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Premios Nacionales 2009

Artesanos purépechas recibirán el galardón en artes y tradiciones populares

Moldean irreverencia y erotismo con el barro de Ocumicho

Rutilio Pascual Zacarías deplora que en su comunidad ya no quieren mancharse las manos

Del modesto taller de Esteban y Alicia Martínez salió una de las figuras elegidas por el jurado

Foto
Rutilio Pascual y el matrimonio de Esteban y Alicia Martínez, artesanos de OcumichoFoto Iván Sánchez
La Jornada Michoacán
Periódico La Jornada
Miércoles 9 de diciembre de 2009, p. 3

Ocumicho, Mich. De Zamora rumbo al poniente, en un entronque de la carretera federal número 15, con sus casas sin enjarre y techo de lámina, se localiza la comunidad purépecha de Ocumicho.

Por lógica territorial debería pertenecer al municipio de Tangancícuaro, pero por capricho político es parte de Charapan.

Ocumicho es el pueblo de fama alfarera, donde la irreverencia, la tradición y el erotismo son manipulados en barro y donde la creatividad de un grupo de artesanos fue galardonada este año con el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009 en la categoría de Artes y Tradiciones Populares.

Artesanos, artesanos, quedamos como unos 25 cuando mucho, comenta don Rutilio Pascual Zacarías, excluyendo a quienes se adjudican la etiqueta de teñir la pieza o tan sólo revender el arte que compraron por mayoreo.

“Aquí hay gente que ya no lo trabaja, que dicen ‘no al barro’, porque no se quieren manchar las manos”, aclara el artista alfarero, uno de los más importantes que impulsan esa técnica.

Del campo a la alfarería

Rutilio Pascual ya ha ganado premios en lo individual, al igual que casi cada integrante de la familia. En Tlaquepaque, Jalisco, y en Pátzcuaro, señala entre los reconocimientos, antes de saberse uno de los poseedores del premio nacional al que fueron convocados por el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart).

Agradece mucho a su oficio, porque del barro tiene sus casitas y de ese material crecieron mis hijos. Salió un maestro de música, refiere sobre su primogénito, ex alumno del Conservatorio de las Rosas, de Morelia.

No siempre ha sido artesano. Antes era gente del campo, pero trabajar el maíz no es labor justa.

La alfarería –que practicaba su compañera Tomasa– la adoptó como propia.

De cualquier manera, también tenía otro vínculo con el barro: Marcelino, el mismo de todas las historias de Ocumicho, ese alfarero al que nadie ha superado y educó en el barro a más de una generación del pueblo, incluida la abuela de don Rutilio.

Marcelino sigue presente en las pláticas cotidianas con sus sirenas, vírgenes y huaceritas perfectas y hechas a pulso.

De Marcelino también decían que le agradaba vestirse de mujer. “Habladurías –aclara don Rutilio– nomás lo hacía en las fiestas, como en la del 2 de febrero, por la Candelaria, y así”.

Lo que sí le gustaba era el vino, mismo que le trajo problemas y la muerte, estimulada por rencillas en algún pleito de cantina.

¡Usted vende al diablo!

–Los diablos de barro, don Rutilio, ¿cómo empezaron?

–Hay varias versiones.

A esa figura que se ha popularizado como la más recurrente en las creaciones del lugar, se le ha querido atribuir motivaciones místicas. Una de las narraciones del esposo de Tomasa ubica su origen en una historia más bien ordinaria.

Mi abuela, a quien también enseñó Marcelino, asistió a una feria en Cherán para vender sus productos. Viendo su trabajo, le llevaron un catálogo con varios diseños de diablos para que los hiciera, pero no le interesó, cuenta Rutilio.

Quienes aprovecharon el desdén de la abuela fueron los Martínez, familia que pasados los años popularizaron la figurilla.

Otra de las explicaciones también es de su abuela.

Me contaba que hace mucho tiempo el diablo entraba al pueblo en la noche, con caballos. Lo veía la gente, según, con una pata de toro y otra de gallina. Los perros, al sentir la presencia, aullaban fuerte, desesperados. Creo que sí era cierto, porque mi abuela me dijo que por eso, en cada salida o entrada de Ocumicho se colocaban crucifijos para protegerse del diablo. Y hasta hoy, todavía quedan en tres de las salidas, explica.

Una noche fui al tianguis de Pátzcuaro a vender mercancía y al descargar me quedé dormido. En sueños, vi una sombra que salía de la artesanía, con barba, cola y cuernos como de chivo. Al perderla de vista, reparé en que los otros vendedores no terminaban de poner sus puestos; les dije que se apuraran, pero me contestaron que no podían, porque el diablo que yo traía no los dejaba, relata.

Desde entonces, don Rutilio hace más nacimientos, huaceritas y candelabros.

El reclamo de representar al diablo también ha trascendido la experiencia onírica.

Hace años, desde Tingüindín, un sacerdote de nombre Palafox increpó la afición del artesano por moldear la figura a escala.

¡Es que usted está vendiendo al diablo señor! –recuerda que lo incriminó.

Y usted padre, en cada limosna, en cada misa, ¿no está también vendiendo a dios? Al fin, esto es una obra de arte y ya no reparemos siquiera si existe un dios o un diablo, dijo don Rutilio.

La única herencia

A unas cuadras de la casa de don Rutilio y Tomasa, viven Esteban y Alicia Martínez (Kalimán y La esposa de Kaliman), como los identifican los vecinos.

Tres humildes paredes de madera dan forma a su taller. En el centro está el horno. Precisamente de allí salió una de las figuras que los representó en el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009.

Alicia tenía tiempo que no concluía una artesanía; por necesidad, a veces las vendía sin pintar y la gente decía que era obra suya, indica la alfarera.

Esa necesidad ha sido aguda para el matrimonio, pues deben dedicar días enteros para elaborar sus trabajos y al mismo tiempo garantizar alimentos para sus 10 hijos.

En lo que sale la artesanía, debo buscar un trabajito aquí, otro allá, de lo que sea, confiesa Esteban.

Hay veces que sólo consigue 25 pesos al día, agrega Alicia.

Por eso, comentan entre ellos en purépecha, esperan mucho del premio nacional. Cuando el Fonart los reunió para convocarlos al galardón, algunos opinaron que éste debería servir para impulsar una Casa de Artesanías.

Alicia y Esteban pugnan antes por mejorar sus propias condiciones de creación.

Doña Guadalupe, mi suegra, me sentó un día y me dijo que me iba a enseñar a moldear el barro, pues esa sería su herencia, rememora Alicia; aquí en Ocumicho no hay más trabajo. Y aunque su arte no los aparta de la marginación, esperan que sus hijos continúen con la tradición: que también se ensucien con la herencia”.