Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de octubre de 2009 Num: 762

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Portbou
JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

Dos poemas
LUKÁS THEODORAKÓPOULOS

Espacio eclipsado
PORFIRIO MIGUEL HERNÁNDEZ CABRERA

El origen de las especies
ROSA BELTRÁN

El placer de la actuación
RICARDO YÁÑEZ entrevista con ANA OFELIA MURGUÍA

La resistencia estética: las desaparecidas de Ciudad Juárez y Chihuahua
INGRID SUCKAER

Historia de una ecuación
RICARDO BADA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Carne (II Y ÚLTIMA)

¿Dónde radica esa eterna fascinación del mexicano –y en fechas recientes, también de la mexicana– con el vello púbico –hoy con la pornográfica moda de su depilatoria ausencia– y lo que éste oculta o proyecta? ¿Dónde encuentra su origen, por ejemplo, la actitud de tres pelafustanes que en una esquina devoran con la mirada a cuanta mujer les pase cerca, pero si cada uno estuviera allí mismo, solo, quizá bajaría la mirada, amilanado, evidenciando vergüenza, indefensión sicológica, inferioridad de carácter? ¿En qué se sustenta esa costumbre, pináculo de la sandez, de bisbisear obscenidades a las mujeres, ya que la galantería de piropear con decoro se agostó en las películas de Cantinflas? Pues dónde más sino en la moralina enfermiza, en el escándalo mórbido. En usos y costumbres atávicos, idiotas, torcidos y machistas, muchos de los cuales se inoculan des de los medios masivos, como en la televisión. En la televisión abierta, en las telenovelas que idiotizan a millones, en el discurso de moralinas de utilería de Televisa y tv Azteca, en la sugerencia velada pero continua, de la genitalidad o la erotización, por ejemplo, de cualquier baile a cuadro, pero el discurso de conductores de noticieros antiaborto, o contrarios, por ejemplo, al matrimonio entre homosexuales, radica buena parte de nuestra hipocresía como sociedad.

El sexo como tópico de familia sigue siendo la zapa más profunda, donde la brecha generacional hace ángulo agudo: tengo un amigo de mi misma edad, cuarenta y tres años, que es celosísimo guardián de la impoluta inocencia de sus hijas adolescentes. El tema del sexo es espinoso, difícil y poco socorrido. Mi amigo llega a extremos de censura y escondrijo propios de secretario panista de Estado. Piensa, mi amigo, que a mayor información, mayor posibilidad de libertinajes de ésos que luego desembocan en un llorón amasijo de pañales y chambritas que pide a berridos de comer cada tres o cuatro horas. Rápido olvidó mi amigo que él y su ex mujer se embarazaron precisamente a la salida de la adolescencia y por falta de, adivinas adivinador, información objetiva, fría y razonada a la luz del sentido común y no de los nuevos viejos fundamentalismos. El “qué dirán” sigue siendo, en buena parte de la gran familia mexi cana, el argumento que subyace en la manera en que las jovencitas y los mancebos mexicanos van tramando el tejido de sus relaciones interpersonales.

A riesgo de recibir reproches por vulgaridad y barraganería, es fácil demostrar que aunque de ordinario pretendemos mirar disimuladamente al otro lado, las nalgas, las entrepiernas y en general los rincones ocultos de la anatomía nos obsesionan, al grado de que nuestro idioma obsequia un largo rosario de sustantivos que van desde la exquisitez o la socarronería figurativas hasta el más pueril o el más adocenado de los excesos. Los recursos de nuestra lengua (la lengua misma suele ser probóscide de apreciada sensualidad) para nombrar los genitales de ambos géneros son abundantes –me gusta imaginar aquí un árbol de mango, perfeccionando amarillas y jugosas redondeces en el ardiente sol de junio, palabras como frutos tentadores, perfumados, prohibidos–, y surge una de las paradojas de las culturas española y amerindia que acrisoladas decantaron una idiosincrasia sexualmente represora por reprimida, mojigata y profundamente hipócrita. Véase (aquí más bien léase) si no, al pene, campeón indiscutible de cacofónicas sinonimias, pilar indiscutible de nuestras falocracias y al que también se le llama pito, verga, polla, picha, cipote, macana, chile, tranca, calabrote, corneta, ariete, longaniza, falo, flauta, badajo, palo, vara, gallo, guajolote, pinga, pirinola, pizarrín, camote, reata, alambre, zanahoria, salsifí, pipí, pepino, chorizo, morronga, culebra, tranca, pájaro, esta ca, guayabo, mástil, gendarme, miembro, pelón o pelona, misil, pistola y un sinnúmero de analogías de cilíndrica morfología, mientras que la vagina recibe atenciones más bien breves y nombres como monito, cuca, pepa, almeja, coño, chocho, panocha, chichi, chumino, chango y algunas otras sabrosuras prosódicas. En la geografía anatómica de mu jeres y hombres, la lejanía del ecuador es directamen te proporcional a la sobriedad de los nombres. Un poco más al norte, los senos también se llaman tetas, bubis, chichis, teclas, melones o toronjas, mientras que las orejas serán sencillamente orejas y los pies habrán de contentarse con un nombre y cinco dedos cada uno en tanto Doña Evolución no dicte otra cosa.