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Economía Moral

Agua y pobreza / I

Acceso al agua: determinante de la pobreza y determinado por ésta

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as relaciones entre agua y desarrollo, y entre agua y pobreza, son múltiples. Toda existencia humana supone acceso al agua dulce (agua de aquí en adelante), sin la cual la vida de todas las especies resulta inviable. El agua, los alimentos y la protección (refugio y vestimenta) contra las inclemencias del tiempo son los satisfactores primarios de toda vida, sin los cuales el mantenimiento y reproducción de la vida humana resulta imposible. Tanto los pueblos cazadores como los agrícolas-pastoriles tuvieron que asentarse en función de la disponibilidad del agua. Las grandes civilizaciones se desarrollaron alrededor de grandes ríos. No fue sino hasta que el ser humano aprendió a trasladar el agua a grandes distancias (primero aprovechando la gravedad y después con la electricidad) que el ser humano se pudo asentar en lugares más distantes de las fuentes de agua superficiales. La agricultura, tanto en su modalidad de temporal como de riego, depende centralmente del agua. Según Conagua, 86 por ciento del consumo del agua en México es para fines agropecuarios. A pesar del impresionante desarrollo tecnológico que la humanidad ha alcanzado, seguimos dependiendo de los alimentos y del agua, de ésta directamente, para beber, e indirectamente para producir alimentos. Aunque el procedimiento para desalar el agua del mar es tecnológicamente muy sencillo (evaporación y condensación), y los procesos naturales lo llevan a cabo continuamente, al parecer el costo económico (y energético) sigue siendo muy alto, por lo cual el acceso a la mayor parte del agua del planeta azul, la de los mares, sigue siendo una posibilidad para el futuro.

Las cantidades de agua a las que tiene acceso y su oportunidad son factores determinantes del nivel de vida que un productor agropecuario puede alcanzar. Aquí el agua es causa de la pobreza o no pobreza de los hogares. Se sabe que los ejidatarios y productores privados en distritos de riego obtienen rendimientos anuales muy superiores a los de temporal y pueden obtener, en algunos casos, dos o más cosechas anuales. Así, el acceso controlado al agua se añade al acceso a la tierra como el gran estratificador en la agricultura. El agua es aquí medio de producción.

En las ciudades, el agua es medio de producción en actividades industriales y en servicios. En el ámbito doméstico, el agua es tanto medio de producción como de consumo. Si hiervo agua y en ella cuezo frijoles, el agua es medio de producción que me permite transmitir el calor al alimento. Si como sopa o bebo agua, ésta es bien de consumo. Si lavo trastes y ropa, o trapeo pisos, el agua es medio de producción. Para entender esto claramente, es necesario, como lo hizo el premio Nobel de Economía Gary Becker, concebir el hogar también como unidad de producción y no sólo de consumo. Los bienes de consumo finales son ropa limpia y planchada, comida cocinada y servida a la mesa, etcétera. El agua está presente en varias de las actividades de producción de esos bienes de consumo final. También está presente en el aseo personal y en la eliminación de excretas.

Desde el punto de vista doméstico, el agua es, entonces, un elemento indispensable para saciar la sed; cocinar, mantener la higiene personal y del hogar, y eliminar excretas. Para esto último es necesario que las instalaciones del hogar estén conectadas a drenaje, fosa séptica u otra solución adecuada. La forma del acceso al agua, y su calidad, cantidad y periodicidad, determinarán las condiciones en las cuales se realizarán estas actividades, imponiendo, si no son adecuadas, riesgos sanitarios y de salud, y cargas adicionales de trabajo (como acarreo de agua).

La relación entre agua y pobreza suele ser, en estos casos, la opuesta a la observada en la agricultura, ya que es, en general, la pobreza la que determina la zona de la ciudad en la que se habita, y suelen ser las zonas pobres donde el agua se provee en menores cantidades por hogar o persona. Si las redes de agua y drenaje existen en la calle donde vive el hogar, suele ser la pobreza de éste el factor que limita llevar a cabo las conexiones e instalar los equipos para la utilización óptima del agua. La existencia de redes adecuadas de agua y drenaje y la circulación por ellas del fluido de manera continua, o al menos suficiente para proveer la posibilidad de un almacenamiento suficiente en cada vivienda, son condiciones mínimas para la valorización del suelo. La población no pobre se asienta siempre en áreas de valor medio y alto del suelo, en las cuales, como se dijo, es precondición el abasto suficiente y de calidad del líquido y la conexión al drenaje. Por tanto, la relación causal se invierte: es, en general, la pobreza la que explica que el hogar particular viva en zonas de abasto insuficiente del agua y/o de carencia de drenaje, y que su canalización y uso intradoméstico sea inadecuado. Pero si la pobreza determina el barrio en el que se vive (en el extremo obliga a vivir en tierras no urbanizadas y, por tanto, sin servicios) e impide aprovechar cabalmente la infraestructura social existente, ambos hechos se convierten, a su vez, en factores constitutivos de la pobreza, entendida como un conjunto de carencias o insatisfacción de necesidades humanas. A la pobreza inicial se añaden ahora las derivadas de la precariedad sanitaria de las viviendas.

El estudio empírico de las condiciones de acceso y uso del agua en las viviendas del país ha dependido en buena medida de las preguntas incluidas, al respecto, en censos, conteos y encuestas llevadas a cabo por el Inegi, aunque ha habido esfuerzos complementarios sobre todo en la academia. En los últimos años se han venido mejorando las preguntas en este tema y se ha venido ampliando, en consecuencia, la información con la que contamos. Por ejemplo, se ha añadido en censos y encuestas la pregunta sobre la frecuencia (número de horas por día y de días por semana) en la que llega el agua a las viviendas. La mayoría de las viviendas de Iztapalapa, en el DF, por ejemplo, tienen conexión de tubería dentro de la vivienda, pero dichas tuberías están casi siempre vacías, ya que el agua circula por ellas unas pocas horas a la semana. Si no se pregunta (como hacía antes el Inegi) o no se toma en cuenta esta frecuencia, aunque la capten las encuestas (como ha decidido hacerlo el Coneval para la medición multidimensional de la pobreza), se asume que, por tener la tubería (incluso bastaría para el Coneval que ésta estuviera en el lote, pero fuera de la vivienda), la necesidad de agua se considera satisfecha, eliminando, por falta de información, o por decisión arbitraria, la carencia del vital líquido en millones de viviendas en todo el país. En la gráfica se aprecia que 22 por ciento de las viviendas del país recibían en 2005 agua con insuficiente frecuencia (las dos primeras categorías).