Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de octubre de 2009 Num: 764

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El tono de la vida
ERNESTO DE LA PEÑA

Dos poemas
THANASIS KOSTAVARAS

Nicanor Parra: “Ya no hay tiempo para el ajedrez”
JOSÉ ÁNGEL LEYVA

Brandes y Nietszche: un diálogo en la cima
AUGUSTO ISLA

Treinta años de danza mexicana
MANUEL STEPHENS

Maestro Víctor Sandoval
JUAN GELMAN

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Luis Tovar
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Refranero moreliano (I DE II)

No soy monedita de oro pa caerles bien a todos. Así podría decir el propio festival, en vista de que Unoqueotro por ahí se aventó la puntada de sugerir “cambios en la dirección”, argumentando un anquilosamiento que muchos, pero de verdad muchos, no alcanzamos a ver por ninguna parte. Desde luego que el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) no es perfecto; perogrulleando, por supuesto que es perfectible, pero ese par de condiciones no son exclusivas del FICM ni, por cierto, dicho evento las posee en mayor medida si se le compara con otros festivales cinematográficos.

Por lo visto, siete años de existencia le han bastado al FICM no sólo para una consolidación que nadie con un par de ojos está en condiciones de regatearle, sino también para prohijar una que otra animadversión que al final del día, y de manera más que curiosa y paradójica, constituye una suerte de reconocimiento al revés: dentro del ámbito nacional, el FICM es exigido a un nivel que otros festivales están todavía muy lejos de alcanzar. Por otro lado, y para decirlo sin circunloquios, puesto que no se trata de un evento creado, organizado ni sustancialmente financiado por ninguna entidad pública, carece de sentido postular la “conveniencia” de cambios directivos, ya que los tales cambios necesariamente significarían la extinción del FICM, ya fuera para convertirse en otra cosa, ya para sencillamente dejar de existir. En otros términos, este juntapalabras no se imagina a Alejandro Ramírez, a Daniela Michel y a Cuauhtémoc Cárdenas Batel corriéndose a sí mismos de una organización creada precisamente por ellos, y aunque tal despropósito fuese viable de algún inimaginable modo, tampoco encuentra motivos para que “se presenten” su renuncia.


Elvira

Cada quien habla según le va en la feria. Tiene razón Jorge Sánchez, director de otro festival cinematográfico, cuando equipara este tipo de eventos con un baile: cada quien elige qué piezas y con quién quiere bailarlas. El “estuvo bien” o el “estuvo mal” con el que todo asistente suele resumir la experiencia de un festival de cine, está en relación directa con aquello que fue a buscar, y aquí no importa si lo reconoce o lo niega. En detrimento de lo aparentemente obvio, sepa el lector que Nofalta quién, Unoscuantos, Muchagente y algunos más por el estilo, son asiduos a Morelia en octubre, a Guadalajara en marzo, a Guanajuato en julio, y más recientemente a Monterrey, Acapulco, Cancún y Chihuahua, a los que debe añadirse un etcétera que año con año va creciendo –para no hablar de los festivales fuera del país, cuyo nombre es Legión–, pero lo que menos pareciera importarles es la programación del festival en turno, dada su escasísima presencia dentro de una sala cinematográfica. Para ellos y para quienes como ellos obran, el festival fue “bueno” o “malo” en función de la cantidad y la calidad, pero no de lo proyectado sino de lo que pudieron comer y beber en los innúmeros cocteles y révens que, ni modo, también son parte de un festival de cine. Por su parte, quienes van a un festival de cine con el atípico propósito de ver cine, son susceptibles de correr con suerte parecida a la de quien acude al baile, pues nada impide que en una de ésas le toque bailar con la más fea. Por ejemplo, considerando el tema que trataba, debido a la información que había corrido tanto de manera previa al festival como durante éste, así como en virtud del trato preferencial que se le concedió en términos de espacio y horario (parece haber apellidos más apellidos que otros), este sumaverbos abrigó grandes expectativas respecto de un documental titulado Elvira (Javier Solórzano Casarín, 2009), en el que se aborda el conocido caso de una joven mujer que, siendo inmigrante ilegal en Estados Unidos, tras una razzia fue tratada como criminal, separada de su hijo y deportada a México. Elvira sencillamente decepciona por la pobreza en su levantamiento de imágenes; por su trabajo de edición, desprolijo e innecesariamente confuso; por la superficialidad en la inmersión en temas tan complejos y llenos de aristas como son la inmigración con fines de supervivencia, el racismo, la xenofobia y, finalmente, por haber retratado a su personaje de manera comprensiblemente favorable pero, al hacerlo, haber incurrido en una parcialidad cuyo efecto más notorio no son la cercanía ni la identificación con un público de todos modos proclive al aplauso generoso, sino la sensación de haber presenciado no un todo completo y autosuficiente, sino una parte de algo que pudo –¿debió?– ser más extenso y más completo.

(Continuará)