Opinión
Ver día anteriorSábado 10 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El laboratorio italiano
I

talia está imponiendo récord: como país del primer mundo, miembro de  la Unión Europea, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y del G-8, experimenta la transformación traumática de su ordenamiento político e institucional; de una democracia representativa va hacia otra cosa, cuya forma aún es desconocida pero sostenida y evidente, como un principado o una dictadura unipersonal, que elimina la supremacía del Legislativo sobre el Ejecutivo –según lo ordena la Constitución de 1947–, anula la independencia del Poder Judicial y se complementa con la alineación de los medios de comunicación que se ponen al servicio del gobierno.

Lo anterior puede parecer una afirmación excesiva. Muchas voces replican: Nosotros no somos una republiqueta bananera. Los prejuicios se niegan a morir, y aquello que acontece en América Latina, los movimientos sociales y los gobiernos independientes de Estados Unidos, son ignorados por gran parte de nuestro público. Otro tanto ocurre con las formas de democracia en esas latitudes: al fin, lo que predomina son las visiones estereotipadas que nos aportaron las películas de Hollywood.

En contrasentido, la resistencia aquí es fuerte por parte de las instituciones, como lo testimonia la sentencia del Tribunal Constitucional que en estos días anuló la ley por la cual los cuatro principales cargos del gobierno estatal –el presidente de la república, los presidentes de cada rama del Legislativo y sobre todo el presidente del consejo de gobierno– gozaban de inmunidad especial durante sus mandatos.

Otro tanto exhiben ahora las grandes manifestaciones, como la organizada por el sindicato de periodistas –que reunió a centenares de miles de personas en Roma– en defensa de la libertad de expresión, tras los ataques del gobierno a los periódicos y a las transmisiones televisivas especialmente críticas y mordaces. Así, entonces, pareciera que la confrontación entre los defensores de la integridad del ordenamiento constitucional y quienes pretenden modificarlo se encuentran, ambas, en cierto equilibrio.

Pero si se observa más de cerca, y se ejercita la memoria, se ve cómo en los últimos meses han arribado a un punto crítico los procesos de cambios sustanciales en el sistema político e institucional, comenzando una quincena de años con el escándalo de Tangentopoli1, que destruye a los partidos dominantes de la considerada primera república, en particular el partido (Estado) de la Democracia Cristiana, y con el surgimiento –a partir de 1994– de un poderoso empresario de las televisoras, las finanzas, las editoriales, las constructoras y muchas otras cosas: Silvio Berlusconi. Éste introdujo en su momento un ingrediente novedoso, hasta ese momento desconocido, el marketing electoral –propulsado por los aires de sus televisoras– en torno a su partido-hacienda, su partido-producto llamado Forza Italia. Pero, sobre todo, instaló la figura de un “capo de gobierno” que se comportó como el presidente de un consejo de administración; es decir, idéntico a éste, dotado potencialmente de todos los poderes  –aunque despojado de cualquier cultura democrática respetuosa de la máxima que otorga equilibrio entre los poderes constituidos–, desde un fascismo largamente proyectado.

El rompimiento social causado por el liberalismo, que debilitó las organizaciones de trabajadores y a la izquierda con las ilusiones del enriquecimiento individual, así como la Liga del Norte del país –representante ni más ni menos del impulso para competir  en el mercado mundial por parte de un sector de pequeños industriales– montaron un escenario positivo para la aventura política de Berlusconi. Su mensaje político fundamental, como fue el de Napoleón III en la narración de Marx, ¡arriésguense! Claro: todos pueden volverse ricos, si me imitan y me sostienen.

La vida política italiana ha estado dominada, durante tres lustros, por este personaje con este mensaje, y en las dos ocasiones en los que la centroizquierda, con un discurso liberal moderado, ha ganado las elecciones, no han sido más que un paréntesis. Ahora el proceso institucional se precipita hacia otro lado. El aparente respeto de Berlusconi por las formas de la democracia, asegurando que él es sólo uno más, utilizando lo que Guy Debord llama democracia espectacular, se está desmenuzando. Aquello que está emergiendo es el núcleo duro, dirigista e intolerante del berlusconismo. En los últimos meses una serie de escándalos debieron inducirlo a dimitir o por lo menos, aunque más no fuera, a moderar los tonos. El estruendoso descubrimiento de un circuito de prostitutas que participaban en fiestas en la residencia romana del primer ministro es un ejemplo. Los ataques se publicaron en periódicos y por algunas pocas trasmisiones de televisión que lo captaron en sus quehaceres.

Los numerosos procesos por corrupción y otros hechos en los que se ha visto envuelto, el último en Mondadori –la gran casa editorial de la que Berlusconi se hizo propietario hace unos años– incluyen a un juez. Son recurrentes, también, las voces en los procesos contra la mafia en los 90 que lo implicaron, ante lo cual se defiende argumentando con uno de sus recursos favoritos que acusa a la judicatura de tener jueces rojos.

En fin, subrayo la reprobación por parte del Tribunal Constitucional de la ley de la impunidad.

A todo esto Berlusconi ha reaccionado con insultos hacia los presidentes de la república y de la Suprema Corte, iniciando una campaña difamatoria contra sus adversarios internos, como el presidente de la Cámara de Diputados, Gianfranco Fini, al intentar apoderarse definitivamente de la televisión pública –la Rai– reduciendo el Congreso a un notario de los actos del gobierno (90 por ciento de las leyes aprobadas en el último año han sido iniciativa enviadas por el Ejecutivo).

Pero, hay que decirlo, esto es sólo la superficie institucional. La ley que ha introducido el delito de clandestinidad, por el cual un migrante es culpable por el solo hecho de estar en Italia sin documentos, ha creado un clima de terror y de caza del hombre. Otras normas han excluido del todo a las comunidades locales en los procedimientos para la aprobación de las grandes obras, lo que equivale –parafraseando a los bolcheviques– a un liberalismo de guerra. La crisis económica, que está provocando un dramático aumento de la desocupación, es simplemente negada por el gobierno, que no puede abandonar con facilidad el mensaje de arriésguense. Mientras la campaña sobre la seguridad ha justificado las apariciones del ejército italiano en las calles, presuntamente en  búsqueda de apresar delincuentes, se han legitimado las denominadas rondas, los grupos de civiles que suplantan a las fuerzas del orden.

El impulso dado por la Liga del Norte no es sólo hacia un régimen que fomenta el racismo, sino el federalismo fiscal, o sea  la sustracción de la región del norte de las cargas fiscales generales, base de la captación del  Estado, con lo cual acentúan los desequilibrios, ya muy graves, históricos, entre el sur y norte del país.

Italia es en este momento un país sumamente interesante para observar por todos los motivos señalados. La determinación de Berlusconi de mantenerse en el poder a cualquier costo puede provocar situaciones impredecibles y, advierto, modificar la ingeniería institucional democrático-liberal. En qué tiempo y con qué medios, nadie lo sabe, y menos el premier. Estamos, como diría Almodóvar, al borde de una crisis de nervios, o, tal vez, más allá.

1 Manos Limpias (Mani pulite) se conoce al proceso judicial llevado a cabo por el fiscal Antonio di Pietro en 1992. El mismo descubrió una extensa red de corrupción que implicaba a los principales partidos políticos de entonces y a varios grupos empresariales. Los hechos causaron conmoción pública, conociéndose como la tangentopoli. Tangente se entiende como comisión ilegal (mordida) en italiano (N. del T.).

* Director de Carta Semanal.

Traducción: Ruben Montedónico.