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Ver día anteriorLunes 5 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Comparar
S

e dice que las comparaciones son odiosas. En efecto, suelen ser así, sobre todo cuando no se advierten las diferencias y las particularidades entre aquello que se quiere comparar.

Pero una vez reconocida esta salvedad, no menor, por cierto, no puede evitarse fácilmente pensar en lo que distingue a México de Brasil. Y el caso es que pueden verse hoy uno y otro en el marco de un mismo fenómeno como es el de la crisis económica mundial.

México es el país de América Latina más severamente golpeado por la crisis. Los datos del comportamiento de la economía son fehacientes y ampliamente conocidos. Esta no es una casualidad, ni cosa del destino, ni menos aún una fatalidad.

El patrón de crecimiento de la producción en México ha sido definido desde hace tres décadas en función de un modelo exportador vinculado estrechamente a la economía estadunidense, pero profundizando las distorsiones y la fragilidad sectoriales y regionales. Hoy, la actividad industrial, eje de dicho modelo, muestra su debilidad intrínseca y con ella la del conjunto del esquema productivo del país.

Esto impide alcanzar tasas suficientemente altas y duraderas de expansión del producto y del empleo, somete a las crisis recurrentes, previene también ordenar los mercados en un entorno de mayor competencia, limita los procesos de innovación, provoca la disfuncionalidad del sistema financiero y de las finanzas públicas, desarticula el proceso de generación de riqueza. A esto hay que sumar una cuestión crucial que es la demografía y sus efectos a largo plazo.

Una de las expresiones más claras de los vicios de ese patrón de crecimiento es la necesidad de expulsar trabajadores no sólo del mercado de trabajo, sino del país.

Ahí está el notable fracaso de la política económica y no se esconde en los periodos de aumento relativo del producto, ni en aquellos de estabilidad financiera. Las fracturas estructurales, institucionales y políticas siguen ahí, tercamente.

Este modelo excluye a una parte enorme de la población de los beneficios que se derivan. Las ganancias económicas y políticas están muy concentradas y los incentivos para transformar las cosas no existen, a pesar de todos los discursos y las declaraciones y las elecciones.

Buena parte de las consecuencias actuales de este entramado se aprecian en la política presupuestaria propuesta por el gobierno para 2010. Se expone en el fracaso de la política petrolera y el derrumbe de Pemex. No se ve que pueda preverse, en ese marco, una salida medianamente eficaz de esta nueva crisis y recomponer el funcionamiento de esta economía.

Brasil ha sido mucho menos golpeado por esta crisis. Su economía opera y resiste mejor. El sector agrícola es eficiente y exporta grandes volúmenes de productos. Tiene actividades industriales avanzadas como es el caso, por ejemplo, de la aeronáutica.

El gobierno ha redefinido activamente su política petrolera con miras a explotar y controlar los grandes yacimientos de hidrocarburos que se han descubierto, y Petrobras es una empresa dinámica y tecnológicamente avanzada, como se aprecia en su capacidad de exploración en aguas profundas.

En ese país hay, igualmente, dislocaciones sociales muy grandes y que resisten al dinamismo que existe en ciertas áreas. Padece problemas ambientales relevantes en el caso de los recursos forestales y la gestión de los abundantes recursos de agua.

Pero ese país se mueve. Participa de modo activo y eficaz en las negociaciones de los foros económicos internacionales y logra avanzar sus intereses en las negociaciones del comercio internacional, que han llevado incluso a la parálisis de la Organización Mundial de Comercio. Quiere más participación en Naciones Unidas y en el Fondo Monetario Internacional y no se quedará fuera.

Su diplomacia resalta por su orientación en el entorno regional y ha desplazado a México de su antigua relevancia relativa. A Brasil se le considera una nación que no puede mantenerse al margen del desenvolvimiento global, mientras México pierde peso y relevancia.

Se nota una diferencia muy grande en la capacidad y el estilo del liderazgo político entre los dos países, y en el carácter de la lucha política y partidaria, aun con los vicios propios de cada uno de los sistemas de organización. El liderazgo en la presidencia ejercido por Lula en los años recientes contrasta con el mexicano, y no en términos menores.

La victoria brasileña para realizar las Olimpiadas de 2016 no queda fuera de este proceso de definición más clara de sus intereses nacionales, base sobre la cual sólo es posible plantearse un papel internacional coherente y con un cierto horizonte.

Sí, es odioso comparar, pero permite verse reflejado en un espejo donde aparece una imagen muy pobre de lo que ahora es México y de sus posibilidades de seguir languideciendo sin perspectivas más claras.