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El documental, de Nicolas Entel, será presentado mañana en Colombia con gran pompa

Los pecados de mi padre rompe con el mito de Pablo Escobar Gaviria

Millones de dólares son nada si no se puede comprar un kilo de arroz, afirma Sebastián Marroquín, hijo del capo colombiano, que dejó atrás el anonimato que lo cubrió en Argentina

Foto
Sebastián Marroquín, en Buenos AiresFoto Ap
The Independent
Periódico La Jornada
Miércoles 9 de diciembre de 2009, p. 7

Durante años nos han prometido una película de gran presupuesto sobre Pablo Escobar Gaviria, el barón colombiano de las drogas. Varios proyectos rivales se han empeñado en una carrera por obtener financiamiento. Edgar Ramírez, quien coestelarizó The Bourne Ultimatum, está programado para representar a Escobar en Killing Pablo, proyecto que lleva largo tiempo en gestación, centrado en la cacería humana efectuada por militares estadunidenses y colombianos para acabar con él. Se ha vinculado a otros actores con ese papel, entre ellos Javier Bardem. Entre tanto, durante mucho tiempo se ha ligado al director de Training Day, Antoine Fuqua, con un filme rival que será producido por Oliver Stone.

No es difícil imaginar que estas películas, cargadas de acción, explotarán la fama de Escobar como el Robin Hood de Medellín: repletas de balaceras y explosiones y con un clímax trepidante en las azoteas de la ciudad donde el narcotraficante fue finalmente arrinconado y abatido en diciembre de 1993.

Pero ahora se ha realizado una cinta que ofrece una perspectiva muy diferente sobre el personaje. Los pecados de mi padre, de Nicolas Entel, patrocinada por el Canal 4 británico, relata la historia de Escobar desde la perspectiva de su hijo Juan Pablo (quien se cambió el nombre por Sebastián Marroquín).

Intento por calcular el costo humano de los crímenes

Este documental, que será presentado con gran pompa en Colombia este jueves 10 de diciembre, constituye una muy sombría advertencia a quien persista en ver a Escobar como una versión colombiana de Cara cortada, de Brian de Palma. El filme intenta calcular el costo humano de los crímenes del narcotraficante observando la devastación a la que llevó a su propia familia y a las de sus víctimas.

Marroquín explica ante las cámaras por qué nunca quiso dedicarse al narcotráfico y destaca lo escuálida que se volvió la vida de su padre en su camino a la derrota. Yo estaba escondido con él. Teníamos millones de dólares en efectivo en la habitación, pero nos moríamos de hambre. La policía estaba afuera, buscándolo, y se nos había acabado la comida. Así entendí que el dinero de la droga no sirve para nada si no se puede usar para comprar un kilo de arroz. Sólo lo usábamos para calentar la chimenea.

Escobar ganó miles de millones de dólares. Se estima que su cártel de Medellín controlaba 80 por ciento del mercado mundial de cocaína. Era una figura populista que construía canchas de futbol para los pobres, pero también era despiadado, violento y malévolo. A finales de la década de los 80 se afilió al recién formado Nuevo Partido Liberal y trató de forjarse una carrera política. Cuando se le denunció como traficante de drogas y se le expulsó del partido, su venganza fue mandar asesinar a los dirigentes, Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán. En el documental, el hijo de Escobar habla cara a cara con los hijos de ambos políticos.

The Independent se reunió con Marroquín y el joven director argentino Nicolás Entel en el vestíbulo de un gris hotel anónimo del centro de Ámsterdam. Los dos estaban en la ciudad para la presentación de su película en el Festival Internacional de Documentales. Lo que resalta de inmediato en Marroquín es su aire melancólico. Ha vivido durante años en Buenos Aires con su nuevo nombre y es arquitecto. Dice que escogió esa carrera porque le gusta hacer algo constructivo.

“Aunque he recibido muchas ofertas para participar en películas –dice–, Nicolás me convenció porque fue la primera vez que alguien me invitó a contar la historia desde el punto de vista de los hijos, y no sólo la historia del mafioso”, confía Marroquín, quien con este documental deja atrás el anonimato que lo ha cubierto en Argentina desde que salió de Colombia, siendo adolescente. Ahora tiene 32 años. Se le muestra una foto de su padre vestido en un overol blanco, sentado en una enorme motocicleta como una especie de Elvis Presley con bigote. ¿Acaso no a cualquier chico le gustaría tener un padre así? La pregunta le incomoda. Aún siente gran afecto por su padre, pese a la repulsión por sus hechos.

“Lo que se ve en esa foto es la figura pública, el terrorista –responde–. Yo veo a mi padre. He aprendido a separar. Hay una línea muy clara entre mi padre y la otra persona. A mi padre lo amaré siempre, como cualquier persona al suyo.”

Los pecados de mi padre revela detalles sobre Escobar que las películas de ficción sobre gánsteres pasan siempre por alto. Aprendemos de su obsesión por jugar al monopolio, y cómo hasta en eso hacía trampa. Vemos fotos de un viaje turístico que hizo con su hijo a la Casa Blanca. Es la trivialidad de esas imágenes lo que lo hace tan conmovedor e incongruente.

El estreno de la cinta en Colombia, mañana, tendrá un efecto polarizador. No se ha olvidado cómo Escobar tuvo en jaque al gobierno y cómo muchas personas murieron en las guerras de las drogas de las décadas de 1980 y 1990. Algunos incluso afirman que Marroquín participó en las empresas criminales del capo. Sin embargo, el gesto de Marroquín de pedir perdón a los hijos de las víctimas de su padre se ha recibido con calidez, incluso en lugares inesperados. Un general del ejército colombiano escribió una carta en la que describe el esfuerzo del arquitecto, como abrir una ruta hacia el perdón en Colombia. Eduardo Pizarro, hermano de Carlos Pizarro, ex líder del M-19 y candidato presidencial asesinado, también ha elogiado el filme.

Para el lego, puede no ser evidente por qué Marroquín deba pedir perdón a las víctimas de su padre o asumir la culpa de éste. Pero al momento de la muerte de su padre se le filmó cuando juraba matar a los hijos de puta que lo mataron.

Inquietante escena

Dieciséis años después, viajó en secreto a Bogotá para reunirse con los hijos de Luis Carlos Galán. La escena causa inquietud en el espectador. Se ve a Marroquín sentado en un sofá negro de cuero, rodeado de los hijos de Galán y con aspecto incómodo. La ironía es que él es tan víctima como ellos. Su padre está muerto y él tiene que vivir exiliado bajo una nueva identidad. Tú no eres Pablo Escobar, le dice uno de los hijos de Galán, pero no por eso él deja de sentirse representante de su padre.

La gente no ve a Sebastián, sino a Pablo Escobar, dice Marroquín en la entrevista. Su vida sigue siendo definida por la de su padre.

Los pecados de mi padre podría contribuir a la reconciliación en Colombia. Podría ofrecer un retrato mucho más detallado y sensible de un narcotraficante y de su familia que cualquier película de Hollywood. Otra cosa muy distinta, sin embargo, es que pueda permitir a Sebastián escapar de la sombra de Pablo Escobar.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya