Opinión
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Donde quiera hay grasita
¡V

ulgar! No se le puede llamar de ninguna otra manera a la senadora María Teresa Ortuño. A menos de que le añadamos los motes de dicharachera y alburera (esta última es una cualidad que desarrollan muy pocas mujeres: vaya, no se les da). Ortuño es evidentemente una hembra de pelo en pecho, pero con poca educación. El colmo es que presida la comisión de educación del Senado. En una primera nota de La Jornada (11/11/09) Karina Avilés la dibujó estupendamente bien. Pero faltaba la foto, que el periódico publicó en todo su esplendor al día siguiente. Eso confirmó la primera impresión y puso todo en perspectiva: ¡la mujer es una fuerza de la naturaleza!, como los huracanes, los maremotos y los temblores de tierra.

Tocada con una frondosa melena encajada como casco romano, el copete hacia adelante (todo en ella es hacia delante), la mirada inflexible y el mentón prominente, parece escudriñar el horizonte en busca de contrincantes, no interlocutores. Así subió al estrado batiendo tambores de guerra: anunció que no iba a leer el discurso que le habían preparado porque traía algunos encarguitos. Y dicho y hecho (no es mujer que se ande por las ramas) contestó a bocajarro la petición del director del IPN, que a nombre de 100 instituciones tecnológicas pretendía evitar la caída del presupuesto educativo: no me vengan con esa demagogia de que nadie puede apretárselo (no dejó claro si se refería a una parte del cuerpo humano o a una prenda de vestir). No se vale echarle la pelotita a Calderón –dijo– donde lloran ahí está el muerto (con eso me lancé de inmediato a desempolvar mi ejemplar de Picardía mexicana).

Esta brava norteña, que con su agitado manotear en la tribuna apagaba el micrófono, explicó sin ambages su filosofía educativa: El dinero no sirve de nada si no hay pasión, si no hay compromiso, si no hay decisión, si no hay vocación, si se pretende medrar y se busca que siempre se haga la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre. Con esa apabullante andanada contestó la petición del sector más olvidado de las administraciones panistas. Confirmó que la educación superior no ha sido su prioridad, sobre todo cuando se trata de instituciones públicas.

En diciembre de 2006 escribí en La Jornada (“Diputado pirrurris, 15/12/06) que el primer presupuesto del régimen reveló los valores y prioridades del nuevo gobierno. Los renglones hablaron más que mil palabras: aumento al ejército y cuerpos de seguridad (sexenio de mano dura) y recorte a universidades y actividades culturales (signo de un pobre concepto del intelecto). Adiviné, como muchos, que las prioridades serían seguridad e inversión, sin cultura. Seguimos igual, sólo que ahora sin seguridad ni inversión.

En ese artículo me referí a otro célebre legislador panista, Raúl Padilla Orozco, a quien describí como diputado pirrurris, por la manera tan descarada como festejó el recorte presupuestario a la UNAM. Añadí que el presupuesto, y los comentarios del diputado pirrurris, confirmaban la vocación autoritaria y elitista del régimen, o por lo menos su desprecio por la UNAM (el mismo que muestra Ortuño por el IPN). Concluí que los panistas se inclinan más por las universidades privadas, donde se educan los señoritos, mientras más católicos y guadalupanos mejor.

Los comentarios de la senadora confirmaron mis sospechas de 2006: el panismo desconoce la enorme deuda que tenemos con nuestras instituciones públicas de educación superior. Pasan por alto las necesidades de quienes nos han legado generaciones de médicos, arquitectos, veterinarios, ingenieros, abogados, escritores, músicos, periodistas e investigadores, sin los cuales no hubiéramos forjado el México moderno.

Además de su tendencia a avasallar con el lenguaje, la nota mostró a Ortuño dispuesta a bajar del estrado en un santiamén, para pasar del dicho al hecho. Tras un intento de vender la utopía descabellada de una educación superior sin dinero (pero con mucha pasión), como afirma que hizo Manuel Gómez Morín cuando el gobierno le recortó el presupuesto “pa’ fregárselo”, Ortuño reconoció que la educación, la salud y el desarrollo social, son temas prioritarios, pero, perdónenme, donde quiera hay grasita y se puede cortar grasita sin llegar al músculo ni al hueso.

Al final terminó con una frase inescrutable (¿sería en kung fu?): el dinero no es dinero, es sueños, es sudor, es esfuerzo (definitivamente la seducen las retahílas de sinónimos). Pero aún faltaba lo mejor. Entrevistado sobre la intervención de Ortuño, el secretario del ramo, Alonso Lujambio, cortó orejas y rabo declarando que gente como Teresa Ortuño prestigia la política (excuse me?). Le agradeció su inteligencia, entusiasmo y pasión (no cabe duda que fue un acto apasionado).

La buena noticia es que los diputados aprobaron para la educación superior un incremento de 9 mil 300 millones sobre la suma pretendida por Calderón. ¿De dónde sacan los partidos legisladores como éstos? Se antoja un debate televisivo entre Ortuño y Fernández Noroña. Superaría los ratings de la comparecencia de Lozano.