Opinión
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Centenaria

El Imparcial*

Le quitaron la portería y se suicidó

A

las siete de la noche de ayer, la policía de la octava Demarcación recogió de un patio de la casa número 66 de la tercera calle de Atenas, el cadáver de un hombre que se había ahorcado. Ese hombre era el portero de la casa mencionada, llamado Nicolás Hernández, quien al decir de algunos vecinos, desde por la tarde se mostró un tanto reservado, y por la noche se colocó en el cuello una cuerda, que ató previamente en uno de los tubos del agua, y después se colgó, habiéndose producido la muerte.

La familia de este hombre inmediatamente se presentó á la autoridad y dió aviso de lo que ocurría, y el personal de la octava Comisaría se presentó en la casa mencionada á recoger el cadáver, que fué enviado al Hospital Juárez.

La causa que tuvo este individuo para atentar contra su vida, fué el haberle notificado el cobrador de aquella casa que entregara la portería á Zacarías Martínez.

Hirió a su amante

En estado agonizante fué remitida al Hospital Juárez María Trinidad Nava, con una herida en el pecho, que le causó un individuo llamado Eduardo Moctezuma, con quien hacía vida marital.

Estos amantes mal avenidos riñeron en San Pedro de Los Pinos, y la Prefectura Política de Tacubaya fué la que tomó conocimiento de esto, habiendo consignado el hecho al juez de esa localidad.

A mordidas pretendían librarse de ir a la comisaría

A poner en paz a unos escandalosos se presentaron los gendarmes Juan Ornelas y José Romero, quienes tuvieron que habérselas con algunos individuos que se oponían a ser llevados á la Comisaría inmediata.

Entre aquellos sujetos y los guardianes del orden se trabó una lucha, en la cual los paisanos apelaron á los dientes como armas de combate, y propinaron á los guardianes diversas mordidas con las que los lesionaron, al primero del brazo derecho y de la mano del mismo lado, y al segundo del muslo izquierdo, en donde los dos conservan aún las huellas de aquellos afilados incisivos y caninos.

Como presuntos autores de aquellos mordiscos quedaron en la cárcel á disposición del señor Juez cuarto correccional, Austreberto Tello y Bernardino Cervantes.

*Se publicó de 1882 a 1883 y de 1897 a 1914