Opinión
Ver día anteriorMartes 24 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El Obregón de López Narváez
S

e toma por una evidencia que la historia es escrita por los vencedores. Pero, como toda presunta evidencia, antes de aceptarla, debería someterse a los principios de Descartes. Los ojos engañan tanto como la memoria.

El historiador Arnold Toynbee, en A Study of History, demuestra algo más grave, o más alentador en algunos casos: el vencedor adquiere la ideología de los vencidos. Se inviste con los despojos del perdedor. Tal es, acaso, el mayor peligro de la ruleta rusa del poder.

El Álvaro Obregón, real e imaginario como lo es la Historia, quien charla en el vaivén de un tiempo suspendido en los confines de las horas con López Narváez, no se deja engañar por visiones ni ilusiones. La sucesión interminente e incesante entre dos movimientos: la lucha desesperada ante el acoso de la muerte y el combate esperanzado por el poder, son su vida diaria, sed y hambre cotidianos, realidad donde no caben ideologías ni utopías. No hay tiempo para meditar en principios: los desafíos esconden sólo nuevos desafíos, las trampas otras trampas: La guerra, como en las corridas, una fiesta con la muerte siempre presente... mata uno al toro o el toro lo mata.

Charlas de café con Álvaro Obregón, de Froylán López Narváez, es un diálogo y una reflexión entre una leyenda, Obregón, y un espejismo, el del escritor, dos manifestaciones que, en apariencia, emanan de la fantasía, pero poseen una realidad más densa que lo efímero real. “Je est un autre”, escribió Rimbaud, fórmula enigmática por su deslumbrante claridad. Ofusca y ciega, negritud donde aparecen luminosas las estrellas.

López Narváez entra en la leyenda, y no sólo en la sombra, del caudillo, penetra también en el cuerpo resucitado de Obregón con la sangre de sus palabras: médium, nos comunica sus pensamientos. Obregón rencarna en Froylán, llevándolo y trayéndolo a su antojo de los años de la Revolución a los nuestros. Acaso es el general quien inspira: Bien, señor general y ex presidente, es de agradecerse que haya permitido que le diera mi tiempo, frase que concluye su interlocutor, aferrándose a eso que se llama realidad: ya que usted solícitamente prevalece en una realidad que es memoriosa, de quienes le han sucedido. Tiene razón Froylán en defenderse: la verdadera escritura es peligrosa. Los personajes devoran a menudo a su creador. No hay otro antídoto que el de escribir otro libro para escapar a ese riesgo.

Porque esta charla va más allá del ejercicio que podría ser una plática con un personaje histórico al que se prestan palabras e ideas para reconstruir, más o menos fielmente, una época, una biografía. Cierto, Charlas de café con Álvaro Obregón, abunda en datos basados en documentaciones, sin duda exactas la mayoría, en busca de una imposible verdad histórica. Historia, en México y en todas partes, hecha de rumores, de olvidadizas memorias, testimonios miopes: A la mejor ya hay más historiadores de la Revolución que jefes revolucionarios. Por fortuna, robando territorio a las ambiciones históricas, lejos de la querella entre lo verdadero y lo falso, se excava la tierra para echar las fundaciones de la identidad de un pueblo: su mitología.

Si estas Charlas pueden leerse –accesibles, gracias a la ligereza de su escritura, a todos y a cualquier edad– como un documento histórico, son también una doble reflexión filosófica. Reflexión subterránea sobre el ser y el tiempo: ¡Me lleva la que me trajo! Se metió usted, interlocutor fingido, in intríngulis inescrutables. ¿Quiere volverse cuerdo? ¿Sabe lo esencial? ¿Dilucidar el misterio de vivir y el de morir? Reflexión explícita sobre el poder, sí, pero con un humor a la Ibargüengoitia, escena donde actúan los Ubús que sueñan con la dictadura vitalicia, antes de huir con el tesoro nacional.

Libre de militancias y partidarismos, Obregón y su autor saben que disparar balazos compromete, pero disparar palabras no es cualquier cosa. Y escribirlas menos, luego ahí se quedan.

El libro se puede adquirir en las librerías de La Jornada.