Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de octubre de 2009 Num: 762

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Portbou
JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

Dos poemas
LUKÁS THEODORAKÓPOULOS

Espacio eclipsado
PORFIRIO MIGUEL HERNÁNDEZ CABRERA

El origen de las especies
ROSA BELTRÁN

El placer de la actuación
RICARDO YÁÑEZ entrevista con ANA OFELIA MURGUÍA

La resistencia estética: las desaparecidas de Ciudad Juárez y Chihuahua
INGRID SUCKAER

Historia de una ecuación
RICARDO BADA

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Juan Domingo Argüelles

Elías Canetti y la poesía

Al igual que Gabriel García Márquez, Elías Canetti (1905-1994) leyó, entre los primeros libros que marcaron su vocación literaria, Las mil y una noches. Se lo regaló su padre con la promesa de que si lo ter minaba de leer le obsequiaría otro libro. “No necesité que me lo dijera dos veces –refiere, en La lengua absuelta, el escritor búlgaro–, y aunque sólo empezaba a aprender a leer en la escuela, me lancé inmediatamente sobre el maravilloso libro y tuve así algo que contarle cada noche. Él mantuvo su promesa; siempre había un libro nuevo y no tuve que interrumpir mi lectura ni un solo día.”

Después de Las mil y una noches llegaron a su vida, según recuer da Canetti, los Cuentos, de Grimm, Robinson Crusoe, Los viajes de Gulliver, Shakespeare, Don Quijote, Dante y Guillermo Tell. Luego hicieron acto de presencia Homero, Dickens, Schiller, Goethe, etcétera. Leía, sobre todo, cuentos, leyendas, teatro y obras históricas. Sin embargo, un día, la poesía le reveló la musicalidad y la magia del lenguaje y supo, a través de un poeta suizo, que la voz lírica se escucha mejor en medio de la soledad y el silencio.

Inesperado y misterioso, un poema de Conrad Meyer fue para él “un sentimiento totalmente nuevo” y una melancolía que inundaba la atmósfera. Así, lo recitó y escuchó su propia voz, en medio de un júbilo contenido: “Apagado se extingue el sofocante día estival./ Sordo y triste suena mi golpe de remo./ [...]/ Lejos el cielo, tan cerca el abismo./ Estrellas, ¿por qué no estáis ya aquí?/ Una voz querida, tan querida, me llama/ incesante, desde el sepulcro del agua.”

Canetti no se hizo poeta, pero la poesía le brindó una experiencia como lector que no olvidaría a lo largo de su existencia. Es lo que sucede con todo espíritu atento a lo que sucede a su alrededor. La poesía lo conmueve, como (en La antorcha al oído) recuerda Canet ti su conmoción al leer el lamento de Gilgamesh por la muerte de su amigo Enkidu, que también cita y recita: “Por él he llorado día y noche./ No consentí que lo sepultaran,/ por si mi clamor despertaba a mi amigo./ Lo he llorado siete días con sus noches,/ hasta que el gusano invadió su cara./ Desde que murió, no he vuelto a encontrar vida,/ y errante voy por la estepa, como un salteador.”

A decir de Canetti, la epopeya de Gilgamesh le enseñó un sentimiento profundo de rebelión contra la muerte de los seres queridos y del prójimo (“el que los dioses mueran hace a la muerte todavía más insolente”, pensaba) y acendró en él una noción decisiva que sintetizó del siguiente modo: “me importa la vida de cada ser humano y no sólo la de mis seres más próximos”. Algo de esto es lo que enseña la poesía a todo lector atento y dispuesto no sólo a “entender” sino también a sentir o, mejor dicho, a comprender a través de las emociones que despierta la experiencia poética.

Como hemos dicho ya, Canetti no se hizo poeta, pero sí gran narrador y pensador y gran lector de poesía, y las huellas de esas lecturas y de esas lecciones poéticas las podemos rastrear no sólo en sus grandes li bros de memorias y en su novela Auto de fe, sino también en su Carnet de notas 1942-1972: la pro vincia del hombre, un vo lu men que contiene tres décadas de anotaciones y, en cada frase, y en cada momento, “la verdad de un ser humano”, como escri biera el propio Canetti.

Para el autor de Masa y poder, “hay una tensión legítima en el poeta: la proximidad del presente y la fuerza con la que él lo aparta de sí; la nostalgia del presente y la fuerza con la que vuelve a tirar de él para sí. De ahí que jamás pue da estar lo bastante cerca de él. De ahí que jamás pueda apartarlo lo bastante de sí.”

En 1944 Canetti escribió: “Los malos poetas borran las huellas de la transfor mación; los buenos las enseñan.” Afirma ba: “Gérard de Nerval sería para mí un poeta sólo por el hecho de haber creí do que descendía de Nerva.” A fines de los años sesenta, Canetti expresó que lo que más valoraba en el verdadero poeta era lo que callaba por orgullo. “La palabra poeta ya no me gusta –sentenció–; me da miedo emplearla. ¿Por que yo ya no lo soy? No lo creo, no es esto. ¿Porque ya no contiene todo aquello que exijo de mí mismo? Es posible.”

Toda su vida siguió amando la poe sía, lamentando nada más, pero también nada menos, el que los poetas an duvieran “a la greña por un sitio en la sombra”. Sobre este último juicio, diga mos que las cosas no han cambiado mucho desde entonces.