Opinión
Ver día anteriorSábado 12 de diciembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Precipitar cambios por no querer cambiar
H

oy todo conspira a favor de mantener el frágil status quo que nos ha llevado a una lenta pero inexorable decadencia. Aunque aquí hay problemas de las reglas que se tienen tanto en lo político como en lo económico, se trata sobre todo de acciones espontáneas y deliberadas de los actores sociales.

Entre las elites políticas ocurre la parálisis porque las dirigencias de los tres partidos han creído en diferentes momentos que ganarían la Presidencia por descontón electoral –hoy eso se piensa en algunos círculos priístas. Por ello no tienen interés en construir alianzas políticas de gran envergadura que les permitiría gobernar con estabilidad desde las instituciones.

Entre las elites económicas y los distintos poderes fácticos, incluidos los cárteles del crimen organizado, las corporaciones sindicales y los diversos monopolios de las ideas en los medios, las iglesias y la opinión publica; priva la convicción avalada por los hechos mismos de que todos los actores políticos requerirán de su apoyo político y económico. La carta de cambio ha sido en todos los casos la defensa de sus privilegios. De ahí que tengan pocos incentivos para cambiar una situación que los ha favorecido ampliamente.

Pero también entre las elites civiles organizadas en organizaciones no gubernamentales ONG y asociaciones, potencialmente más proclives a promover cambios había venido prevaleciendo, sobre todo a partir de la alternancia, un cierto ensimismamiento en defensa de sus franjas de acción producto de las causas específicas que enarbolan.

La parálisis política se encuentra por tanto apuntalada por una especie de juego suma positiva en donde todas las elites ganan en el corto plazo. En este largo periodo de decadencia administrada los que pierden son la inmensa mayoría de mexicanos y mexicanas que no forman parte de las reducidas elites y que al no estar organizadas, carecen de capacidad de presión. Pierde también y de manera notoria, una idea compartida de país.

Una ciudadanía fragmentada, unas elites retozonas cuya inercias están afincadas en la defensa de sus privilegios y la ausencia de una visión común del país. Una situación de equilibrio catastrófico o de crisis orgánica como la llamaba Gramsci.

Generalmente estos equilibrios inerciales comienzan rompiéndose a través de acontecimientos aparentemente intrascendentes o desconectados entre sí. Pueden asumir la forma de rupturas incruentas. Se trata siempre de una suma de pequeños acontecimientos comunes en sí mismos pero con efectos devastadores al confluir. Desastres naturales, represiones selectivas, ruptura frente a símbolos cruciales para una colectividad y errores de cálculo.

Todos estos acontecimientos tienen efectos retardados. Por ello resulta ingenuo, por decirlo de manera suave, las voces de complacencia frente a lo que juzgan hechos consumados. No pasó nada se dice después del despiadado golpe contra el SME. No pasó nada después de la campaña del voto nulo. No pasará nada después de la movilización de AMLO por los diversos municipios del país. No ha pasado nada con el aumento de impuestos. Puras voces alarmistas que quieren asustar con el petate del muerto.

Pues les tengo una noticia: pasan muchas cosas cuando grandes y pequeños acontecimientos que nutren las afrentas sufridas por los ciudadanos, se suman y se articulan. Tardan en cuajar, pero las grandes rupturas acontecen.

La confluencia de agravios la generan torpezas y arrebatos arrogantes de las propias elites. Por ello no deja de ser interesante las implicaciones que tendrán en el ámbito de las políticas y de sus efectos sociales la ruptura de la cohabitación financiera entre el PRI y el PAN. Quizás el sentido de la política económica no cambie, pero sí la manera en que se implemente.

En cualquier caso la situación actual podría parafrasearse con el célebre texto de Womack: esta es la historia de unas elites que por no querer cambiar precipitaron el cambio.