12 de diciembre de 2009     Número 27

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


Murales de Diego Rivera, UACH

La UACH ayer y hoy

  • Ingenieros agrónomos de las generaciones HX contrastan con los modernos “transgenizados”
  • La responsabilidad social hoy se convierte en interés por el agrobussines

Lourdes Edith Rudiño

La Universidad Autónoma Chapingo (UACH) –el espacio donde se desenvolvió la sabiduría de Efraím Hernández X.–, así como sus egresados, maestros e investigadores, han sido objeto de grandes cambios ligados con el rumbo seguido por las políticas públicas del agro, desde el desmantelamiento de las instituciones orientadas a atender al campo a fines de los 80s y principios de los 90s, pasando por el desdén hacia la producción de pequeña escala hasta llegar a la visión pro-trasnacionales, pro-agrobusiness y pro-transgénicos que hoy predomina.

Así lo refieren testimonios de dos personajes que fueron alumnos de la UACh, Antonio Turrent Fernández y Gonzalo Chapela y Mendoza, y que también tienen la experiencia como profesores, el primero en el Colegio de Postgraduados (Colpos) entre los 70s y los 80s, y el segundo como docente hoy día en la UACh.

Dice Turrent: “cuando llegué a Chapingo en 1953, de 15 años, procedente de San Andrés, Tuxtla, Veracruz, me impresionaron tres cosas: una, el sistema militarizado que tenía entonces la universidad; dos, el cultivo del estudio –no diría yo de la ciencia— pues eran muy exigentes, muy radicales, de dos mil a cinco mil aspirantes, sólo eran aceptados cien o 200 al año, y el énfasis de las clases estaba puesto en memorizar, y tres, en todos lados respiraba uno su responsabilidad social, por la pobreza que había en el campo, y todos nos preparábamos para trabajar para el Estado y para los productores”.

Dado que la UACh recibía preferentemente a hijos de agricultores, en especial de los más pobres –y para ello brindaba y sigue brindando internado con todos los servicios para los siete años que allí permanecen los estudiantes en su paso por preparatoria agrícola y universidad— surgía un conflicto entre la intención del sistema de educar jóvenes para que luego regresaran a servir al campo, a sus lugares de origen, y la aspiración de los padres de los jóvenes de enviarlos a estudiar precisamente para que salieran de la realidad difícil del surco y de pobreza de la vida rural, para que ascendieran socialmente, narra Gonzalo Chapela, estudiante en Chapingo en los 70s.

La burocracia agrícola. El caso es que, coinciden ambos, casi el cien por ciento de los estudiantes terminaban su carrera y se integraban el aparato público, ya como extensionistas, ya como empleados del Banco de México o del Banco de Crédito Rural (Banrural) o de Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura, ya como funcionarios de la Secretaría de Agricultura o de la Reforma Agraria, o de las paraestatales del campo. Había espacios para todos. Aunque también, dice Turrent, había quien decidía enfocarse a la venta de agroquímicos o algunos casos, “no la generalidad, de gente que buscaba ser delegado de agricultura de algún estado porque allí estaba la oportunidad de robar, de servirse con la cuchara grande”.

Y con empleo y buen salario asegurado –porque prácticamente las instituciones del Estado “cazaban” a los estudiantes dentro de la propia UACh para darles trabajo– y con perspectivas de hacer una carrera de 20 años o más en el aparato público, lo que ocurría entonces, relata Chapela, es que los agrónomos de Chapingo, y sobre todo los de los 70s, con la experiencia de las luchas estudiantiles y sociales del 68, se involucraban con convicción, ideales y compromiso social en los movimientos campesinos y civiles. “Yo creo que detrás de la mayoría de las organizaciones campesinas actuales hay chapingueros”. En el caso de Turrent, su compromiso social tomó forma en la investigación. En los 50s la UACh aplicaba los métodos de la escuela francesa (teoría para que los estudiantes memorizaran y razonaran y escaso contacto con los problemas reales del agro), pero inició entonces también un convenio con la Fundación Rockefeller (FR) que, vía la Oficina de Estudios Oficiales, inducía a los jóvenes a las prácticas de campo –lo cual permitió a Turrent descubrir su vocación como investigador enfocado a trabajar con la producción de maíz de temporal y con campesinos pobres.

Esa presencia de la FR, cabe decir, indujo que unos 200 a 300 estudiantes se formaran en posgrado en el extranjero, y luego regresaron como profesores y cambiaron el perfil de Chapingo, del Colpos y a otras universidades agrícolas, al fomentar la investigación, las prácticas de campo y el trabajo más estrecho con los agricultores.

Hoy el escenario es absolutamente diferente: desde los 80s se observa que los empleos para los agrónomos son escasos, precarios, mal calificados; hay que empezar en puestos muy subordinados y hacer méritos diez años o más para posicionarse, pues ya el Estado dejó de ser el gran empleador. El programa de extensionismo agrícola que era muy importante en México se achicó y pasó a ubicarse en agencias de desarrollo regional y local (con recursos públicos pero sin adscripción directa al gobierno); el aparato institucional de apoyo al campo casi desapareció (Inmecafé, Pronase, Conasupo, Banrural, etcétera), y la participación de estos egresados de Chapingo con las organizaciones campesinas “ya es bastante más mercantilista y en varios casos en búsqueda de posiciones en la política”, señala Chapela.

Ahora los chapingueros tienen esa visión “más pragmática y a veces también más corrupta” al tiempo que sus generaciones predecesoras están desencantadas y los que han sido profesores en Chapingo incluso están en procesos de retiro voluntario. “Teníamos un proyecto idealista de transformación de país que ya no tiene viabilidad. Por más que sigamos metidos con las organizaciones y peleándolo y demás, tú te vas a Sonora y ves que los distritos agrarios se convirtieron en 98 por ciento de gente que rentó la tierra y se fue; si caminas de Hermosillo a Valle de Quino, los campos están desiertos. Lo que era pilar de una actividad económica social enorme hoy son pueblos fantasmas. Eso en Sonora, donde está la agricultura desarrollada. Y en otras partes lo que ves es migración”, señala Chapela.

De acuerdo con Antonio Turrent –quien ha sido director del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales Agrícolas y Pecuarias (Inifap), líder nacional de maíz en ese instituto, y hoy detractor sólido de los maíces transgénicos en México—, la crisis para los egresados de Chapingo ocurrió a mediados de los 80s y principios de los 90s cuando México debió asumir fuertes deudas internacionales que comprometieron al gobierno a reducir su burocracia y la participación del Estado en la actividad agrícola.

“Alrededor de 1984 las 32 o más escuelas de agronomía, incluida Chapingo, registraron la máxima nómina estudiantil, unos cien mil estudiantes, pero fue cuando el Estado dejó de contratar, y los egresados vieron que sólo podía haber empleo en la iniciativa privada”.

Completa Chapela: “Cerca de 1990, se hablaba de que 75 por ciento de los egresados de la UACh estaban desempleados a los dos años de haber salido de la universidad y hoy eso no ha mejorado gran cosa”.


Murales de Diego Rivera, UACH

“Ante ello, dice Turrent, la UACh ha debido cambiar. No de forma inmediata, pero sí ha venido cambiando y cambiando. Ahora ya tenemos hasta biotecnología en Chapingo y grupos de profesores y alumnos que piensan que la única solución al problema de autosuficiencia de maíz es sembrar transgénicos”.

Si bien la UACh se caracteriza por su sistema de dirección democrática –con la participación estudiantil en las decisiones— y persiste la orientación de educar a los campesinos pobres, es también un hecho que las señales que manda el Estado, o más bien los gobiernos, de que el empleo que hay está sólo en la iniciativa privada, los planes de estudio, las materias se están orientando hacia lo que es “negocio”. Y ya la UACh se ha vuelto autoridad en la agricultura protegida (la tecnología de invernadero), la cual capta subsidios públicos importantes; asimismo, se ha enfocado a la floricultura.

“En un país que no tiene suficiente maíz, la gente más inteligente (estudiantes e investigadores que) podrían hacer un gran descubrimiento si estuvieran en ciencia, pero ahora se van de este lado (de los negocios) porque hay empleo allí, seguridad, y entonces lo que está haciendo la UACh es responder a lo que instrumentó el Fondo Monetario Internacional (FMI) con el gobierno mexicano cuando le dijo ‘mira, olvídate de tus pequeños productores, ellos no son rentables, son un problema. Tú toma nada más a los agricultores maiceros competitivos, a los del noroeste, y a los que tienen posibilidad de ser competitivos; dedícales la ciencia y todo a ellos, para que compitan y a todo el infelizaje dale atole con el dedo’”.

Pero quedan reductos de lo que fue Chapingo antes, de la solidaridad con los campesinos, en materias como la agroecología (que combina los árboles con biofertilizantes) “y me da mucho gusto encontrarme con grupos nutridos de jóvenes que vienen (a campos experimentales del Inifap) y escuchan lo que estamos haciendo para los pequeños agricultores abandonados y se interesan y se apasionan”.

Chapela comenta que hoy la enseñanza en la UACh se enfoca más a los mercados; “observo un grado de carreras con especialización mayor. Por ejemplo, en lo forestal antes la carrera era ingeniero agrónomo especialista en bosques, y ahora hay ingeniero forestal con orientación en economía, otro con especialización en industria y otro en recursos ambientales. Esto propicia conflicto porque hay pocos recursos (presupuestarios) y mucha diversificación, Y esto además te impide tener un grupo amplio, una corte que te acompañe en toda tu carrera (como sí ocurría antes). Y además el mercado de trabajo de los egresados es más pequeño aunque sean más capaces en su especialidad.

Los reductos, según Chapela, permanecen en Chapingo con una visión social comprometida, están en los centros regionales creados al inicio de los 80s y en el Centro de Investigaciones y Estudios Sociales y Tecnológicos de la Agricultura y la Agroindustria Mundial.

La zanahoria y los estímulos del SNI

En el tránsito de ser la Escuela Nacional de Agricultura (ENA) a Universidad Autónoma Chapingo (UACh, en 1974-76 –ocurrida en medio de pugnas, porrismo e incluso irrupción del Ejército– se libró una lucha sobre la ruta ideológica de esta institución, que derivó en que el Colegio de Postgraduados (CP), antes parte de la ENA; quedara como ente ajeno a la UACh.

El Colpos con un enfoque más de agronegocios, de visión científica pero alineada con el Estado (incluso con cierto “esquirolaje” a la UACh) marcó allí entonces el inicio del cambio de paradigma, de subestimar el compromiso con los campesinos, y ajustarse a lo “moderno”, considera Gonzalo Chapela. Y pocos años después, a partir de 1982, se estatuyó el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en toda la educación, de la cual la UACh y el Colpos no fueron ajenos. Este esquema, junto con todos los demás de evaluación e incentivos, resultó muy funcional para los agronegocios, para generar una actitud individualista de los investigadores y para reducir los presupuestos para pago de salarios. “En Chapingo se crean entonces ciertos espacios, departamentos, programas y centros derivaron en una balcanización, en autonomías e hicieron más compleja la universidad”.

Hoy los esquemas de trabajo se adaptan a las directrices del ‘”cambio moderno”, lo cual representa (que profesores e investigadores) se contraten por fuera, con empresas privadas, que pongan consultorías; “hay una situación bastante perversa, lo que pudiéramos llamar los empresarios académicos, gente que avanza, que publica mucho utilizando la mano de obra de las tesis de los estudiantes y analiza cada hora empleada, cada esfuerzo en función de puntos para el SNI”. De 1982 a 1987, en el gobierno de De la Madrid, la pérdida de poder adquisitivo de salario de un académico de tiempo completo en Chapingo fue de 87 por ciento. Entonces la “zanahoria” de los estimulos comenzó a resultar entonces propicia. “La UACh había sido una universidad de gente de posguerra, idealistas, con postulados como ‘la investigación al poder’, pero la condición económica precaria a partir de los ochenta, las angustias e incertidumbres, hace que la gente se vuelva más pragmática (...) que se pregunte ¿de qué voy a vivir? Te quita de ser un luchador social, un científico, te coloca en una situación de mucha mezquindad.”

Notas sobre un paseante solitario


FOTO: Cortesía de la familia Zamudio Fuentes

Omar Musalem

Héctor Fernando fue el mayor de los cuatro hijos de Carlos Zamudio y Emma Fuentes, istmeños por adopción y origen respectivamente. Él, un constructor de presas, experto en ingeniería hidráulica, y ella, juchiteca, hermana de un distinguido periodista, Aquiles Fuentes, son la cepa de origen. Es importante agregar que nació en Juchitán, Oaxaca, donde permaneció los 40 días obligados antes de ser trasladado a la Hacienda de Canutillo en Durango.

La formación escolar y académica de Zamudio coincide con el establecimiento en México del modelo de la Autoridad del Valle del Tennessee (ATV) de Estados Unidos, es decir, el desarrollo por cuencas hidrológicas que tendría gran impulso durante el gobierno de Miguel Alemán y que daría lugar a las comisiones del Balsas y del Papaloapan y demás organismos. Deambuló pues por toda la República donde hubiera una cuenca que sirviera de eje al desarrollo regional y a las presas respectivas. El Banco de México becó en esa época al economista Francisco Zamora para estudiar el funcionamiento de la ATV y sus esquemas de planeación del desarrollo.

El esquema de desarrollo por cuencas empieza a colapsarse casi medio siglo después de sus inicios. Arturo Warman, en Los campesinos, hijos predilectos del régimen llamaba la atención sobre la construcción de la presa Benito Juárez en el distrito de riego 19, en cuanto a su inutilidad. El ingeniero Carlos Zamudio participó en la construcción y el joven Zamudio trabajó en los estudios topográficos como “cadenero”. Con esta presa, inaugurada por Adolfo López Mateos en 1963, se cierra el amplio ciclo del desarrollo regional por cuencas hidrológicas, referenciado en principio a la ATV.

La presa, originalmente planeada para irrigar 50 mil hectáreas, no llegó en su vida útil ni siquiera a la mitad de esa cifra. Hoy, azolvada, sirve para enfriar la refinería de Petróleos Mexicanos en Salina Cruz, Oaxaca.

Héctor, ya en la Escuela Nacional de Agricultura, junto con un pequeño grupo de ingenieros agrónomos, economistas, filósofos, historiadores y poetas, inicia lo que sería un laboratorio en la especialidad de economía agrícola.

Entre los participantes, con la disculpa por alguna omisión, se contaban los hermanos Gerardo y Salvador Cruz Magluf, Javier Zúñiga, A. Genel, los hermanos Luis y Antonio Gómez Oliver, Antonio Crestany, Juan Castaigns Tellery, Enrique González Rojo, Arturo Bonilla, Carlos Morera, Carlos Perzabal, Jaime Bali, el ingeniero Aguirre Villaseñor, José Luis Marín, Ángel Gómez Cruz, Fernando Carmona y Manuel Aguilar Mora, entre otros. Este puñado de profesores, distinguidos por su capacidad, inició inesperadas transformaciones académicas. Entre las más notables, el insertar un marco de educación crítica y un proceso de innovaciones, como el establecimiento de la primera cátedra de etnobotánica, en el Departamento de Economía, impartida por el legendario Efraím Hernández Xolocotzin.

La concepción crítica obligaba a respetar una expresión ideológica diversa y a la correspondiente formación que contravenía las orientaciones originales de Chapingo. Así, del puñado de agrónomos especialistas en economía agrícola que participaron en el experimento, muchos prosiguieron su formación en Europa y una buena parte en Estados Unidos.

Aparecieron las paradojas y del grupo al menos dos de los Postgraduados con honores fueron becados por el Banco de México, como antaño lo hicieron con Francisco Zamora, convirtiéndose en vector principal de las nuevas concepciones friedmanianas en México. El inicio y parte de la consolidación de un golpe de timón de la economía y sociedad mexicanas provino, en buena medida, de este grupo de agrónomos. Qué otro signo, aparte de la fábrica de pobres, puede expresar con más claridad la decadencia de una cultura económica. Estamos en el umbral de un cambio convencional o de una nueva cultura económica cuyas orientaciones permitan una sociedad más equitativa y con empleo.

Estas breves notas de homenaje a Héctor Zamudio tienen como corolario que las innovaciones en educación son no sólo lo más subversivo, sino que también generan una potenciación de transformaciones sociales como ningún otro elemento de cambio. Se ausenta de Chapingo durante un largo período, contribuyendo a la transición de escuela a universidad.

Su participación en las nuevas organizaciones que impugnan el status quo; su militancia laboral en Coahuila, y su estancia en Veracruz, Oaxaca y Chiapas dejarían un trabajo político residual que sería el fermento, años después, del alzamiento zapatista. Es demasiada actividad para una crónica instantánea. Durante esta larga, diversa y rica trayectoria, siempre encontramos a un Zamudio entusiasta, pero sobre todas las cosas, coherente. Éste es el mejor legado que pudo darnos.

Gracias amigo.