Opinión
Ver día anteriorMiércoles 14 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pena de muerte
M

uchos pensadores suelen decir que el progreso científico avanza más rápido que la moral (me rehúso a escribir progreso moral). Esa idea me parece cierta, aunque no del todo. Son muchas las diatribas contenidas en esa reflexión. La fundamental se basa en el concepto de justicia: es inadecuado e injusto hablar de progreso científico cuando más de la mitad de la humanidad apenas sobrevive. Ser observador de las bonazas científicas y tecnológicas es amoral. Intentar aplicar la pena de muerte, fallar en el intento y producir sufrimiento, amén de las innumerables preguntas, ahora sí morales, acerca de la validez del procedimiento, es buen motivo para replantear los usos del conocimiento médico y tecnológico en aras de la oscura moral de la pena de muerte. Y no sólo eso: también es motivo para cuestionar el oficio de enfermeras, enfermeros, religiosos y médicos, cuyos instrumentos manuales y morales funcionan como ejecutores de la vida de otras personas. Imposible callar después de leer el testimonio escrito de Romell Broom el 17 de septiembre de 2009.

Broom, de 53 años, es asesino convicto –no confeso– por secuestro, violación y asesinato, en 1984, de una chica de 14 años. Desde entonces aguarda en el corredor de la muerte. El día de su ejecución Broom –transcribo el reporte de El País, 11 de octubre– “se despertó a las 5:08 del que creía sería el último día de su vida… a las 14:00 horas, un equipo médico, compuesto por 12 personas comenzó a pinchar el brazo de Broom… el asesino soportó cerca de dos horas los pinchazos de las agujas en ambos brazos, ambos tobillos y la mano derecha. Al menos 18 intentos… el gobernador de Ohio decide a las cuatro de la tarde que la ejecución sea suspendida durante una semana”.

Extraigo algunas líneas del testimonio de Broom: “Los enfermeros intentaron acceder simultáneamente a las venas de mis brazos… después de seis intentos fallidos los enfermeros me dijeron que descansara un poco… después de la pausa, la enfermera intentó dos veces acceder a las venas de mi brazo izquierdo. Debió de pinchar un músculo porque el dolor me hizo gritar. El enfermero intentó tres veces acceder a las venas de mi brazo derecho. La primera vez consiguió acceder a una vena… intentó insertar la vía intravenosa, pero la perdió y empezó a correr la sangre por el brazo. La enfermera salió de la habitación. El funcionario de prisiones le preguntó si se encontraba bien. Ella respondió: ‘no’, y se fue… El enfermero siguió diciendo que la vena estaba allí, pero que no podía cogerla. Intenté colaborar ayudando a atar mi propio brazo… después entró la enfermera jefe. Intentó acceder a las venas en mi tobillo derecho. Durante ese intento, la aguja me pinchó en el hueso y fue muy doloroso. Después de varios intentos fallidos la enfermera jefe cogió la aguja y salió de la habitación… Esperar a ser ejecutado es angustioso… Me veo obligado a recordar constantemente el hecho de que la semana próxima tendré que sufrir la misma tortura”.

El testimonio de Broom es extenso. Entremezcla los enormes dolores producto de 18 intentos fallidos para obtener la vena necesaria con las palabras de los carceleros que le pedían que se relajara, mientras alguno de los funcionarios le ofrecían café y cigarrillos. A las seis de la tarde se le sirvió la cena. Se le trasladó al hospital de la cárcel donde recibió tratamiento para los hematomas y el dolor de sus extremidades. Sigue en espera de ser ejecutado. Aún no sabe el dictamen final. Sus abogados han sugerido que la pena de muerte debe cancelarse porque violaría la garantía constitucional que prohíbe un trato cruel e inhumano. Entre tanto, Broom, sus familiares y los padres de la joven asesinada probablemente por él aguardan la decisión del aparato jurídico de Ohio.

Entre los países que aplican la pena de muerte destacan Estados Unidos, China e Irán. En el primero se efectúa también en menores de edad, el segundo es líder mundial en la aplicación de la muerte y cliente frecuente de Amnistía Internacional, y el tercero está a punto de ejecutar a tres disidentes. Las razones por las cuales los inculpados son ejecutados varían mucho entre esas naciones. Varían tanto que sin duda los motivos chinos son malos para las razones gringas y muy distantes de los argumentos iraníes, que, dicho sea de paso, nada tiene que ver con la extraña forma de percibir la moral de los estadunidenses.

Los argumentos que pretenden avalar la pena de muerte son universalmente irreconciliables. Si a esa distancia agregamos el papel de la ética como razón para justificar el procedimiento, la en ocasiones torpeza de los verdugos, el sufrimiento innecesario por el fracaso de las maniobras y las sin duda frecuentes equivocaciones, por omisión o comisión de los jueces al dictar la sentencia, queda, en un entredicho infinito, la validez de la pena de muerte. Queda también cuestionar si es ético o no aplicar el conocimiento a favor de la pena de muerte y queda, en la misma bandeja, la reflexión acerca de las razones por las cuales personas normales se transforman en ejecutores.