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Ver día anteriorJueves 3 de diciembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La crisis: acciones y omisiones
A

l acercarse el fin de un año catastrófico para la economía mundial –que combinó caídas acentuadas de la actividad en los países avanzados con reducciones del crecimiento en las dos o tres economías emergentes que lograron sortear la recesión– han empezado a darse a conocer los primeros cortes de caja tentativos y a plantearse y discutirse las políticas post crisis, como con frecuencia y en forma casi siempre prematura se les denomina.

Según se advirtió en varios encuentros multilaterales este otoño y en los análisis más recientes de los organismos internacionales, el año cierra con un panorama cargado de claroscuros. Por una parte, fue evidente la eficacia de las políticas anticíclicas decididas y oportunas, fincadas en la movilización de recursos presupuestales deficitarios equivalentes a varios puntos de los PIB respectivos. Este tipo de acciones, como muestra el comportamiento a lo largo del año de las dos mayores economías del planeta, permitieron, en el caso de Estados Unidos, revertir la tendencia contraccionista de la actividad económica y alcanzar, en el segundo semestre, un crecimiento modesto. En el de China, consiguieron moderar la caída del ritmo de avance de la economía y evitar el colapso del empleo que habría sido inevitable con una reducción mayor. Por el contrario, la recesión se acentuó donde las acciones anticíclicas fueron tímidas, tardías y claramente insuficientes e ineficaces.

El caso de México es, por desgracia, el que mejor ejemplifica esta segunda circunstancia, agravada ahora con la degradación crediticia, que se quiso evitar a cualquier costo. En muchas economías el horizonte de la recuperación aparece nublado por la persistencia de niveles de desempleo muy elevados y por el riesgo de reaparición de dificultades en los mercados financieros, que no han vuelto a dinamizar la concesión de créditos a empresas e individuos y que no han renunciado a los hábitos viciados que condujeron inicialmente al colapso. Por largo tiempo seguirán estudiándose los alcances y limitaciones, tanto de las políticas económicas nacionales como de los acuerdos de cooperación económica y financiera multilateral, a la luz de las acciones y omisiones con que se respondió a la crisis en 2009.

Incluso en los análisis de prospectiva más convencionales, como el publicado por el consejero económico del FMI, Olivier Blanchard, en el número de septiembre de Finance and Development, se reconocen problemas fundamentales que impedirán que la economía mundial retome una senda de crecimiento similar a la observada en los cinco o seis años anteriores a 2009. Del lado de la oferta, la crisis ha traído pérdidas en la capacidad productiva y puesto en evidencia disfuncionalidades de los sistemas financieros que, en los dos ámbitos, será costoso y prolongado reparar. La drástica disminución y reorientación de los flujos financieros continuará afectando a las economías emergentes en los años por venir y también tomará tiempo la reconfiguración de la estructura productiva que la adapte a los cambios esperados en los patrones de consumo de las economías emergentes y de las avanzadas. La incipiente reactivación del segundo semestre de 2009 ha estado predicada en estímulos fiscales y acumulación de inventarios, dos factores no duraderos. Si los primeros se retiran en forma prematura, como muchos han advertido, es alto el riesgo de una nueva contracción. Tampoco han desaparecido del panorama las grandes e inesperadas sacudidas financieras, como muestra la moratoria anunciada por Dubai World a finales de noviembre, que puso en cuestión el concepto de garantía oficial implícita que se encuentra detrás de numerosas operaciones de financiamiento a proyectos y empresas de países emergentes.

Más allá del futuro inmediato, se prevé una realineación fundamental de la demanda agregada que afectará al conjunto de las economías nacionales. En su expresión más amplia, supondrá un cambio en los impulsores centrales del crecimiento de la demanda interna a la externa en el caso de Estados Unidos y un cambio inverso de la demanda externa a la interna en el resto del mundo, particularmente en Asia y sobre todo en China, como explica Blanchard. Las conversaciones de Obama en Pekín revelan las enormes dificultades que habrán de superarse para empezar a instrumentar ese rebalanceamiento global que marcará la economía y la geopolítica del siglo.

Al examinar las dimensiones regionales de la crisis, se ha hecho notar que una pérdida permanente de potencial de producción, la debilidad del consumo privado y los mucho mayores niveles de endeudamiento en Estados Unidos serán las herencias negativas que se dejarán sentir sobre la región de América Latina y el Caribe (FMI, octubre de 2009). Desde luego, sobre México con particular saña. Felipe Calderón, único orador de la ceremonia luctuosa que el domingo 29 de noviembre marcó el tercer aniversario de la administración, admitió que ninguna otra economía del mundo tiene el grado de dependencia, ésa es la palabra, dependencia que nosotros tenemos de la economía de Estados Unidos. A esta admisión, entre resignada y jubilosa, no siguió sugerencia alguna de acciones o políticas orientadas a paliar tan dañina dependencia. Se confirmó implícitamente que la ausencia de medidas anticíclicas efectivas en México reflejó la convicción oficial de que son innecesarias o inútiles por el hecho de la dependencia. La nación es invitada a esperar la recuperación del norte y, mientras tanto, a fantasear con una nueva generación de reformas estructurales, varias de las cuales, tal como se plantean, acentuarían esa dependencia, que no solo se atreve a reconocerse, diciendo su nombre, sino que se proclama con cierto orgullo implícito por su excepcionalidad: non fecit taliter omni nationi.