Editorial
Ver día anteriorJueves 19 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Obama: presidencia entrampada
E

n el contexto de su gira por Asia, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, reconoció ayer que el campo de concentración establecido por la administración de George W. Bush en la base militar de Guantánamo no podrá ser cerrado en enero próximo, como el propio mandatario se había comprometido a hacerlo; dijo que espera que se logre concretar la clausura en algún momento del año entrante –si bien se resistió a ofrecer una fecha–, y negó sentirse desilusionado, puesto que sabía que iba a ser difícil.

El incumplimiento de lo que hasta ayer constituía una de las promesas más emblemáticas de la administración Obama en materia de política exterior –junto con su voluntad de acercamiento al mundo islámico y sus gestos de distensión hacia Irán– representa un duro revés a los intentos del político afroestadunidense por redimensionar la proyección de su país hacia el resto del mundo y arroja una perspectiva de derrota para el actual ocupante de la Casa Blanca ante las presiones ejercidas por los halcones de Washington y los integrantes del complejo industrial-militar de ese país, quienes habían convertido el cierre de Guantánamo en objeto de pugna política en meses recientes.

La postergación indefinida de la clausura de ese campo de concentración ilegal que constituye una afrenta para el mundo civilizado es motivo de preocupación adicional por cuanto viene precedida de una serie de fracasos del actual gobierno estadunidense en el ámbito externo, entre los que destacan su incapacidad para incidir a favor del restablecimiento del orden democrático en Honduras, para concretar la salida de sus tropas de Irak y para poner fin a la guerra que su país desarrolla en Afganistán. Respecto de esto último, son significativos los señalamientos realizados ayer por el propio Obama en el sentido de que se encuentra muy cerca de definir si enviará o no más soldados a territorio afgano, así como la presencia en Kabul de su secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien asistió a la ceremonia de investidura del relegido presidente Hamid Karzai, en lo que constituye la convalidación de un régimen fraudulento y la bancarrota de cualquier aspiración democrática para esa nación centroasiática bajo ocupación militar.

Para colmo, las concesiones realizadas por Obama a los sectores belicistas no han servido, a lo que puede verse, para obtener que sean respaldados los componentes centrales de su agenda en el ámbito interno: así lo muestran las dificultades que ha enfrentado la reforma al sistema de salud de ese país –recientemente aprobada por la Cámara de Representantes, pero que encarará duras oposiciones en el Senado–, y el callejón sin salida en que se encuentra la discusión de una reforma migratoria que, pese al compromiso expresado por el mandatario estadunidense, ni siquiera ha sido formalmente presentada ante el Congreso.

Estos fracasos arrojan una situación paradójica, pues exhiben al presidente de la nación más poderosa del mundo como un hombre incapaz para cumplir con sus promesas básicas y entrampado entre los intereses de la clase política y los poderes fácticos de su país. Por lo demás, las complicaciones que ha enfrentado Obama en los primeros 10 meses de su mandato para impulsar su proyecto político permiten ponderar el tamaño y la perdurabilidad del desastre que le heredó la administración Bush.

Es de suponer, por último, que los retrocesos comentados generarán, más temprano que tarde, desaliento y frustración entre los ámbitos liberales y progresistas que hace un año votaron por Obama, y que ello acabará por desgastar las bases de apoyo del actual presidente y estrechará aún más sus márgenes de maniobra. Si a esto se añade el colapso de la derecha partidista estadunidense –también como resultado de la desastrosa era Bush–, es claro que la sociedad del vecino país podría asistir en el futuro próximo a la pérdida de alternativas político-electorales y que ello confirmaría y ahondaría la crisis política y moral en que el anterior gobierno dejó sumida a la superpotencia y que, a pesar de la llegada de Obama a la Casa Blanca, dista de haber sido superada.