Opinión
Ver día anteriorMartes 6 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El Corzo en el Museo Dolores Olmedo
L

a muestra de Antonio Ruiz (1895-1964) es una de las más completas que se han presentado sobre quien fue excelente dibujante y creador de sets cinematográficos, de los que se exhiben maquetas y proyectos.

Varias de sus pinturas son de sobra conocidas por encontrarse en las colecciones de la Secretaría de Hacienda, quizás a través de César Martino.

El famoso Sueño de la Malinche pertenece a la Galería de Arte Mexicano, e Inés Amor fue su dueña. El artista, nada amigo de exhibir, le pidió que vendiera sus obras, ya que él se encontraba afectado de un derrame cerebral.

El cartel-emblema reproduce Verano (1937) y obedece a una intención análoga a la titulada Los nuevos ricos (1941) que, en préstamo del MoMA de Nueva York, se exhibió en el MAM (1987) con motivo de la exposición Arte latinoamericano 1920-1945, con piezas de aquel museo estadunidense.

Verano fue también la pintura que se eligió como portada de la monografía sobre El Corzo (hasta ahora es la mejor) publicada por Dimart (Difusora Mexicana de Arte) en 1987. La escena contrapone un aparador citadino armado con tres maniquíes en traje de baño, representantes de la buguesía pudiente, en escenario de playa. Una discretísima pareja obrera vista de espaldas observa el aparador desde la acera.

Dados los juegos geométricos que Ruiz practicaba, el brazo de la maniquí situada al centro parece tenderles la mano.

Contrastar clases sociales es la opción empleada en Los nuevos ricos (no exhibida), pero las mociones críticas de El Corzo no siempre fueron tan obvias.

Oliver Debroise fue quizás el primero en advertir que, más allá de la sorna, la causticidad y el humor que en él celebramos, el maestro podía ser injusto.

Al observar ahora México 1935, cuyo tema es una manifestación campesina, entre los personajes que enarbolan la bandera roja se reconoce a un Siqueiros ensombrerado que ha mutilado a bastonazos la escultura de Cristo, cuya cabeza con aureola aparece por tierra desprendida del torso.

El personaje vecino se parece a Fernando Gamboa, quien por entonces era todavía pintor.

Pero el máximo denuesto  correponde a Los paranoicos, también denominada Los espiritufláuticos, donde son perfectamente distinguibles Salvador Novo, Roberto Montenegro y Xavier Villaurrutia, es decir, tres integrantes de los Contemporáneos, acompañados del poeta Luis Cernuda.

Están flanqueados por dos supuestas mujeres, una gigantesca, ataviadas con pieles y joyas. El edificio que hace fondo a ese friso de personajes entrelazados ostenta dos fechas: 1810-1941, número éste referido al baile de los homosexuales, objeto de una redada porfiriana en 1901.

Las figuras en los extremos son hombres disfrazados, que los hubo en esa fiesta. La connotación burlesca o detractiva corresponde a que 41 es parte de la cultura popular alusiva a la homosexualidad, de aquí el amaneramiento de las poses y el travesti enorme, que se ha confundido erróneamente con Lupe Marín.

En Serenata (1938), simpatiquísimo cuadro en el que el balcón parece un templete aislado en el espacio, aunque igual puede tomarse como proyectado desde una fachada, hay un borracho tirado en el pavimento cuyo rostro se parece al de Silvestre Revueltas (esta identificación es de Debroise).

Revueltas falleció en 1940, a los 42 años, víctima de alcoholismo, con internamiento en el hospital Falcón, pero tal transposición iconográfica del gran músico es maléfica. Fermín, su hermano pintor, también tuvo vida corta: murió en 1935.

El Corzo ejercía la autocrítica. En El autorretrato, de 1956, el pintor con cabeza de guajolote está ante un espejo que devuelve su reflejo convertido en pavorreal. Lo que traspone a la tela es una síntesis metafísica con una velada referencia a Tamayo, ejemplificada en el tronco de árbol que el oaxaqueño incluyó en Las músicas dormidas (1950) y en la verja de hierro a la izquierda.

Las volutas corresponden a De Chirico y la faz vanguardista con referencias a Max Ernst. Se trata entonces del autorretrato de cualquier pintor, inclusive del propio autor.

El conjunto de caricaturas y dibujos, algunos intimistas, realizados con rapidez, es estupendo. Hay varias vistas de iglesias, fuentes, ambientes urbanos, todos rectilíneos, detalladísimos, tal que si los hubiera realizado un arquitecto.

Y el pintor lo era, aunque no se tituló como tal. Muy completa exposición.