Opinión
Ver día anteriorJueves 29 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El crimen del hotel Palacio
L

os dos premios nacionales que Martín López Brie ganó con esta obra hicieron algo de ruido hace un par de años, porque el joven dramaturgo –que ya había, con mucha anterioridad, obtenido otro premio por otra obra– fue víctima de la lentitud burocrática que no le informó a tiempo de haber ganado el primer concurso y por ello sometió El crimen del hotel Palacio a un segundo certamen, ganando los dos y renunciando a uno de ellos. Como sea, dos jurados muy diferentes consideraron esta obra digna de un primer lugar, ahora se ostenta como ganadora del Premio Nacional de Dramaturgia 2007 y fue estrenada el año pasado en Querétaro con el patrocinio del Instituto Queretano para la Cultura y las Artes. En estos días se escenifica en el sótano del teatro Carlos Lazo de la Facultad de Arquitectura de la UNAM que Julio Castillo y Alejandro Luna dieran a conocer hace ya muchos ayeres.

López Brie utiliza en El crimen del hotel Palacio la forma de thriller que algunos autores aprovechan para hacer diversos planteamientos (Leonardo Sciascia, que lo usó, afirmaba que el género policial era el más honesto porque sólo intentaba contar una historia) en una hilarante sátira de instituciones y usos y costumbres, que tiene muchos planos de para aproximarse en cuanto a tema y construcción dramática. Por un lado se puede tomar lisa y llanamente como un cuento policial, con los tópicos del género: el detective, el jefe exigente, el periodista que es un investigador amateur y los sospechosos que no han sido descartados. Por debajo de esta parodia el dramaturgo denuncia los métodos brutales de la policía mexicana, las revistas de ovnis y horóscopos, los vivales que se valen de la situación de los indios para pretender su defensa mientras hacen turismo de lujo, la homofobia de los muy machos, la inanidad de la justicia.

En textos anteriores, el autor se sirvió de un pulido lenguaje que contradecía a muchos de su generación, pero ahora las expresiones soeces fluyen del inspector Mico –apócope de químico porque gusta de oler solventes– y de otros personajes, pero sobre todo del inspector, con una facilidad que se antojan cotidianas, alternando con las voces corales que utilizan otra manera de hablar, a veces metafórica y poética, siempre correcta, lo que demuestra su habilidad para las diferentes formas de escritura. Otro aspecto sería el de los personajes de cómic que se muestran como seres reales y no imaginados por autores y dibujantes, con lo que el texto cobra una dimensión fantástica cuando aparecen, en contraste con el realismo de varias escenas, y cuyo interrogatorio se da a base de cortes casi cinematográficos. Entre tanto barroquismo, Mico y su conversión –que se va mostrando a lo largo de varias escenas– son el eje, con ese coro que describe hechos que no vemos, sentimientos y pensamientos, un poco según la corriente del teatro narrativo, otro tanto gracias al gusto por los clásicos de Martín López Brie que hace que su antihéroe tenga un cambio de conducta al final e incluso muestre destellos de una inteligencia que no parecía tener.

El dramaturgo dirige su obra en conjunto con Gabriela Ochoa en un espacio rectangular con público a ambos lados y al frente unos escalones en donde se dibuja la silueta de Matilde Palacios, la asesinada. Entre ese espacio y los espectadores se moverán los actores del coro, que doblan a los personajes, excepto el de Mico. Logradas la escena del crimen con unos cuantos trastos y ropas tirados y la del apagón iluminada con linternas. Los actores, vestidos con mucha imaginación por Marina Meza, tienen muy buen desempeño en sus diversos roles, del coro y otros personajes, sobresaliendo Miguel Ángel López López como el bestial Mico con su transición final. Alcibiades Zaldívar es el altanero capitán Robles y el vencido Maestro Sol. Jorge Núñez es el periodista Otero y el Fakir. Viridiana Olvera es Géminis Paola García encarna a la camarera Roberta y a Tamara, la reina de la selva, mientras Leonardo Cabrera interpreta al fotógrafo Rubén Coronado y al Capitán Centella. La escenificación cuenta con la música original de Pablo Mondragón.