Opinión
Ver día anteriorMartes 24 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Subastas latinoamericanas
L

as subastas de So-theby’s y Christie’s siempre suscitan expectativas y los coleccionistas esperan con ansiedad la oportunidad de revisar los catálogos de las casas subastadoras, aunque en realidad sorpresas hay pocas y en la presente ocasión, revisando los resultados de Christie’s, puede advertirse que nada ocurrió fuera de lo consabido.

En un artículo publicado a principios de año, el crítico español Álvaro Delgado Gil se refiere al mercado del arte –llevado a cantidades exorbitantes– como si se tratara de un espectáculo, al hacer referencia a la venta del cadáver de tiburón conservado en formol de Damien Hirst: en 12 millones de dólares: ahora el arte se asocia al dinero, si instantáneo, si desmedido, mejor.

Por su parte Helga Prignitz Poda, investigadora alemana que se ha ocupado del arte mexicano, habla de las copias chinas de cuadros de Frida Kahlo, exhibidas en un seudomuseo de Baden-Baden, observando que se trata de un problema filosófico de nuestro tiempo, que desde luego involucra no sólo el terreno de las copias y el de las falsificaciones, sino también el del mercado.

Los precios de obras latinoamericanas son sensiblemente inferiores a los que privan en otras latitudes: basta recordar las cantidades en las que se vendieron no hace mucho dos obras: una del austriaco Gustav Klimt y la otra un Picasso del periodo azul, sólo comparables a la venta, anterior en algunos años, del retrato del doctor Gachet, de Van Gogh.

Podríamos suponer que una pieza del uruguayo Joaquín Torres García (1874-1949) estuviera en parangón igual o superior, pongamos por caso, a un Mondrian (1872-1944) de la misma época, pero no es así.

Torres García está representado en todas las subastas de Christie’s y Sotheby’s y lo mismo sucede con el venezolano Armando Reverón (1889-1954), con el chileno Claudio Bravo (1936) y con Julio Larraz (1944), quien vive en Miami y reside en Estados Unidos desde 1961. Estos dos pintores no alcanzan precios tan altos, como los del también cubano Tomás Sánchez (1948), el detallista pintor de las cascadas, cuyas excesivas reiteraciones, siempre muy bien hechas, pudimos observar en vivo hará algo más de un año en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey.

Tales cubanos emigrados han tenido mucho más suerte económica, digámoslo así, que René Portocarrero (1912-1985), de quien Christie’s vendió en la reciente subasta de noviembre un óleo sobre papel grueso montado en tela por 30 mil dólares, mientras que La luz sobre la cascada, de Tomás Sánchez, un acrílico, recabó 182 mil dólares.

Se advierte que el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (1919-1999), quien vivió en nuestro país algún tiempo, ofrece repunte, pues la mujer cargadora de alcatraces de su serie Huacaynan alcanzó 98 mil 500 (precios siempre en dólares) en esa misma subasta.

No son los hasta ahora mencionados los principales caballos de batalla, pues Botero sigue teniendo primacía: un caballito de bronce ensillado, monísimo, de 44 centímetros de alto, casi un bibelot, en edición de seis, alcanzó 338 mil, y una de sus acuarelas montada en tela, la consabida madre obesa o inflada, muy bien pintada, eso sí, con su criatura que parece un muñequito, obtuvo 614 mil, cantidad que casi alcanzó el precio estimado a la alta.

En ese sentido, el Adán en bronce (1997), del escultor Javier Marín, fue venta estrella, pues se vendió en 56 mil dólares, cuando que los estimados se calcularon entre 25 y 30 mil. Eso quizá se debe a que la pieza no acusa edición.

Por supuesto siempre se ofrecen obras de Matta, Wifredo Lam y Rufino Tamayo. Un óleo con arena sobre tela del maestro oaxaqueño, Adán y Eva (1972), de 100 x 80, se vendió en 386 mil dólares, así que estuvo barato, aunque la verdad es que la pieza, desde mi punto de vista, no es hermosa.

De otra parte un cuadro bastante elemental del zacatecano Pedro Coronel obtuvo 206 mil dólares. Fue buena venta, pues superó el estimado alto, que estuvo en 200 mil. Esta obra, según la firma del propio Pedro, fue pintada el 24 de julio de 1984, un año antes de su fallecimiento.

En cambio, Escena de circo, de Roger von Gunten, óleo sobre madera bastante interesante, con muchos personajes, fechado en 1959, sólo obtuvo 3 mil 750 dólares, por abajo del estimado inferior, calculado en 4 mil dólares.

Mejor le fue a la silla (mano derecha, con uñas pintadas de dorado) de Pedro Friedeberg, quien ahora exhibe en el Palacio de Bellas Artes. Mide 95 centímetros de alto con todo y respaldo. Se vendió en 10 mil dólares.

Estos son algunos avatares del mercado; vale interesarse en ellos, pero no dar mucho crédito.