Opinión
Ver día anteriorMartes 17 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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SCJN: murales
M

i nota pasada, dedicada en parte a los murales de Rafael Cauduro, se publicó acompañada de una excelente fotografía de Carlos Ramos Mamahua que destaca el asunto de las líneas de fuga aceleradas.

Está tomada desde uno de los descansos de la escalera y capta, casi de frente, la escena del asesinato. En el muro lateral pueden verse dos cubículos de tortura que el artista representó en picada. Son igualmente visibles las cadenas a las que aludí, que en la fotografía parecen reales, están pintadas atendiendo a los virtuales sitios de donde se despeñan, en planos anteroposteriores.

Vuelvo sobre esto porque quedaron cosas por decir y deseo insistir en ello en aras de alentar a posibles lectores a que los visiten.

La escalera transita por siete muros que cubren unos 200 metros cuadrados. Cauduro advierte que acentúa conceptos como ascender y descender en una mecánica elíptica, pero mi experiencia es que hay que contar con bastante tiempo para ir subiendo con lentitud, pues es necesario detenerse casi cada tres peldaños, para mejor apreciar los ángulos y además para captar, a pocos centímetros de distancia, los detalles cercanos; de lo contrario, éstos, que son muy disfrutables por su factura, corren el peligro de ser pasados por alto.

Además de los ya consignados, hay otros dos crímenes allí ilustrados. Violación y secuestro. En entrevista personal, el pintor me explicó que había tenido una visión. Al hacer el recorrido, observando muros desnudos cuando estudiaba los planos, se le presentó la escena del secuestro como si ya estuviera allí pintada. No se trata de una boutade: a los artistas y también a los científicos suelen ocurrirles estos insights con frecuencia.

Así como el inicio del trayecto, que parte del sótano donde se encuentra el zompantli, está referido al inframundo, el ciclo termina arriba con las imágenes de los vigilantes represores en las ventanas, pero igualmente con una alegoría del supramundo, en la que dos ángeles en contrapunto flanquean una efigie femenina. Estos ángeles, me temo, no pertenecen a las milicias celestiales (es decir, no se relacionan con San Miguel, que defiende en las luchas y asechanzas) sino más bien, como los veo, son ángeles exterminadores. En el plano bajo se alude al 2 de octubre en Tlaltelolco. Esta es la única sección en la que las interpretaciones pueden variar, pues las demás son contundentes: al aplicar la justicia hay crímenes que permanecen impunes en tanto caen en la cárcel quienes carecen de defensa, o quienes resultan ser chivos expiatorios de horrores que no cometieron.

Los murales de José Clemente Orozco son de 1941. Desde mi punto de vista, con todo y su terribilidad, resultan un poco confusos en cuanto a división temática y en eso concordó, en su momento, Luis Cardoza y Aragón. Hubo cierto apresuramiento del maestro, además de que los espacios le suscitaron problemas, no se diga ya la recepción que en aquel entonces su visión provocó. Le quedaban pendientes los murales del Hospital de Jesús, con tema perfectamente adecuado a su mentalidad: El Apocalipsis.

El edificio, proyecto del arquitecto Antonio G. Muñoz García, quien obtuvo la comisión por concurso convocado, está levantado en lo que fue el Mercado del Volador y es una construcción correcta, austera, algo palladiana, acorde con las arquitecturas de la Plaza de la Constitución. La inauguró  el 2 de junio de 1941 el presidente Ávila Camacho, aunque la idea de construirlo data del presidente Lázaro Cárdenas.

La estructura es de acero y el recubrimiento de cantera chiluca. Ha sido muy alabado por Israel Katzman. Es destacable la puerta de bronce que franquea el ingreso a la sala de pasos perdidos, obra del escultor Ernesto Tamariz. Entre los murales que ahora alberga hay dos conjuntos que, insisto, resultan indispensables de visitar (o de volver a visitar): el de Orozco y el que ha deparado Cauduro.

Los diseñados por Luis Nishizawa (efectuados por asistentes) están dentro de la tradición muralística, propia, por ejemplo, de Jorge González Camarena. Recientemente me informé que habrá un ciclo más, a cargo del pintor Santiago Carbonell. No supe si se abrió a concurso, cual fue el caso de Cauduro.

El texto que éste presentó ante la Suprema Corte es breve y puede leerse a modo de grafiti en los inicios del recorrido. También grafiteada (sustituyendo la firma) está su presencia allí, acompañada de la de sus principales asistentes.