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Nos cambiaron la vida de un momento a otro, señala una jubilada

¡No pasarán!, responde el SME a un día de malos presagios
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Elementos de la Policía Federal, este domingo en las inmediaciones de la Secretaría de GobernaciónFoto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Lunes 12 de octubre de 2009, p. 14

Al decreto presidencial que de golpe cerró la empresa pública Luz y Fuerza del Centro (LFC), tomó con la fuerza pública sus instalaciones y lanzó a sus 40 mil trabajadores al desempleo, los electricistas respondieron con actitud combativa, puño en alto y la consigna ¡No pasarán! coreada una y mil veces desde las primeras horas de este domingo cargado de malos presagios.

Pero entre un mitin y otro, abrumados por el desvelo y las preocupaciones, los manifestantes de pronto se permiten otras cavilaciones, pronunciadas en voz baja. Nos cambiaron la vida de un momento a otro, dice una mujer de talante amable, que trabajó 15 años en intendencia de LFC, jubilada hace tres años con una pensión de 110 pesos al día; una de esas privilegiadísimas agremiadas del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) que han sido señaladas en tono justiciero por locutores de radio y televisión desde hace algunos días.

En los corrillos se hacen cálculos pesimistas: ¿cuánto aguantaré sin cobrar la liquidación? ¿Cómo pagaré la mensualidad del carro, el crédito del Fovissste, la renta? ¿Y si cobro, luego qué?

La noticia de la liquidación de LFC, difundida por radio y televisión como necesaria, indispensable e impecable, tomó a las miles de familias que viven de esta industria con la guardia baja en los últimos minutos del sábado, tras una gloriosa jornada futbolera.

Pero los años de activismo sindical del SME, con su larga historia de luchas, los lanzó a la calle y a la movilización casi de inmediato. Si a las 3 de la madrugada había no menos de 10 mil congregados frente a su sede sindical, cubriendo el cruce de Insurgentes y Antonio Caso, a las 10 superaban los 20 mil, marchando hacia el Monumento a la Revolución.

Al frente caminaban con los brazos enlazados dos líderes que apenas horas antes eran grandes rivales: el secretario general del SME, Martín Esparza, desconocido por la Secretaría de Trabajo antes del veredicto de la Junta de Conciliación y Arbitraje, y su contendiente por el liderazgo sindical Alejandro Muñoz, que impugnó el comicio interno de julio y atacó sin cuartel al dirigente ganador.

Aparecieron juntos, declararon que a partir de ayer desaparecían colores y rivalidades, caminaron hombro con hombro frente al enorme contingente desde el Monumento a la Revolución hasta la Secretaría de Gobernación, en Bucareli, y juntos entraron a la encerrona –infructuosa a la postre– con las autoridades federales, acentuando el mensaje de unidad, sin poder evitar que algunos se preguntaran si su tregua no llegaba demasiado tarde.

Para contener una marcha de 20 mil trabajadores, disciplinados y moderados, la Secretaría de Seguridad Pública movilizó a 4 mil antimotines y la policía capitalina a otros mil 500 elementos que resguardaron las calles aledañas al Palacio de Covián.

“Mi primer pensamiento cuando supe lo del golpe –dice un hombre mayor, sentado en el piso sobre la calle de Tres Guerras, con un compañero– es que fue un abuso de Calderón, que se aprovechó de un problema interno nuestro para dar la puñalada trapera.” Pasó 30 años de su vida en la empresa, recorrió todos los escalafones, desde peón hasta supervisor.

Su compañero estruja una botella de refresco vacía: Va a ser difícil doblegar a un sindicato como éste, que es vanguardia en las luchas de la clase trabajadora. Él laboró durante 28 años en la sección de líneas aéreas, donde los trabajadores se arriesgan día a día para reparar instalaciones con equipo anacrónico y materiales insuficientes. Cuenta que desde que amaneció siente un malestar aquí, señalando el esternón. Es por sentir que nosotros, que mantenemos iluminada la ciudad más grande del mundo, les estorbamos al gobierno y a los empresarios.

Pero la esperanza es terca y su amigo se aferra: A ver si mediante el diálogo se consigue que retiren el decreto.

–¿Usted cree, compadre? –pregunta el otro.

–La verdad, no estoy seguro.

En el templete sobre Bucareli, los oradores se turnan el micrófono uno tras otro durante los 90 minutos que dura el conciliábulo en Gobernación.

Los que llevan radios portátiles ya escucharon el fracaso de la negociación y corren la voz. En la conferencia de prensa de los secretarios de Estado el gobierno advierte que no dará marcha atrás, que LFC ya no existe. Y ofrece liquidaciones extraordinarias equivalentes a dos años y medio de trabajo, una buena lana, quién lo niega. ¿Y luego, qué? ¿Y luego?, rebota la pregunta como eco angustiado. La trampa parece bien hecha: pan para hoy, hambre para mañana.

A las 3 de la tarde, los oradores anuncian que hay intentos de infiltrados de provocar un enfrentamiento con la policía. Se resuelve marchar de regreso al local sindical, en Insurgentes Centro.

Nos pusieron enfrente al diablo del desempleo, dice un fortachón treintañero que de pronto se desploma en una de las aceras de la calle Antonio Caso, convertida en romería grave y azorada. Ya se imaginará usted: perder una chamba que uno creía segura es un golpe muy canijo. Él trabaja –¿trabajaba?– en las calderas de la subestación de Lechería. ¡Y es una soba que ni se imagina!

Mujeres de pants y gorra hacen ronda bajo el toldo de una abarrotería. Una voz se sobrepone indignada: Están violando los derechos de nuestros hijos; nuestros bebés. Son secretarias de la oficina central y muchas jefas de familia.

En una jardinera, unos pasos más hacia avenida Insurgentes, otras señoras, ya mayores, hacen cálculos. ¿Tu cuánto crees poder aguantar sin cobrar? Yo sí aguanto, por lo menos dos quincenas. Después... ya no sé. Su compañera la reprende: Hay que aguantar más, a ver hasta cuándo. Si vas y cobras en el banco vas a dar pie a que nos sigan fregando. Ella es esposa de otro trabajador jubilado que toda su vida se mantuvo en los peldaños más bajos del escalafón, en mantenimiento. Aun así, paga la carrera de una hija que se esfuerza por ser profesional. Ellas, madre e hija, aseguran: Pues nosotros no vamos a cobrar del banco; vamos a resistir lo que sea necesario, otra cosa sería traicionar.

Un caso para San Judas

Termina el mitin. Los dirigentes han propuesto un plan de movilización para las próximas semanas: volanteos masivos, controversia constitucional en San Lázaro, marchas, un activismo que se extenderá del centro del país a otras regiones para sumar alianzas y lograr un movimiento nacional. Nuevamente, el músculo de la calle enfrentado al enorme aparato del poder político, económico y mediático que simplemente da por concluida la historia de 95 años del SME.

Cuando ya todos se dispersan, en un estacionamiento vecino, un joven trabajador paga la tarifa. Tome, con el último billete que sale de aquí. A lo que le responde el que atiende la caja: No se me desanime, mi amigo. Préndale su veladora a San Juditas.