Opinión
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¿Fin del Estado laico?
A

ceptando, sin conceder, que Dios existe, ahora se vale de diputados para inspirarlos y controlarlos, según lo dicho por el coordinador de la Asociación Ministerial Evangélica de Veracruz para que votaran en contra del aborto. El Dios de los católicos, que tal vez sea el mismo de los evangélicos, no sólo está en contra del aborto, sino que, por medio de uno de sus voceros, en este caso de la arquidiócesis de Jalapa, ha opinado que las penas a las mujeres que aborten son insuficientes y ligeras y que, además de hacerlas más pesadas, deberán extenderse a la pareja de la acusada y al médico o partera que participen en esa práctica contra la vida (La Jornada, 23/11/09).

Gracias a tales inspiraciones y controles divinos (quiero suponer) es que 17 congresos locales han dictado leyes que penalizan el aborto convirtiendo a las mujeres que lo practican (y a quienes las ayudan) en delincuentes. Los voceros de ese Dios inmisericorde con las mujeres que por diversas razones no quieren un hijo han convertido su debilidad religiosa, demostrada al no conformarse con el castigo divino que está presente en sus postulados (excomunión), al recurrir al castigo terrenal de las leyes y las prisiones que los seres humanos del poder han construido para castigar a sus semejantes por delitos que previamente inventaron como tales (por inspiración divina o sin ella). Y, para compensar dicha debilidad, han fantaseado que la bondad de Dios es tal que ahora dicta las decisiones de diputados priístas y panistas, y de algunos perredistas, petistas y convergentes en contra del aborto, es decir, para salvar vidas o, en su léxico, almas.

Con semejantes argumentos los catoliquísimos reyes de España expulsaron a los judíos a partir de marzo de 1492 y se argumentó que Dios, el de los católicos entonces, así lo quería precisamente para salvar a los judíos y al resto de los infieles pues se les daba la oportunidad de convertirse al catolicismo como fórmula no sólo para salvar sus vidas y sus bienes sino sus almas. Fueron años de intolerancia, repetidos muchas veces y en diversos países a lo largo de los cinco siglos desde entonces. Y esa intolerancia ha sido el fruto de creer que quien dicta lo justo, lo conveniente y los valores de la sociedad tiene la verdad, inspirada por su Dios, normalmente único y verdadero como en todas las grandes religiones. Los dogmáticos, de cualquier religión o creencia, están convencidos de que al decidir qué es justo y correcto también pueden decidir lo contrario: lo injusto y lo incorrecto. Si lo justo es castigar a quien comete pecado, según su marco de valores, injusto será no castigar o hacerlo con ligereza. Por lo tanto, penas a las mujeres que aborten, y si son más severas, mejor. Pero deberán ser penas terrenales no religiosas, como las que se ejercieron en la inquisición que siempre actuó en nombre de su Dios, primero contra los judíos y los infieles (musulmanes, entre otros), luego contra los protestantes en Francia o contra los católicos en la Inglaterra protestante, y así hasta el presente en las combinaciones que se les ocurra a los fundamentalistas de cualquier signo; y a los racistas también.

Intolerancia es la palabra clave. Y la mayor de las intolerancias está basada, siempre, en creencias (dogmas o actos de fe) y no en las ciencias que buscan la verdad pero nunca hacen de sus hallazgos una verdad absoluta y totalmente comprobada. Por esto la ciencia no es compatible con el dogma y, por lo mismo, muchos científicos creyentes o religiosos tratan de encontrar en aquélla justificaciones para sus dogmas previamente asumidos. Uno de estos dogmas, que la ciencia moderna relativiza en todos los casos, es que la vida humana se da desde que un espermatozoide fecunda un óvulo creando un nuevo ser. Desprenderlo de la madre será, para ellos, un asesinato igual o equivalente a pegarle un tiro en la cabeza a mi vecino. El secreto en este razonamiento es la palabra humano, que para algunos católicos de la primera mitad del siglo XVI no era cualidad ni atributo de los indios de América, ni antes ni después de nacer.

Para los cristianos, principalmente católicos y evangélicos, un feto de menos de 12 semanas en el vientre de la madre es ya un ser humano, por lo que abortarlo es asesinarlo, independientemente del de-sarrollo de su cerebro, de su origen (violación, por ejemplo) y de su destino por razones biológicas, sociales y económicas. Si la madre está en riesgo por continuar su embarazo, no es problema para los religiosos, pues su respuesta será siempre que ésa será la voluntad de Dios, pero no lo es que un médico salve a la madre al provocarle un aborto con todas las de la ley y la higiene de un quirófano propiamente dicho.

Una legislación inteligente y no inspirada por Dios (en realidad por quienes se dicen sus voceros o representantes en la Tierra) sería que en los hospitales los médicos no creyentes pudieran practicar abortos y los otros no si su conciencia (en realidad creencia) no se los permite. Cada mujer y su pareja (si la tiene) escogerían a quién acudir. Esto sí es humano, puesto que una de las diferencias entre el humano y quien no lo es, es el libre albedrío, la capacidad de razonar sus decisiones y de tomarlas según le convenga.

Una de dos: o los diputados, incluso algunos que se dicen de izquierda, se han vuelto religiosos o quieren quedar bien con las iglesias, en este caso cristianas, para negociar con ellas su apoyo en las próximas elecciones. Sea cual sea la motivación de los legisladores que penalizan el aborto, el hecho es que los valores laicos que caracterizaban a los políticos mexicanos han sido abandonados. Y si quienes dictan las leyes están asumiendo valores dependientes de organizaciones y confesiones religiosas (lo contrario de lo laico), es válido pensar que en un futuro próximo, sobre todo con el PAN y el PRI, tendremos un Estado no laico y sin separación de éste de lo religioso.

¿Vamos hacia un Estado católico? ¿Norberto Rivera como secretario de Gobernación o presidente de la Suprema Corte de Justicia? Dios nos libre, pero no falta mucho, ya casi, y de ahí a la reinvención de la Santa Inquisición sólo faltará un paso.