Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de noviembre de 2009 Num: 767

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La porfiada memoria de Dedé Mirabal
JOCHY HERRERA

Juan Manuel Roca: la poesía en cuadros imaginativos
MARCO ANTONIO CAMPOS

Un ojo de la cara
EDITH VILLANUEVA SILES

Galería Uffizi: metamorfosis
ALEJANDRA ORTIZ

Dubravka Ugresic: escribir desde el exilio
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

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ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
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Directorio
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Alonso Arreola
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Musicalizando a Houellebecq

Permítame el lector hablar en un tono más personal que el acostumbrado. Igualmente, discúlpeme si tras la lectura de estas líneas se queda con un gusto de autopromoción en las pupilas. No es mi intención. Lo único que deseo es compartir la creación de un montaje que me atañe, pero que juzgo interesante para quien normalmente visita nuestras páginas.

Todo comenzó cuando leí Las partículas elementales (Anagrama, 1998). A partir de ese momento quedé trastornado por la narrativa de Michel Houellebecq (Reunión, 1958), a quien luego regresé para conocer su obra completa. Pendiente quedó su poesía, pues en nuestro país resultaba difícil conseguirla. Cosa curiosa: un par de años después de iniciar esta relación unilateral, serían justamente sus poemas los que servirían de enlace y pretexto entre nosotros. Me explicaré mejor.

Al terminar de leer su última novela, La posibilidad de una isla (Alfaguara, 2005), me puse en contacto con Houellebecq. Palabras más, palabras menos, comenzamos una relación epistolar gracias a la cual, finalmente, nos veremos las caras este mes en el ciclo Poesía en Voz Alta organizado por la Casa del Lago Juan José Arreola (jueves 26 de noviembre) y en la Feria Internacional del Libro de Oaxaca (sábado 28 de noviembre). Aquí el motivo que hoy me anima: tengo que… ¿musicalizar, sonorizar?... una selección del poemario Supervivencia.

Recuerdo e investigo sobre ejemplos exitosos (verbigracia, Joan Manuel Serrat cantando a León Felipe) y desastrosos con los que otros muchos han acometido tal misión. En parte performance natural, en parte riesgo interdisciplinario, si bien la hermandad entre música y poesía es indisociable, debemos decir que una cosa es utilizar un poema como letra para una canción, y otra muy distinta crear fondos sonoros para una lectura en voz alta (lo que nosotros intentaremos). Musicalizar con instrumentos la música del lenguaje puede ser redundante y falso, mientras que navegar con sonidos alrededor de las palabras dichas por su autor me parece distinto, tal vez mejor.

Asunto delicado, la poesía es música en sí misma mientras que las piezas musicales viajan llenas de sentido, incluso si son simples o puramente instrumentales. No importa si al principio una pesa más que la otra. Al unirse poesía y música adquieren un significado desconocido, ofrecen bellezas posibles, no garantizadas, sumando forma y fondo. Allí aparece el escucha, quien siempre atenderá a su propia existencia referencial. Esa es otra preocupación que se olvida dando la espalda al espectáculo: si se está en un escenario es por el eco. Nuestra idea entonces es la de mostrar una poesía diáfana sobre un marco de texturas que no estorben, que subrayen sus motivos y sugerencias fundamentales (para lograrlo habrá traducción simultánea en pantalla).

Leo nuevamente a Michel Houellebecq: “Primero, el sufrimiento. El universo grita. El hormigón acusa la violencia con la que fue fraguado como muro. El hormigón grita. La hierba gimotea bajo los dientes del animal. ¿Y el hombre? ¿Qué diremos del hombre?” Me encuentro con versos cargados de un dolor que genera frutos valiosos, que no paraliza : “Ir hasta el fondo del abismo de la ausencia de amor [...] Odio a los de más, desprecio por uno mismo. Mezclarlo todo. Sintetizar.” Incluso: “Fallar en la vida, pero fallar por poco. Y sufrir, sufrir siempre.”

Decía Octavio Paz: “Si el lenguaje es un continuo vaivén de frases y asociaciones verbales regido por un ritmo secreto, la reproducción de ese ritmo nos dará poder sobre las palabras.” Ahí el desafío: encontrar los ritmos, la música que enaltezca el dominio del poeta ante el discurso, por cierto, algo que Houellebecq logra con creces en francés, pues en su voz notamos el poder que otros inspirados no consiguen interpretándo se a sí mismos (Pablo Neruda en propia voz puede ser decepcionante).

Extensión lógica de sus novelas, esta poesía aprovecha instantes de contemplación para consumar aprendizajes solitarios frente a la colectividad urbana, con la certeza de que el amor es posible aun con su fugaz y autodestructiva naturaleza: “Henri tiene un año –escribe–. Yace en el suelo, con los pañales sucios. Berrea. Su madre va de un lado para otro haciendo sonar sus tacones sobre el mosaico de la habitación, mientras busca el sostén y la falda. Tiene prisa por acudir a su cita nocturna. Esa cosita cubierta de mierda, que se agita sobre las baldosas, la exaspera. Se pone a gritar ella también. Henri berrea más todavía. Entonces, se va. Henri ha empezado con buen pie su carrera como poeta.”

Nacidas a un tiempo al calor del rito, poesía y música coexisten en el sufrimiento, sí, pero su dialéctica puede hacernos mejores. Ojalá que así sea.