entendieron el momento de México ante el norte, ante el sur y ante el mundo. Su tragedia es acabar como rehenes, tomando las decisiones más impopulares, pero al servicio de la vieja oligarquía que se oculta detrás del PRI para salir maquillada en 2012. Llegan a la unidad con el viejo régimen, sometidos, divididos, confundidos, ofreciendo recesión como estabilidad y una guerra que no unifica ni a las fuerzas de seguridad bajo su mando. Derrotado en la economía, en la política social, Felipe Calderón se refugia en su papel de comandante supremo del Ejército, pero tiene que someter sus decisiones políticas a quienes deciden en el Congreso. Es por esa realidad que, aunque todos estén en contra de los nuevos impuestos, de 2 por ciento o 4 por ciento, éstos se aprobarán, porque la factura la pagarán los conservadores, pero la recaudación será para la mayoría de los gobernadores, aunque sea recesiva. Ahí hay un pacto, pero no es el único.

La izquierda, por su naturaleza en busca de principios, razones, conceptos y experiencias históricas, no ha sido una, ni monolítica ni personal. La siniestra que la ha sustituido se unió en los últimos nueve años en el culto al poder, y creyó que las ideas no eran compromiso, sino discurso radical para ocultar pactos y acuerdos. No se creyó ya que había que tener un mínimo de congruencia entre lo que se decía y lo que se hacía.

La izquierda de antaño tenía propuestas de unidad. Existió la unidad a toda costa, la unidad en la acción, la unidad para avanzar, la unidad amplia para unir lo posible y avanzar, aunque eso significara la creación de nuevas contradicciones. Habría problemas, pero serían nuevos problemas.

Hoy, en la multiplicación de errores y derrotas, la siniestra ha fundado la unidad para existir en alianzas inexplicables y divisiones en todos los frentes. Alianza del PRD, Convergencia , PT y el PAN en Oaxaca, y con el PRI en Tlaxcala, en un claro proyecto para beneficiar las siglas y confundir al electorado: recuérdense los casos de Nayarit, Colima, Chihuahua y Chiapas. ¿Qué quedó de eso? En la retaguardia la división es un polvorín de pasiones por el control presupuestal en Iztapalapa.

En este esquema, el viejo régimen se recompone nuevamente como la unidad nacional, y convierte de facto a la oposición conservadora y a la siniestra en fuerzas marginales. De nuevo la unidad, con base en pactos y sometimientos, arroja a México no al futuro, sino al espejo de su pasado y a la incapacidad de construir una verdadera democracia.