Opinión
Ver día anteriorMartes 24 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Copenhague: otro parto de los montes
R

ichard Rorty (1931-2007), pragmático, irónico, divertido filósofo estadunidense, discípulo por decisión propia de Dewey y Wittgenstein, con desenfado hizo una definición terrorífica de nuestro presente: “El mundo moderno es un tren cargado de municiones… que avanza en una noche sin luna y con todas las luces apagadas”.

La crisis multidimensional que vive el mundo a partir de finales de 2008 (todo empezó embozadamente en 2007) nos ha mostrado descarnadamente esa negra oscuridad y un sinfín de amenazas.

Si la cumbre de Copenhague del próximo diciembre sobre el calentamiento global alcanzara los propósitos que demanda el primer ministro danés Lars Lokke Rasmussen (que aborde todos los aspectos del problema), y si hubiera resoluciones y acuerdos efectivos sobre todos ellos, habría conseguido un gran triunfo… en el papel.

Si todos los aspectos del problema fueran en los hechos atendidos, sería asombroso, pero seguiría siendo un parto de los montes, frente a un sistema económico depredador del mundo natural, del que aún nadie se hace cargo seriamente.

Pero las potencias, ya se sabe, suelen faltar a sus compromisos y no pasa nada. Bien, si los dirigentes quieren suicidarse, la humanidad no. Y es que los propósitos de la cumbre son pequeños, limitados, frente a la magnitud de los problemas y, por si fuera poco, no serán alcanzados.

Obama y China, con Hu Jintao a la cabeza, llegarán con acuerdos que ya tomaron en lo oscurito: son ahora el G-2 en el corazón del G-20, y serán en Copenhague los mandones principales. Puede preverse que, en última instancia, en esa cumbre prevalecerá la posición china. Y con China y Estados Unidos se alinearán al menos India y Brasil. Todos ellos, con distinto alcance, son los nuevos emisores de contaminantes.

Europa y Estados Unidos declarativamente parecen querer hacer algo por el planeta, pero no lo conseguirán porque China (el segundo contaminador del mundo) dirá que no y Estados Unidos estará con ese país y no con lo que aparentemente Obama estaba dispuesto a hacer, sino que hará lo que ha negociado con el gigante asiático.

Ambas naciones tienen grandes diferencias: en derechos humanos, en problemas de la fricción comercial, en las vías concretas sobre la no proliferación nuclear, en los quebraderos de cabeza diplomáticos respecto de Irán y de Corea del Norte, sobre el dalai lama y más, pero tienen razones aún más poderosas para aliarse. El presidente estadunidense oyó de viva voz, en su visita reciente al país de la muralla, que ambos deben rechazar el proteccionismo en todas sus formas (Hu Jintao hablaba de la severa imposición de aranceles estadunidenses a los neumáticos chinos desde el pasado septiembre). Y aunque Obama hizo referencia a las agrias negociaciones en las que la parte estadunidense insistió en que el valor del yuan estaba fomentando los desequilibrios monetarios internacionales –como en efecto ocurre–, Hu simplemente no se pronunció sobre la entrampada situación del dólar. Pero tras bambalinas pudo pasar otra cosa…

El dólar se ha devaluado persistentemente, afectando las exportaciones y la actividad económica de Europa. Al mismo tiempo, China ha permanecido con la misma relación de cambio con el dólar, es decir, el yuan se ha devaluado a la par, favoreciendo aún más su posición exportadora frente a otros países asiáticos (especialmente frente a Japón, que se halla en la ruina del tobogán de la deflación) y los europeos.

Los negociadores estadunidenses creen que los chinos no entienden la operación de las finanzas internacionales. China no dice nada públicamente, pero no va a decidir por hoy la flotación del yuan. Parece que los ingenuos son los primeros. Ocurre que al igual que Estados Unidos, inyectó millonarios recursos a su economía para driblar la crisis y ello impulsó con gran fuerza la demanda interna y las importaciones, que casi se han duplicado en los dos años recientes. Si revaluara el yuan –vale decir, si abaratara el dólar–, sus importaciones se dispararían y sus inmensas reservas se verían afectadas. Los chinos tienen claras sus cuentas.

Obama sabe eso, pero pudo haber negociado una gradual revaluación del yuan a cambio de que el gobierno chino acepte en alguna medida las acciones contra el calentamiento global, y de paso mejore la situación del dólar. Esto siempre que –dice China– el acuerdo sobre el asunto climático se sustente en las responsabilidades y capacidades de cada país, ya que quiere que los acuerdos sobre el calentamiento global avancen pausadamente, porque, alega ante los desarrollados: ustedes quieren enfrentar el problema, ya que están industrializados; pero nosotros estamos empezando. Es probable, por tanto, que mantenga esta posición irresponsable. Lo veremos en Copenhague. Y estará respaldado por India y Brasil... y Estados Unidos.

Una posición alternativa sería un acuerdo por un cambio radical sobre el modo de producción y de consumo. Producción a base de tecnologías limpias, trabajando todo el mundo –el desarrollado en primer lugar–, a ritmo acelerado, y dando las máximas facilidades para que todos los países tengan fácil acceso a ellas; pero es también irrecusable trabajar por un cambio cultural de fondo para acabar con el consumismo.

Si China no ve esa evidencia y se industrializa a rajatabla y se vuelve un país consumista a la estadunidense, entonces el planeta no tiene futuro. Pero, corrijo, eso no llegará: antes el planeta acabará con la humanidad.