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De los destrozos
del capitalismo

Manuel Pérez Rocha

Desde hace algunos meses, el tema de la educación ha ocupado las primeras páginas de varios periódicos nacionales y tiempo importante en los noticieros de la radio y la televisión, convertidos estos medios en jueces severos del sistema educativo mexicano. Puesta la educación en el banquillo de los acusados, algunos de los responsables de nuestras instituciones escolares han expresado tímidas defensas y justificaciones que implícitamente aceptan las condenas emitidas y la autoridad de los juzgadores.

La dureza y escándalo con que se juzga hoy en día a la educación mexicana no es un fenómeno nuevo, podemos encontrarlo en otros momentos si hacemos una somera revisión hemerográfica que abarque las décadas recientes. Esa misma revisión nos permitirá constatar que el interés por la educación y la severidad de los juicios corresponden con momentos en los que el país se encuentra en dificultades. Hoy que México se encuentra en una profunda crisis política, económica y social, emerge nuevamente una especie de histeria respecto a la situación de nuestro sistema educativo. Esto no quiere decir que el sistema educativo no esté muy mal, que lo está, quiere decir sencillamente que esos actores se ocupan ahora de él y lo hacen con virulencia porque colocan a la educación como el chivo expiatorio de esta crisis.

No hace mucho, en época prolongada (unos ochenta años), la educación mexicana tuvo momentos magníficos, no es exagerado decir que ejemplares. El inicio de dicha época su ubica a mediados del siglo XIX y su trágica conclusión alrededor de 1940. Inspirados en las ideas que venían de Europa, pero con aportes propios indudables, los liberales mexicanos del siglo XIX crearon instituciones educativas, formularon leyes y formaron educadores que iniciaron la construcción de un sistema educativo sin el cual este país no existiría. De la misma importancia fue, por supuesto, la educación informal que dichos liberales generaron al difundir sus ideas, construir instituciones políticas sustentadas en valores humanos y sociales que contribuyeron a crear una conciencia nacional y formar individuos conscientes de sus derechos y sus obligaciones para con la sociedad.

Casi al mismo tiempo, una o dos décadas más tarde, en el seno del pueblo empezaron a generarse acciones educativas de no menor importancia histórica. Inspirados sin duda por los valores de la ilustración liberal, pero con creciente presencia de otras corrientes de pensamiento –por ejemplo anarquistas y socialistas–, en las últimas décadas del siglo XIX la educación pasó a formar parte central de las inquietudes e intereses de importantes grupos de la población urbana y también de la población rural. Tanto en multitud de acciones aisladas, como en los programas y plataformas de las nacientes organizaciones de trabajadores y campesinos, la educación ocupó un lugar central y con orientaciones filosóficas de vanguardia y proyectos muy ambiciosos.

Estos esfuerzos cayeron en tierra fértil, en un pueblo altamente sensible, portador de valores culturales notables. El resultado fue un amplio movimiento social por la educación y la cultura que rindió sus mejores frutos en el espacio abierto por la Revolución Mexicana de 1910. Los logros que todo mundo reconoce en la producción cultural de la primera mitad del siglo XX mexicano no se explican sin este contexto social. No podemos escatimar el valor de las iniciativas y acciones de personajes como Justo Sierra, José Vasconcelos, Moisés Sáenz, Narciso Bassols y otros muchos, pero el enorme impacto que tuvieron se explica porque correspondían con un movimiento social animado por aspiraciones de justicia, y que valoraba a la educación y la cultura como medio y fin de sus luchas.

En los años veinte y treinta del siglo XX surgieron instituciones y programas, se construyeron miles de escuelas y centros de cultura, florecieron la literatura y las artes; la escuela rural, las misiones culturales, nuevas universidades e instituciones de enseñanza superior, revistas, periódicos y emisiones radiofónicas dieron un impulso formidable a la educación y la cultura. Educación y cultura juntas porque a la educación justamente se le concebía como una tarea cultural. Pero educación y cultura que adquieren su pleno sentido porque son parte de una lucha por la justicia, por la emancipación de un pueblo que está sojuzgado y explotado por una élite voraz, racista y sin la menor preocupación por el futuro del país. Además se trataba de acciones y programas educativos no solamente con fundamentos sólidos y sentido claro, muchos de ellos eran además portadores de métodos pedagógicos muy avanzados (aún para nuestros días) y generaron materiales de estudio y auxiliares didácticos de gran valor.


Detalle “El pueblo a la universidad”, mural de Siqueiros en la UNAM

El magisterio mexicano de los años veinte y treinta del siglo pasado abrazó con entusiasmo la causa de la educación, la cultura y la justicia. Apoyados por el Estado, miles de maestros hacían de la lucha por la educación y la cultura una sola con la lucha política, la lucha por la tierra, y por la mejora de las condiciones de vida. Pero en 1940 el Estado mexicano se puso al servicio de la clase capitalista dominante, ésta era una plutocracia que aprovechaba las oportunidades de la Segunda Guerra Mundial para explotar los nichos de industria que generó directa e indirectamente la conflagración. Entonces todo cambió. Por ejemplo, la enseñanza técnica concebida en el cardenismo para dar a las clases trabajadoras herramientas que les permitieran asumir el control del aparato productivo, se convirtió en fábrica de “recursos humanos para el desarrollo”, esto es, en capacitación y domesticación de la fuerza de trabajo al servicio del capital. Esto es lo que se llamó “la unidad nacional”.

En este nuevo proyecto de país, un magisterio comprometido con los intereses del pueblo y militante en un movimiento educativo, cultural y político era inaceptable. Entonces, con toda la fuerza del Estado se combatió ferozmente al movimiento magisterial. Miles de maestros fueron perseguidos, encarcelados, mutilados o asesinados y sus varias organizaciones autónomas destruidas para aherrojarlos desde entonces en el funesto SNTE. Este sindicato, que hoy la derecha capitalista señala como la causa del desastre de la educación mexicana ha sido un instrumento al servicio del capital para apoyar las condiciones políticas que han hecho posible setenta años de inicua explotación y sometimiento del pueblo mexicano. Desde entonces, el SNTE no es solamente el aparato que controla al magisterio, es una palanca determinante, como hemos visto hasta nuestros días, en el aparato de control político y electoral del país. Durante más de cincuenta años lo hizo como brazo fundamental del PRI, ahora lo hace incluso por encima de ese partido y al servicio del mejor postor.

Por fortuna hay todavía muchos maestros que mantienen con dignidad, e incluso heroísmo, posturas de resistencia que pronto darán sus frutos, pero el control y abuso político ejercidos por el sindicato han significado la corrupción de la función magisterial y el sometimiento de muchos maestros; sus ingresos, sus ascensos, su lugar de trabajo se condicionan a su docilidad y colaboración con el corrupto sistema político y electoral mexicano. ¿Puede esperarse de este magisterio una educación de “alta calidad”?, ¿puede un magisterio en estas condiciones ser para la niñez y la juventud ejemplo de valores morales y cívicos?, ¿puede propiciar la autonomía de conciencia y pensamiento crítico que exigen nuestros tiempos?, ¿puede un magisterio en estas condiciones contrarrestar la funesta deformación intelectual y moral que generan la televisión, la radio y la prensa? Quienes se han beneficiado y se siguen beneficiando de este control político del país señalan ahora con dedo flamígero al monstruo que ellos crearon y que les ha servido con abyección y eficacia.

Total inconsciencia o hipocresía están detrás de las fuertes y reiteradas críticas que se han lanzado en los meses recientes al sistema educativo mexicano porque, ¿quiénes las han difundido con buena dosis de escándalo? Entre ellos se encuentran los que, con sus acciones cotidianas, y con la función que han desempeñado y desempeñan en la estructura sociopolítica del país, han contribuido a deteriorar la educación. Ahora algunos medios, mercaderes corruptores del periodismo y la televisión, propulsores de los peores antivalores personales y sociales, han exigido insistentemente que se publiquen los nombres de los maestros “reprobados” en el llamado Concurso Nacional de Asignación de Plazas Docentes. Este pretendido linchamiento se suma a la ya prolongada e intensa campaña que se ha emprendido señalando a los maestros como los causantes de lo que se califica como desastre del sistema educativo mexicano y del país, y que no es sino uno más de los que ha ocasionado la imposición de los intereses del capital y el total menosprecio de la educación y la cultura.

Manuel Pérez Rocha es rector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y director de este suplemento

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