jornada
letraese

Número 160
Jueves 5 de noviembre
de 2009



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate


Naufragar en el seno de la familia
Una entrevista con Joan Wallach Scott

Carlos Bonfil

La historiadora estadunidense visitó México para conmemorar los 25 años de su artículo "El género, una categoría útil para el análisis histórico", que sentó las bases de tal categoría teórica. En esta charla aborda conceptos como la diferenciación
por sexo y la familia, la cual, afirma, no es la clave del orden social.


Para muchos detractores de los derechos civiles de las minorías, el matrimonio entre personas del mismo sexo constituye el máximo anatema. En esta entrevista exclusiva para Letra S, la profesora Joan Wallach Scott, historiadora de las diferencias en la Universidad de Princeton, explica cómo la ideología conservadora ha hecho de la diferencia de sexos, del modelo hegemónico de familia y del matrimonio heterosexual, los máximos soportes del orden social, y cómo el creciente reclamo de derechos sexuales por parte de mujeres y de minorías, ha expuesto las contradicciones y el desgaste de esas instituciones dominantes.

¿Cómo explica el miedo o rechazo que suscita en diversos sectores de la población
el tema del matrimonio gay y de la adopción de niños por parejas del mismo sexo?

Es un síntoma de la sensación de angustia que la diferencia de sexos provoca en mucha gente. No se trata de algo únicamente biológico, sino también cultural. En Francia el debate sobre el PACS y la eventualidad de un matrimonio gay se centró en una diferencia de sexos considerada desde el punto de vista cultural. Esta diferencia, señalaba la antropóloga Francoise Héritière, era el centro, el corazón de la vida. No se puede pensar el mundo, decía, sin esa diferencia que se sitúa en el origen de todo. Creo, sin embargo, que la diferencia de sexos no es tan clara como se piensa comúnmente. Hay por supuesto diferencias anatómicas y genitales, ¿pero qué quiere decir eso? Al impulso normativo se opone la realidad de fronteras a menudo muy difuminadas entre los sexos; hay mujeres más masculinas que otras, hombres más femeninos que otros, y esto es algo que es necesario tomar en cuenta. En toda regla existen siempre excepciones y no podemos tener fronteras artificialmente marcadas. Esto por supuesto produce angustia, y por ello surge la necesidad de vigilar las fronteras, de una manera casi policiaca.

Un argumento recurrente: los homosexuales no son capaces de criar a los niños.
¿Qué opina usted de eso?

Podría citar ejemplos de muchas personas -parejas de hombres o de mujeres-- que son perfectamente capaces de criar niños y darles el cariño y la comprensión que necesitan. Se argumenta, sobre todo en Francia, que los niños aprenden la diferencia de los sexos en la familia, y que por ello es necesario que haya un hombre y una mujer para que la enseñanza sea exitosa. Esto es un mito, pues tomando en cuenta la elevada tasa de divorcios, muchos niños crecen en familias que tienen sólo un padre o una madre, o combinaciones de parentela muy diversas. No hay en los hechos una familia nuclear, heterosexual, estable; eso está dejando de existir.

Las funciones de esa familia ideal las retoman actualmente nuevos protagonistas: la comunidad, los amigos, familiares diversos.
Exacto. Y no sólo eso. Asistimos también a un ensanchamiento afectivo. Los niños descubren, en esta época de la reproducción asistida, que quienes son susceptibles de ocuparse responsablemente de ellos no son necesariamente un padre y una madre, sino también una comunidad afectiva que los adopta y les brinda cariño. Esta realidad rompe con muchos de los paradigmas tenazmente defendidos por los conservadores que sólo admiten como modelo único de educación de los niños el esquema de la familia nuclear.

También se habla del peligro de proselitismo sexual por parte
de parejas del mismo sexo que adoptan niños.

En Estados Unidos hay estudios estadísticos que prueban que en las familias homosexuales, sólo un diez por ciento de los niños se vuelven homosexuales, contra un noventa por ciento que crecen como heterosexuales. Pero el problema no es ese. Estoy de acuerdo con la interpretación que hace Judith Butler de Freud, según la cual los homosexuales poseen una identidad de origen, y no una identidad adquirida, por lo que no habría diferencia alguna para los niños en el hecho de ser educados por parejas del mismo sexo, quienes únicamente respetarían la orientación sexual que los niños tuvieran de origen, y los ayudarían a vivir armoniosamente con ella.

Existe también en el niño la necesidad de un mecanismo de identificación con un padre,
¿en el caso de una educación a cargo de dos madres, no se alteraría dicho proceso?

En eso estoy de acuerdo con Lacan, quien habla de posición, más que de género biológico. Y una mujer puede adoptar la posición del padre, la función de la ley en la familia. Y en la misma familia heterosexual hay casos en los que la madre adopta el papel del padre, o donde el padre es el proveedor de cariño a los hijos en ausencia de la madre. Los mecanismos de identificación son mucho más complejos que el suponer que un hijo quiera necesariamente identificarse con su padre, o la hija con su madre. Tengo un nieto que a los cuatro años quiso identificarse con su madre. Me decía: un día quiero tener un bebé, como mi madre. También quiere ponerse un vestido, como su madre. Y no se trata de que deteste a su padre, o que sea menos viril que cualquier otro niño. Simplemente, en este momento de su vida sus fantasmas se desarrollan en torno a su madre. Algún día será tal vez heterosexual, tal vez homosexual, pero esa no es la cuestión. En el terreno de las identificaciones uno juega con miles de posibilidades, no sólo durante la infancia, sino a lo largo de toda la vida.

Se alude comúnmente al debilitamiento o destrucción de la familia tradicional,
y a la amenaza que supondría la multiplicación de familias alternativas

Creo que el modelo de familia nuclear tradicional se está desgastando por sí solo. La tasa de divorcios, la tasa de hogares con una sola figura tutelar, y en menor medida la tasa de familias gay, está redefiniendo ese modelo. Pero lo que vino primero fue el cuestionamiento de esa familia. Esto quiere decir que el sitio en el que uno creía poder preservar las tradicionales diferencias sexuales es hoy un desastre. ¿Qué pasa cuando hay un divorcio y odias a tu padre porque abandonó a tu madre? ¿Quiere esto decir que nunca vas a casarte o que por ello vas a castigar a los hombres? La identificación con los padres, a la que aludías anteriormente, ya no es siempre posible, pues todo se está derrumbando. Hay padrastros y hay familias mixtas, y sobre todo una gran confusión. En ese contexto, ¿cómo van a aprender los niños lo que deberán hacer? ¿Cómo habrán de respetar las fronteras, y cómo sabrán lo que es normal o aceptable? Esto crea una gran ansiedad. La posibilidad de los derechos homosexuales se desarrolla en el contexto de otras luchas civiles, del feminismo, de los derechos humanos y de las políticas de identidad. Muy pronto, sin embargo, las reivindicaciones homosexuales se volvieron el síntoma de aquello que provocaba ansiedad en mucha gente. Los gays eran personas que no respetaban las reglas, que se amaban sin cruzar las líneas de las diferencias sexuales, manteniéndose en un solo lado. Si esas líneas desaparecen, ¿qué puede hacer entonces la gente normal? ¿Cómo sabré que soy un hombre si tengo frente a mí a una mujer que ama a otra mujer? El movimiento homosexual se vuelve entonces la amenaza fantaseada, el lugar adonde se desplaza la culpa, el chivo expiatorio. Y entonces la idea del matrimonio gay se vuelve también un chivo expiatorio muy conveniente, pues evita pensar en lo que no funciona en la familia tradicional, en los divorcios y en la violencia intrafamiliar, en todo aquello que se aparta de ese cuento de hadas según el cual deberás casarte y ser feliz para siempre.

La idea, según se dice, es preservar el orden social, ¿pero puede éste preservarse con la multiplicación de las familias alternativas?
Por supuesto. Lo que se quiere decir con ese cuestionamiento es que el orden social requiere no sólo de una familia nuclear estable, sino que se respeten las líneas de la diferenciación sexual, pues estas deben ser la base de dicho orden. Desde hace mucho tiempo la ciudadanía se concibe como algo masculino, y la masculinidad se define a su vez como ciudadanía; cuando las mujeres reclaman esta ciudadanía y el derecho a votar, los hombres se dicen que las mujeres se volverán hombres y los hombres mujeres. Es esto lo que realmente les preocupa. La idea es que si no sabes quién eres, si tu género no es claro, entonces se altera el orden social. ¿Pero por qué tendría que depender el orden social de esta diferencia de sexos? Es únicamente la educación, las instituciones educativas, las que deberían mostrar a los niños cómo ser buenos ciudadanos. Pero no lo hacen, sólo señalan que las personas deben obedecer la ley. En realidad, puedes vivir en una comunidad y aprender mucho de ella, no necesariamente en el seno de la familia. Toma el ejemplo de sociedades en las que no hay estados ni familias nucleares como las conocemos: tenían un orden social, pero de naturaleza diferente. La familia no es la clave del orden social.

Permítame por un momento ser el abogado del diablo. ¿Qué consecuencias ha tenido esta alteración del orden social, aparte de la promiscuidad, enfermedades e incertidumbre?
Lejos del modelo de familia nuclear las personas pueden naufragar y perderse.

¿No piensas que muchas personas pueden naufragar en el seno mismo de la familia? Piensa en las gentes que son miserables en su matrimonio, que se casan por razones económicas o sociales, y que se detestan. Piensa en el tema de la violencia doméstica, que es básicamente heterosexual, o en la gente que se deprime por llevar la vida que jamás quisieron tener, que no se sienten sexualmente satisfechos, y que viven atrapados en esa situación. La gente puede sentirse solitaria y frustrada dentro de las instituciones, dentro de la norma, tanto o más que aquellos que viven fuera de la norma, al margen de esas instituciones. El problema no es la institución por sí misma, sino qué tipo de realización puede uno tener dentro de esa institución. Estoy leyendo Las relaciones peligrosas, y algo que me molesta en Francia es la crítica que se suele hacer ahí de los musulmanes, según la cual los franceses sí saben como tener una vida sexual, mientras que los musulmanes son puritanos, atesoran el velo, tienden a estar separados. Creo que una de las bases para la igualdad entre los sexos es la posibilidad de seducción, entendida como un juego entre dos personas. No hay ahí relaciones de poder, no hay desigualdad. En el libro de Choderlos de Laclos el matrimonio es un asunto de propiedad y riqueza. Se trata de transmitir riqueza. Esa institución funcionó muy bien cuando se trataba de transmitir un patrimonio de una generación a otra; no se trataba de amor, sino de una transacción sexual, y esa institución sirvió también para mantener un tipo de orden social. Las personas en esos matrimonios de la corte estaban atrapadas en una dinámica de intereses económicos; por ello, una vez que se casaban, podían buscar a alguien a quien seducir. La sexualidad se daba fuera del matrimonio. Hay ejemplos históricos en los que un tipo de orden social se preserva a través de la institución del matrimonio, mientras otro tipo de orden social se ve socavado precisamente por esa institución, y no veo que las cosas hayan cambiado hoy en día. No pienso entonces que la familia sea la mejor garantía para el orden social, al menos del modo en que la crítica conservadora al matrimonio gay desea presentarlo. En lo personal me pregunto por qué si el matrimonio es sólo una institución que defiende la propiedad y su transmisión, tendría uno que casarse. ¿Por qué no ir más lejos? Los gays dicen: tenemos otro tipo de relaciones y queremos que se les reconozca, y con ello insisten en que los derechos de una pareja gay sean los mismos que los del grupo dominante y hegemónico en la sociedad. Lo verdaderamente radical sería decir: al diablo con el matrimonio. Se trata de encontrar satisfacción el uno con el otro, y cuando termina la satisfacción, acaba entonces la relación (como sucede a menudo en los matrimonios heterosexuales). Quienes en Francia apoyaban el PACS de la forma más radical, no deseaban el matrimonio, pues no querían abogar por la santificación de la pareja.

 

S U B I R


Precursora del
concepto de género

Joan Wallach Scott es profesora de ciencias sociales y especialista en el estudio de las diferencias en el Institute for Advanced Study de la Universidad de Princeton. Fue también directora fundadora del Centro Pembroke para la Enseñanza e Investigación sobre las Mujeres en la Universidad de Brown. Se ha destacado por su análisis de los movimientos sociales y universitarios, tanto en Estados Unidos como en Francia, país donde ha residido por largas temporadas y en el que escribió Les verriers de Carmaux (1982), estudio sobre un gremio obrero. Entre sus mentores intelectuales figuran los historiadores británicos E.P. Thompson y Eric Hobsbawm, y los pensadores franceses Michel Foucault y Jacques Rancière. Su obra ha renovado sustancialmente la historia social y de las mujeres. De hecho, en la Nortwestern University (Chicago) de principios de los años setenta, época en la que Scott protestaba contra la guerra de Vietnam y luchaba por los derechos civiles, fue la única mujer con una cátedra de historia, desde la que impulsó interpretaciones históricas cuya novedad consistía en no estar ya dominadas por una mirada androcentrista. Entre sus publicaciones sobresalen el artículo seminal Gender: a Useful Category of Historical Analysis (1986), y los libros Women, Work and Family (1978), Only paradoxes to offer: French feminists and the Rights of Man (1996); The politics of the veil (2007), y Gender and the politics of History (1988), reeditado hoy bajo el título de Género e Historia por el Fondo de Cultura Económica y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.