Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de noviembre de 2009 Num: 765

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Una vida en la actuación
RICARDO YÁÑEZ entrevista con MARTHA OFELIA GALINDO

Nota de presentación
MARCO ANTONIO CAMPOS

Bonifaz Nuño, universitario de excepción
JUAN RAMÓN DE LA FUENTE

Poema
RUBÉN BONIFAZ NUÑO

(Boceto de) mi trato con Bonifaz Nuño
FERNANDO CURIEL

Rubén Bonifaz Nuño
JUAN GELMAN

Un universitario llamado Rubén Bonifaz Nuño
JORGE CARPIZO

Un universitario paradigmático
DIEGO VALADÉS

Lowry: el que fue volcán
PAUL MEDRANO

Leer

Columnas:
Galería
SALOMÓN DERREZA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Ilustración de Juan Gabriel Puga

Lowry: el que fue volcán

Paul Medrano

Entre copa y copa se acaba mi vida
Miguel Aceves Mejía

Por los cien años de Malcolm Lowry sólo podemos hacer dos cosas: beber o leerlo.

Si optamos por lo primero, conviene aclarar que no honraremos su memoria con beber hipócritamente. Besando la copa, cual damas en fiesta de quince años, o lo que es peor, con un pretexto inútil, como beben del cáliz los sacerdotes. Como el alcohol era una de las pasiones de este gran beodo, lo menos que podemos hacer es beber hasta alcanzar la sobriedad, según sus propias palabras.

Hasta la sobriedad no es otra cosa que enfrascarse en una guarapeta maratónica. Citando a otro alcoholicazo, se trataría de empinar el codo hasta ver esa luz blanca y clara del alcohol, como la definió Jack London.

Para Lowry no habría sido problema beber hoy, mañana y pasado, pues pertenecía a esos pocos escritores que realmente pueden escribir habiendo ingerido licor. Quizá era como Raymond Chandler, quien en sus cartas, confesó: “Físicamente el alcohol no me hace falta para nada, pero sí espiritual y mentalmente.”

Lowry era un dipsómano consumado y, probablemente, un dipsómano admirable, mas no por eso simpático, ni muchos menos tolerable.

El morelense Carlos Antonio de la Sierra, autor de Bajo el volcán y el otro Lowry, afirma: “Valentín López, ex cronista de Cuernavaca, conoció a Lowry. Se acordaba de él porque era el güero ebrio que pateaba las canicas a los niños. Por su parte, Raúl Ortiz y Ortiz, traductor de Bajo el volcán al español, no conoció a Lowry pero fue muy amigo de Margerie, la segunda esposa del escritor. Raúl me platicaba que odiaba que Margerie viniera a México y se quedara en su casa. Las razones eran obvias: la esposa de Lowry también era alcohólica; desde las doce del día que se despertaba, empezaba a beber y no paraba hasta la medianoche. Raúl, por cortesía, la acompañaba en la medida de lo posible, pero oraba todos los días por que se fuera cuanto antes.”

En cuestión de alcoholes, Lowry tenía un hígado de diez cilindros. Gordon Bowker, en la voluminosa biografía Perseguido por los demonios, cuenta que hacia 1949 Lowry bebía, como media, tres litros de vino tinto al día, más dos litros de ron. A consecuencia de la bebida tenía várices desde las ingles hasta los tobillos. Recuerda que algunos de los amigos de Lowry tenían un par de maletas siempre al lado de la puerta, las cuales se usaban para excusarse y fingir que se iban de viaje si los Lowry tenían la ocurrencia de visitarlos por unos días.

Quién si no un borracho habrá de soportar a otro borracho.

Martin Amis dijo de Lowry: “El alcohol se convirtió en el combustible de su vida inflamable que lo vio peleador, perdedor serial de manuscritos, pasajero en tránsito perpetuo, marino, preso, internado, deportado, mitómano, heredero de una fortuna modesta, responsable de la bancarrota de dos matrimonios y rey Midas al revés.”

En términos mexicanos, Lowry se jugó un amor con una baraja de oro. Lowry no era de a caballo y le pidió misericordia al rey de copas.

Por ello no resulta extraño que existan más admiradores de la dipsomanía de Lowry que lectores sinceros. Y los justifico. Es más sencillo beber que escribir.

Quizá a eso se deba que su casa de Cuernavaca, en la calle Humboldt (la famosa calle Nicaragua de Bajo el volcán), ahora sea un exclusivo hotel de cuatro estrellas donde el costo de la habitación incluye la inspiración suficiente para escribir como poseído.

Lowry es deificado cual apóstol maldito de la literatura, aunque sus obras permanezcan sin leerse mucho. Qué curioso, como tantos y tantos escritores. Hemingway, Fitzgerald o el mismo Cervantes, acompañan a Lowry en este triste purgatorio.

Parafraseando al irlandés Brendan Behan, podemos decir que Lowry era “un bebedor que tenía un problema con la escritura”.

Afortunadamente, gracias a este problema nos dejó una novela de la talla de Bajo el volcán. Se trata de un minucioso trabajo de orfebrería. No por nada le tomó casi diez años terminarla. Cada escena está trabajada con la meticulosidad de un relojero fino. En cada página la simple trama se transforma, de una línea a otra, en un extraño monstruo plagado de poesía de largo aliento, de metáforas y evocaciones hacia el pasado, o hacia viajes al otro lado del mundo. Una prosa espesa. Sorpresiva. Compleja.

Es un alarido de desamor proferido desde el rincón de una cantina. Sin embargo, Lowry sabía en qué momento detonar ese lamento, como el delirium tremens nos vuela el cerebro. Sabía reemplazar significado por cadencia. Trama por respiración.

Esta fineza quizá se deba a que Lowry, antes que narrador, se consideraba poeta. Tanto así, que nunca dejó de cultivar ese género. Bajo el volcán se puede percibir como una novela narrada por un poeta, o en caso contrario, poesía transmutada en novela.

En una entrevista de Ortiz y Ortiz a La Jornada en 1992, reconoció que no supo cómo logró traer de la lengua inglesa toda la poesía contenida en la narrativa de Lowry. “No me explico cómo pude traer al español esa música, prosa rítmica, embriagante, violenta y suave, con esa ternura tan lacerada. No puedo aún responder a esa pregunta.”

Lowry llegó a Acapulco el 1 (?) de noviembre de 1936. Conoció la otrora famosa playa Hornos –donde se asoleaban divas como Mirna Loy o María Félix–, ahora convertido en uno de los peligrosos y sucios rostros del puerto. Lowry también estuvo en el hotel El Mirador, emblemática hospedería ubicada en la zona de La Quebrada, actualmente en venta por la crisis económica. Seguramente bebió alguna cerveza de la Cuauhtémoc Moctezuma (hoy, tan devaluada como el peso) en una de las tantas cantinas de la época, y se fue sin saber que setenta y tres años después se instalarían cientos de mesas de análisis para hablar en su honor.

En memoria de Lowry podemos hacer dos cosas: beber o leerlo. Propongo leerlo, a conciencia. Incluso, releerlo una y otra vez. Pues es más que evidente que no son buenos bebedores, porque de ser así, estarían en una cantina, no leyendo este bodrio.