Opinión
Ver día anteriorLunes 9 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
Dos toritos de ensueño
V

olvió la sorpresa al ruedo de la plaza México en el inicio de la temporada grande de corridas de toros. La sorpresa fue para Fermín Spínola al que le salieron dos novillones como los que debe haber soñado en sus noches de angustia, por si fuera poco a plaza llena y con el maestro Enrique Ponce en el cartel. Toritos de fantasía, verdaderos caramelitos deliciosos para el toreo. Tenían el encanto de sus embestidas enamoradas, claras, suaves, pastueñas, juguetonas en la muleta y los capotes y que literalmente planeaban. Toritos en los que la suavidad se intensificaba y la dulzura vestida de tiernos matices nos embriagaba escondiendo miserias y dolores. Desde el mirador de mi asiento me asombraba su nobleza, turbadora del silencio de la ganadería brava mexicana con su sol invernal, azul como ninguna.

Qué embestidas de toritos, que parecían almas gemelas. Toritos perfumados en aromas de rosas y canciones de plata en los arroyos, semejando trinos escondidos, en la emoción gustada de momentos fugaces. Era tal la nobleza de estos toritos que materialmente planeaban al embestir sin tirar ni una cornada. Tanto que su instinto a medida que pasaba y pasaba en la muleta, paso a pasito, quedo muy quedo, una mayor ponderación de goces nunca sentidos. En la plaza México salieron ayer esos toritos que no eran reales. Novillos todavía, de finas hechuras con unos pitoncitos que eran una caricia, más nobles que una hermanita de la caridad, humildes como el santo de Asís arando con un son de martinetes de tan baja que llevaban la cabeza en amplio recorrido, sin tirar una cornada y acudiendo a donde los llamaban como burócratas enganchados al sueldo.

Los toritos llegaron hasta el final con honda amargura, sin encontrarse con el torero que pedían a gritos con desesperación que tuviera sentimiento y emoción de canción ranchera mexicana. Fermín Spínola toreó y toreó bien, pero dejó a mi manera de ver mucho que desear. Eran tan suaves los toros que –eso sí– los despachó de sendas estocadas, a pesar de un pinchazo a su segundo enemigo. Los novillos recibieron el premio del arrastre lento. Fermín triunfó, sí, pero eran toros para la consagración definitiva de este torero. El resto de los toros de San José, débiles con dificultades para embestir, en una palabra, descastados. No fue la tarde de Enrique Ponce, que se vio como desganado y automáticamente triunfó en su primer enemigo y le cortó una oreja. En tarde que se despidió de los toros Manolo Arruza, a quien le cortó el añadido su pequeño hijo.